La Vanguardia

No sé de qué pero es mi culpa

- Joaquín Luna

De un tiempo a esta parte, me siento culpable de todo lo malo que sucede en este mundo. ¡Y de lo que sucederá! Allí donde hay un problema, me brota la culpabilid­ad, cual miembro del Orfeón Donostiarr­a liado con una de Vox.

Antes, la culpa de todo era de los alcaldes, los jefes y los banqueros. La gente dormía descansada y ajena a los grandes problemas de la sociedad. Ahora, como la gente somos ciudadanía, no hay quien se desentiend­a de los males. Lo último es la jubilación de los

baby boomers –a la que por cosas de mis padres pertenezco–, que ya se presenta como un lastre para el futuro del PIB, el consumo de la carne de Wagyu y las casas de citas de las costas de Levante. Deduzco que lo más patriótico, saludable y sostenible sería palmarla pronto, un gesto que me honraría, a ojos de las nuevas generacion­es.

El medio ambiente es otra. No poseo automóvil ni aparato de refrigerac­ión ni segunda residencia, pero me siento cómplice de la calentura del planeta, con lo que me gusta bañarme en la mar salada sin darme cuenta de que quizás la estoy fastidiand­o.

Otro ámbito de culpabilid­ad es la desigualda­d que sufre la mujer. Yo querría ayudar y paliar lo que haya que paliar en la medida de mis posibilida­des paliativas. De nuevo, salvo estirar la pata, tampoco veo qué puedo hacer, teniendo en cuenta que regalar flores, hacer manitas o invitar a langostino­s agravaría la injusticia...

Como padre, también siento culpabilid­ad porque voy a dejar un mundo peor del que encontré, cuando el bueno del Caudillo y los yanquis en Vietnam, de ahí que si algún día –Dios no lo quiera– me cruzo de noche en Tuset con Juana Dolores igual cambio de acera, no sea que me haga la zancadilla, me meta un dedo en el culo y me llame “puto viejo”.

El bienestar de los animales también es causa de malestar personal, porque en la vida he hecho nada por ellos –salvo enseñar barbaridad­es a los loros– y ya comprendo que merecían más. ¡A cuántos perros no he acariciado pensando “este me muerde”!

Vivir así es morir de culpabilid­ad, ese castigo divino a los baby

boomers por vivir tan panchos.

Allí donde hay un problema –el PIB, la mujer, el clima–, me asalta la culpabilid­ad

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