Trump antes de Trump
Cuando un político, en cualquier lugar del mundo sube a un escenario con un micrófono inalámbrico, está repitiendo el gesto fundacional de Silvio Berlusconi. En su primer mitin político, allá en la primavera de 1994, el empresario milanés sorprendió a todos paseando por el escenario como si estuviera en un plató de televisión. Lenguaje directo y desparpajo teatral. Empezaba una nueva era en el país más politizado de Europa. “¡Populista!”, exclamaron muchos.
Han pasado casi treinta años. El contexto era inédito y muy confuso. La situación internacional derivada de la caída del muro de Berlín había provocado en Italia una insólita destrucción del sistema de partidos. Algunos de los malestares sociales que la guerra fría había conservado en la nevera se estaban pudriendo por falta de tensión histórica. En Italia había mucha gente harta de la corrupción, pero callaba. Una razzia policial en Milán contra la mala gestión de un asilo municipal de ancianos desató un fenomenal proceso judicial llamado Mani
Pulite que puso en cuestión la financiación de todo el sistema político.
Los partidos habían colonizado el Estado. Todo el mundo lo sabía, pero la lucha de bloques había congelado cualquier protesta para no poner en riesgo la estabilidad del país. Hundida la Unión Soviética, las contradicciones internas italianas pasaban a ser un asunto puramente doméstico. La gente lanzaba monedas a los políticos. Cada semana, un dirigente acusado de cobrar sobornos entraba en prisión. Cada dos semanas se enchironaba a un empresario acusado de pagar sobornos. Hubo más de cuarenta suicidios. Algunos juicios se retransmitían en directo por televisión. El fiscal Antonio Di Pietro , un antiguo policía de Milán reconvertido en fiscal, se había convertido en el hombre estrella. El tribuno de la plebe. Di Pietro había viajado a los Estados Unidos invitado por la USIA, agencia estatal norteamericana de información y relaciones públicas, apenas empezar su espectacular carrera de fiscal incorruptible.
El Partido Socialista estaba destruido. Su líder, Bettino Craxi, un hombre enérgico llamado a emular a François Mitterrand, Felipe González y Mario Soares, vivía autoexiliado en Túnez. La Democracia Cristiana se estaba rompiendo a trozos. Solo los comunistas conservaban buena parte de la fuerza acumulada desde 1948. Mejor dicho, los excomunistas, puesto que el poderoso Partido Comunista Italiano se había transformado en el Partido Democrático de Izquierda y estaba llamando a la puerta de la socialdemocracia europea.
La paradoja era la siguiente: después de la caída del Muro de Berlín, el partido de los eurocomunistas estaba en condiciones de ganar las elecciones.
La hegemónica Democracia Cristiana estaba dejando un gran vacío y Silvio Berlusconi, que cada mañana tenía un sondeo de opinión sobre la mesa del despacho, decidió llenarlo con una nueva oferta electoral que denominaría Forza Italia, el grito de ánimo de la selección nacional de fútbol. Un partidoempresa, vertebrado por muchos cuadros de Publitalia, la sociedad publicitaria del grupo Mediaset. Publitalia tiene antenas en todos los pueblos y ciudades del país. Publitalia, una máquina de ganar dinero, dispone cada semana de un retrato perfecto de la sociedad italiana. Televisión, encuestas diarias, micrófonos inalámbricos y cultura de estadio. Ganaron.
“Si queremos que todo siga igual, todo tiene que cambiar”. Siempre Lampedusa. Siempre Il Gattopardo. Italia se mueve constantemente para quedarse quieta. Sus ciudades son eternas.
El vacío creado por la desaparición de la DC lo ocupaba ahora una alianza de tres partidos muy diferentes en apariencia: la apuesta nacional-popular de Forza Italia con flecos liberales; el estatismo de Alianza Nacional, conforme a la tradición fascista, especialmente orientado a las regiones del Sur. Y el grito “¡Roma ladrona!”, de la Liga Norte, que jugueteaba entonces con un secesionismo teatral y retórico. Berlusconi y su inmenso poder mediático eran el factor unificador de tres derechas muy diversas y aparentemente contradictorias.
El plan inicial era otro. Diez años antes, Berlusconi había sido el gran aliado del socialista Craxi. Milán, años ochenta. Una de las ciudades de moda en Europa mientras se está incubando el final de la guerra fría. Las fábricas están dejando de ser el centro de gravedad de la economía en la Europa occidental. La clase obrera se está empezando a desintegrar. Aparece un nuevo protagonista social: el trabajador autónomo. La Italia superpolititzada de los años setenta se está eclipsando después de la trágica muerte de
Al do Moro, en 1978, secuestra complejo do y asesinado por las Brigadas
Rojas. Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Karol Wojtyla están construyendo una nueva época, y Milán ríe. “La Milano da bere”, dice un anuncio publicitario. “Milán renace cada mañana, late como tu corazón, es positiva, optimista, eficiente. Milán es una ciudad para vivir, soñar y disfrutar. Milán te la bebes”. Este era el texto de un popular anuncio del Amaro Ramazzotti, entonces bebida de moda. Todavía no había llegado el Aperol.
En Milán se cuece una inteligente alianza entre Craxi y Berlusconi, el dirigente político con más empuje y el empresario que sueña con romper el monopolio estatal de la televisión, después de hacer fortuna con el negocio inmobiliario. Craxi trabaja para emancipar el Partido Socialista de la hegemonía comunista. Ve venir el final de la guerra fría y cree que el PSI puede convertirse en el nuevo partido dominante . Necesita un aliado en los medios. Necesita algo más que una cuota de poder en la RAI.
Después de construir el barrio residencial Milano-2, un para las nuevas clases medias del ‘Milano da bere’, con muchas áreas verdes y poco tráfico, el empresario Berlusconi empieza a comprar emisoras locales de televisión, que proliferan por el país gracias a una legislación ambigua. Pequeñas televisiones dedicadas a la captación de publicidad local. Compra todas las que puede y de dónde salió el dinero aún sigue siendo un misterio. Las compra, las federa y empieza a emitir en red. Así nace Canale 5. El primer ministro Craxi dio un apoyo decisivo a su aliado con dos decretos del 1984 y 1985, que eliminaban los obstáculos políticos para el nacimiento de un nuevo holding de la televisión privada en Italia, capaz de competir de tú a tú con la poderosa RAI, una de las televisiones públicas más fuertes de Europa, concebida después de la Segunda Guerra Mundial como gran herramienta de nacionalización de una Italia todavía muy fragmentada.
Así empezó todo.
Silvio Berlusconi, personalidad telúrica, grandísimo vendedor, intuitivo, genial, deja el primer grupo de televisión comercial de Europa y un país tenso y desorientado en manos de la extrema derecha. El emperador económico de Italia no supo sustituir la Democracia Cristiana, posiblemente insustituible. Tengámoslo claro: antes de Trump, estuvo él. Italia lo inventa todo.c
Empezó comprando emisoras locales de TV y las conectó con la ayuda de Craxi
Quiso sustituir a la vieja DC y deja un vacío, que Meloni querrá ocupar