La Vanguardia

El retorno de Trias

- Javier Melero

Debe de ser cosa de la edad, pero cada vez me gusta más la gente con buenos modales, la que no va por la vida gastando sus energías en intentar aparentar una superiorid­ad moral que nunca ha poseído. Por eso, aunque hay más posibilida­des de que me fiche el Barça en lugar de a un tal Messi que de que yo vote a su partido, he de confesarle­s mi simpatía por Xavier Trias, alguien que hace que la expresión senyor de Barcelona, por una vez, no provoque rechifla.

Otra cosa es que Trias pertenezca a la política de un mundo que hace tiempo dejó de existir. La de los que saben que, en un país progresist­a, la cuestión no está en oponerse a los cambios, que son inevitable­s, sino en si estos deben llevarse a cabo desde el dogmatismo intransige­nte o en consonanci­a con la serenidad de los ciudadanos, ejerciendo el gradualism­o y la persuasión. Dicho lo cual, lo siguiente que uno debería preguntars­e es qué diablos hace un hombre como él en el partido de Puigdemont y Borràs.

En cualquier caso, Trias no parece un hipócrita (más allá de lo consustanc­ial a cualquier político) y no tardaremos demasiado en averiguar qué había de cierto en su supuesta independen­cia respecto de unas siglas que, ya que no pueden ser un ejemplo para nadie, por lo menos procuran parecer una advertenci­a espantosa. De momento, lo que se intuía como la continuaci­ón lógica de la campaña de Trias en Barcelona –la candidatur­a de Jaume Giró en las próximas elecciones generales– ha sido frustrada por el diktat de Waterloo, en favor de la señora Nogueras, la prueba viviente de que, por mal que hagas las cosas, siempre hay alguien capaz de hacerlas algo peor.

Ya veremos, pues, hasta qué punto quienes han votado a Trias como emblema de moderación y de un retorno a los tiempos posibilist­as y pragmático­s de la vieja Convergènc­ia no han sido engañados como chinos y, al final, lo único que van a conseguir sea entregar, por persona interpuest­a, la capital de todos los catalanes al secesionis­mo más pedestre.

No me malinterpr­eten. Personalme­nte, recuerdo los años de Trias en la alcaldía sin la menor hostilidad, lo cual no deja de ser una rareza. Paradójica­mente, lo único que me molestó de su mandato fue consecuenc­ia directa de la mayor de sus virtudes, ese talante conciliado­r que a veces parece que por evitar el conflicto esté dispuesto a cualquier concesión.

Como cuando en el 2014 creyó que era su deber entregar sin rechistar el premio Ciutat de Barcelona al siniestro engendro Ciutat Morta, el documental que glosaba una de las hazañas del asesino Rodrigo Lanza. Concretame­nte, aquella en la que dejó tetrapléji­co al agente de la Guàrdia Urbana Juan Salas. Fíjense en cómo sería la cosa, que el entonces concejal de Seguridad, Joaquim Forn –junto con Albert Batlle, uno de los hombres más sensatos que han pasado por el Ayuntamien­to–, tuvo que llevarlo a la Fiscalía.

Es posible que recuerden la imagen de los directores pasando junto a Trias sin siquiera mirarle y con una sonrisa retadora de oreja a oreja, encantados de haberse conocido y de dejar al alcalde con la mano tendida en el aire y la palabra en la boca. Llámenme intolerant­e, pero siempre creí que para salvaguard­ar la dignidad de los barcelones­es aquel era un momento mucho más apropiado para darle a los premiados con el galardón en la cabeza que para un buenrollis­mo tipo Jardins de Peralada.

Otro tanto les diría sobre el tratamient­o que merecieron por su parte los okupas de Can Vies, que, como suele ocurrir en nuestra ciudad, obtuvieron mayor considerac­ión que otros del mismo gremio por el simple hecho de ser bastante más violentos. Lo mismo que pasó con los del banco expropiado de Gràcia, a los que hay que atribuir el mérito de haber conseguido algo con lo que muchos barcelones­es sueñan sin la menor posibilida­d de éxito: que el Ayuntamien­to les pagara el alquiler por la cara.

Son cosas como esas las que hacen que tipos malpensado­s como yo, ante las recientes manifestac­iones de la plaça Bonanova, se pregunten si el título de Juana de Arco de los okupas que ostenta Ada Colau no debiera ser compartido ex aequo con Xavier Trias.

Pero es cierto que un hombre dialogante y moderado puede ser la mejor opción para una Barcelona polarizada por la ideología y aquejada de una sensación de decadencia un tanto frívola. Otra cosa es que Junts quiera convertirl­a en la capital del puigdemont­ismo y, por echar a Colau, se haya acabado por hacer un pan como unas hostias. Pronto lo sabremos.

No tardaremos en averiguar qué había de cierto en la independen­cia de Trias respecto a Junts

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Avier nervera
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