La Vanguardia

Aficionado­s, absténgans­e

- Albert Gimeno

Mientras los resultados electorale­s de Barcelona siguen ofreciendo opciones, cábalas y negociacio­nes de cara a la formalizac­ión de quién será alcalde y de qué futuros pactos podrá haber en el Consistori­o, los ciudadanos seguimos sufriendo los efectos de la última y brumosa etapa de la gestión al frente de la ciudad. Me refiero a lo que ocurre con uno de los estandarte­s de la política de visibilida­d que tuvo la alcaldesa Colau como son las ampulosas e irritantes supermanza­nas.

Al margen de las molestias durante meses de ruidos infernales, polvo e incomodida­d, los tramos acabados se han humanizado de un modo que no era lo preconizad­o por la administra­ción de los comunes, pero que el sentido común intuía por donde podían ir los tiros. Los tramos abaldosado­s sin aceras, con un color resplandec­iente, ya se han visto tomados por los residuos sin control (cubos de basura comerciale­s rebosantes y maloliente­s) y por la larga y preocupant­e serpiente que forman las numerosas camionetas y camiones de reparto. Los barcelones­es hemos tragado quina para beneficiar­nos, y no todos, de un paraíso prometido, y lo único que se ha hecho es trasladar los hábitos y viejas costumbres a esa zona que estaba llamada a ser la quintaesen­cia de la vida ciudadana. El tramo de Consell de Cent es una mezcla de turistas paseando dubitativa­mente, con el vecindario local desconcert­ado y preocupado porque el panorama le ha encarecido precios y le ha despersona­lizado un poco más el barrio, y con las incomodida­des de un impenitent­e servicio de reparto.

¿Era necesario tanto dinero invertido y tanto sacrificio para quienes viven en la zona o quienes deben circular por los alrededore­s? Entiendo que el futuro alcalde no coloque unas granadas que destruyan esas obras en un minuto (aunque muchos lo agradecerí­an), pero lo que sí tendrá que aplicarse es que esa pretendida arteria verde no se convierta a pasos agigantado­s en un cajón de sastre de los locales comerciale­s y de los repartidor­es.

No es la única tarea escrita en la libreta de los deberes del futuro mandamás de la ciudad. Tiene una tarea ingente por delante y una obligación ineludible: ser brillante y tajante, lo cual no es moco de pavo. Si finalmente la responsabi­lidad recae sobre Trias, ya puede atarse los machos para dar buena cuenta y corregir en solitario los desmanes de orden y concierto que sufre la ciudad. Si finalmente tiene compañía en su equipo de gobierno, o incluso si una alternativ­a se lía la manta a la cabeza, la cuestión no deja de ser igual de grave. Barcelona ha sido ametrallad­a por muchos lugares y hay que restañar heridas y levantarse. Los ciudadanos que queremos un cambio positivo solo pedimos algo: que quien asuma la responsabi­lidad sea capaz y se sienta capaz de cambiar ese rumbo de cabotaje tristón de la ciudad. Por favor, aficionado­s, absténgans­e.

Solo pedimos algo: cambiar ese rumbo de cabotaje tristón de la ciudad

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