Canas socialistas bajo los chopos
Paquita Sauquillo es una mujer de pelo blanco desde mucho tiempo antes de la edad de las canas. Cuesta recordar que algún día no lo fuera, quizá por el hábito de nuestras miradas, demasiado hechas a que las mujeres no lo sean –no les dejen serlo– hasta la ancianidad misma. Francisca Sauquillo Pérez del Arco (Madrid, 1943) recibía ayer, tocada por su emblema capilar de un blanco azulado, el III premio Rojana (sustantivo cántabro que describe un rayo de sol que se abre paso entre las nubes) de la Fundación Felipe González, un galardón que celebra la memoria del cántabro Alfredo Pérez Rubalcaba (1951-2019) –a quien seguro habría gustado peinar canas– y, por tanto, celebra el compromiso, la perspicacia, la sofisticación y la profesionalidad –en el mejor sentido– de la política institucional, pues todas ellas fueron virtudes que acompañaron al que fuera ministro de Felipe González y vicepresidente de José Luis Rodríguez Zapatero. Bajo la agradable sombra del paseo de los Chopos de la madrileña Residencia de Estudiantes caía la tarde cuando Sauquillo –de acreditada trayectoria activista, desde la militancia antifranquista de la universidad y su compromiso con los desfavorecidos hasta los foros europeos– agradecía el premio con una leve protesta, subrayando el manoseo de la memoria de Rubalcaba, hoy un referente para las mismas derechas que “tanto lo hicieron sufrir”. Lo había dicho minutos antes Gregorio Martínez, excolaborador suyo y hoy miembro del consejo asesor para el legado de Alfredo Pérez Rubalcaba en la Fundación Felipe
González. Quiso la casualidad que también ayer Rodríguez Zapatero tuviera una intervención airada en la cadena Cope, reivindicando para los socialistas –casi por vez primera– la consecución del fin de Eta,logrado bajo el chaparrón político de un PP inclemente que hasta ensayó el lawfare contra Rubalcaba. Nada de esto se dijo en voz alta ayer bajo los chopos, ante los cráneos níveos de Felipe González y de otros muchos clásicos del socialismo, pero pasó como flecha de plata por aquellas cabezas encanecidas, mientras el sol declinaba. Una certeza luminosa y rectilínea, una rojana.c