Los otros fantasmas de la ópera los firma la artista Marria Pratts
El Liceu exhibe hasta el día 22 la primera obra escultórica de la exitosa creadora barcelonesa
“Descubrí a Marria Pratts en la Miró y con una instalación en el Macba –explica el director artístico del Liceu, Víctor García de Gomar–. Su fantasma y su espontaneidad matérica son tan icónicos que enseguida los reconoces... Cada vez me impactaba de igual manera. Su obra es rauxa, un espectralismo pictórico que por primera vez en el Liceu se convierte en escultura”.
Así defiende De Gomar el actual encargo a un artista plástico para ocupar el Saló dels Miralls. Encargo a uno de los grandes nombres catalanes del futuro, con una personalidad a la altura de su obra, que además destaca por vender a manos llenas sus creaciones espontáneas, de aura desinhibida. La artista multidisciplinar, nacida en Barcelona en 1988 y residente en l’’hospitalet de Llobregat, donde los vecinos la toman por pintora de paredes por sus ropas manchadas de pintura –“yo prefiero no sacarlos de su error”–, ha creado para el Liceu el que es su primer conjunto escultórico, disciplina en la que se estrena a modo de “salto al vacío”, siguiendo el lema de la temporada liceísta.
Se trata de una sardana de fantasmas, esos fantasmas recurrentes en su obra que golpean una institución cultural que se pregunta por la ópera del futuro, al tiempo que imagina aquella de la Florencia del 1600, donde brillaban los artistas plásticos.
“Pensé que hacer pintura sería confuso en esta sala ya recargada, y me apetecía hacer un combate, una danza, una sardana de tres, al mínimo”, dice la artista a La Vanguardia. Y en rosa, el color que le obsesiona. Su padre la provocaba diciéndole que le compraría una camiseta rosa, “y ahora me está saliendo –ríe–. Me gusta llevarlo a otros imaginarios”.
La escultura, hecha de hierro inflado con agua que se vacía, se rasga y se golpea, bebe de manera inconsciente de la tradición. “Yo nunca he bailado una sardana pero forma parte de esos ritos ya establecidos. Y te preguntas por los límites de los símbolos, por cómo se mezclan. Yo me considero muy poco tradicional, no estoy ni bautizada... pero hacer la obra fue como un bautizo: cuando se construye, se llena de agua, peta y parece una fuente, pues se deforma por el vacío que genera el agua a presión. Al final era como una disforia de tradición: me bautizaba bailando una sardana”, ríe.
Marria Pratts nunca había estado en el Liceu. “Tampoco fui a la universidad y este año me invitaron, entré por primera vez y era para dar yo la clase”. “De contemplar la calle es de donde salen cosas”, dice. Pidió una entrada para Don Giovanni y no entendía nada, “ni cómo hablaban, ni nada. Es un lenguaje muy denso”.
Su nombre lo alteró porque “es como abrazar un error cada día. La gente se hace un lío y eso te saca de lo cotidiano”. De su infancia tiene un recuerdo duro. Su madre falleció cuando ella tenía cinco años. “Era consciente de que no era nada dulce lo que me estaba pasando. El colegio, los otros niños con sus padres, mira qué guapos... sólo quería que pasara ya”. El camino del arte ha sido terapéutico. Al principio no dejaba ir el trazo libre, no era nada dulce... “Pero no me gusta hablar de ello. Nos hizo fuertes”. ¿No tienes miedo de un Liceu?, le preguntan. “Yo ya no le temo a nada, ya lo perdí todo, he tocado fondo. Ahora todo me parece bonito, estoy agradecida de estar bien. Mi madre murió justo con 34, mi edad ahora. Lo viví como una tragedia, porque nuestra cultura vive así la muerte. Ahora es distinto, sé que hay una continuidad, una presencia. Además, ella hizo cine experimental y tengo todas sus películas por ver. He esperado a tener criterio”.c
“Mi madre, que murió con 34, la edad que tengo ahora, hacía cine experimental... y tengo sus películas por ver”