Un populista simpático
Berlusconi era un gran seductor político y atribuyó su caída a un complot europeo
Silvio Berlusconi era un animal político con una extraordinaria capacidad de seducción. Al desaparecido ex primer ministro italiano se le podrán reprochar muchas cosas, algunas muy graves, pero exhibía una simpatía –y empatía– que conquistaba a los votantes.
Cuando se compara la irrupción de Donald Trump en EE.UU. con la del Cavaliere en Italia treinta años antes, por ser dos magnates que se lanzaron a la arena política con un discurso populista, la diferencia fundamental es que el expresidente norteamericano hace a menudo gala de malhumor, insulta y se hace antipático a muchos. Berlusconi siempre fue diferente.
Una de las imágenes más potentes de Berlusconi que guarda quien firma esta crónica de su corresponsalía en Italia fue durante un viaje a la diminuta isla de Lampedusa, en marzo del 2011. En plena crisis por la llegada masiva de inmigrantes tunecinos, el entonces jefe del gobierno se presentó por sorpresa e improvisó un mitin en el puerto. A su lado, el alcalde, Bernardino De Rubeis, un gigante que le pasaba casi dos palmos, con la obligada banda tricolor (de la bandera italiana) sobre el pecho. Fue una escena de película. Berlusconi llevaba una camisa azul oscuro, con el cuello abierto. Estuvo como siempre, didáctico e histriónico, en plena forma. Anunció una batería de promesas e incluso dijo que se compraría una casa en la isla para alentar el turismo. “¡Silvio, Silvio, Silvio!”, lo aclamaron.
Fuera de Italia, Berlusconi era ridiculizado por su estilo, sus salidas de tono, sus operaciones estéticas y su machista actitud hacia las mujeres. Pero el fallecido dirigente italiano era un político con una maestría inaudita para explicar las situaciones a los ciudadanos de a pie, con sencillez y claridad, un auténtico fenómeno, un gran comunicador, con un talento natural. Cuando hablaba de economía o política monetaria, por ejemplo, no solía decir tonterías. Empleaba argumentos con sentido, aunque evidentemente llevaba el agua a su molino.
Poco después de llegar a Roma, en el 2009, un colaborador de Berlusconi me explicó la razón profunda del éxito de su jefe. “Sabes, en Italia hay miles de pequeños Berlusconis”, me dijo. Con ello quería mostrarme que muchas de las cualidades –y miserias–, de gustos y ambiciones, del carismático líder son compartidas, de modo abierto o inconsciente, por millones de hombres italianos, aunque él las sabía explotar con éxito y era el prototipo del triunfador.
Berlusconi demostró sobradamente sus aptitudes con sus resultados electorales. A veces su partido atravesaba una profunda crisis y él obraba el milagro de levantarlo. Lo hizo, por ejemplo, en la campaña electoral del 2013, en un programa de televisión en el que coincidió con uno de los periodistas más ferozmente críticos con él, Marco Travaglio. Cuando fue llamado a intervenir, el líder de Forza Italia limpió con un pañuelo el taburete en el que se había sentado Travaglio para no contaminarse. Lo hizo con gracia y se ganó así a la audiencia. Luego expuso muy bien sus argumentos. Su partido perdió las elecciones, pero por la mínima. Nadie esperaba tal remontada.
El momento más amargo de la carrera política de Berlusconi fue su humillante abandono del poder, en noviembre del 2011, para dejar paso al tecnócrata Mario Monti. El líder fallecido ayer se consideró siempre víctima de una oscura conspiración europea, por iniciativa de la canciller Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy, bajo la excusa de la presión de los mercados sobre Italia en plena crisis financiera. Algunos correligionarios de Berlusconi llegaron a hablar de “golpe de Estado”, con la complicidad del entonces presidente de la República, Giorgio Napolitano. Pese a todo, el defenestrado primer ministro fue educado y gentil en el traspaso del poder a Monti, pero la procesión iba por dentro. El disgusto por su abrupta salida del palacio Chigi le provocó una fuerte subida de fiebre que obligó a su fiel médico, el doctor Alberto Zangrillo, el mismo que lo ha cuidado hasta el final, a desplazarse de Milán a Roma para atenderle.c
Berlusconi creyó que Merkel y Sarkozy se aliaron para echarlo en el 2011 con la excusa de la crisis financiera