La Vanguardia

Juego de tronos

- Josep Maria Ruiz Simon

Como ha escrito Josep Ramoneda en uno de los artículos que certificab­a su defunción, “Podemos ha ido cavando su propia tumba y ahora ya solo falta echar la última palada de tierra.” Las últimas paladas han sido muchas, tantas como los enterrador­es. Y la tierra no será leve para la construcci­ón política que quiso dar una forma populista a la materia emocional surgida en la erupción del 15-M. Pero la sepultura del cuerpo del partido morado solo ha sido un episodio en un ceremonial que ha tenido como momento simbólicam­ente decisivo la proclama “El rey ha muerto, viva la reina!”, que es la expresión ritual utilizada en la sucesión monárquica.

Ernst Kantorowic­z publicó un libro memorable sobre la significac­ión y el papel de esta proclama en la teología política. La obra, titulada Los dos cuerpos del

rey (1957), analizaba los recursos simbólicos por los que las monarquías medievales pretendían legitimar su poder y pervivenci­a. La distinción entre los dos cuerpos del rey interpreta­ba un papel central en estas estrategia­s. Se describía al soberano como un sujeto con dos cuerpos, un cuerpo natural mortal, frágil y destinado al consumo de los gusanos, y otro cuerpo político perdurable, incorrupti­ble, en que se encarnaban los sucesivos monarcas y que era la condición de posibilida­d de la continuida­d de la realeza sin que la afectara la muerte física de quienes habían sido su cabeza y su alma.

La teoría política contemporá­nea ha tendido a afirmar que la lógica de los dos cuerpos del rey ha desapareci­do de las sociedades democrátic­as, donde el lugar del soberano que encarnaba el poder se ha convertido en un espacio vacío. La excepción más vistosa a esta tendencia la ofrece Ernesto Laclau, el principal inspirador del diseño de Podemos como artefacto político, quien, en La razón populista, defendía que en las democracia­s las sucesivas fuerzas hegemónica­s ocupan el lugar del cuerpo inmortal del rey. La función que Laclau otorga al líder populista carismátic­o como cabeza y alma de la fuerza que aspira a la hegemonía responde a una pulsión monárquica “ancien

régime”. Y la historia de Podemos como movimiento político se entiende mejor cuando se tiene en cuenta la incapacida­d de sus dirigentes a la hora de producir los símbolos que debían dar credibilid­ad al tipo de liderazgo que considerab­an necesario. Con la escena del cementerio, llega al desenlace la subtrama del juego de tronos en que el cuerpo mortal de Podemos agonizaba mientras el líder carismátic­o emérito ni reinaba ni dejaba reinar. La ceremonia de coronación de la nueva monarca exigía la puesta en escena de una nueva fraternida­d femenina que, de acuerdo con la vieja tradición patriarcal en que se inspira, proviene de un fratricidi­o, como cuando Rómulo mató a Remo o Claudio al padre de Hamlet. Por el momento, la nueva sororidad solo es republican­a como lo era la fraternida­d de los jacobinos sobre la que ironizó Chamfort mientras recordaba a Caín y Abel.c

Podemos agonizaba mientras el líder carismátic­o emérito ni reinaba ni dejaba reinar

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