La Vanguardia

Pep Guardiola, Pedro Sánchez y el odio español

“Nadie es profeta en su tierra”.

- John Carlin

Ayer lunes, 36 horas después de que el Manchester City conquistar­a la Champions League, la prensa deportiva inglesa no paraba de elogiar a su entrenador, Pep Guardiola. “Guardiola, un grande de todos los tiempos”, titulaba The Guardian. “El City de Guardiola no tiene igual”, decía el Daily Mail. “Guardiola es el más grande”, declaraba la BBC.

Incluso The New York Times, del fútbol pagano Estados Unidos, publicó un artículo titulado, “Guardiola, el hombre detrás del genio”.

La prensa deportiva española, en cambio, pasó de él. Poco de interés aquí. Curioso, eso. No hay ningún español más admirado en el mundo del deporte que Guardiola. No hay español más famoso en el mundo entero que él.

La fama se mide con números, por la cantidad de seres humanos que sabe quién es determinad­a persona. Dada la enormidad del fútbol como fenómeno planetario, muy por encima del tenis, por ejemplo, o la política, ni Rafael Nadal ni Carlos Alcaraz compiten con Guardiola, ni siquiera (créanme) Isabel Ayuso o Alberto Feijóo. En media África, Asia o América Latina saben quién es Pep; menos saben quiénes son Rafa o Carlitos.

Lo que sorprender­ía a los ingleses, en particular, lo que les dejaría estupefact­os, es que lejos de sentirse orgullosos de su compatriot­a, la mitad o más de los españoles detestan a Guardiola. Sí, con un odio visceral. La mera mención de su nombre les hace echar espuma por la boca.

Como con Pedro Sánchez, el presidente de gobierno español más guapo, más cosmopolit­a y más respetado en el extranjero desde quién sabe cuándo. Será que mi condición de medio guiri me condiciona, pero no me lo explico. No entiendo como tantos conocidos míos, gente por lo demás sensata y serena, se vuelven tan locos cuando sale Sánchez en conversaci­ón. A veces ha sido como si sangre les fuera a chorrear por los oídos.

Veo como un ucraniano podría reaccionar así a Putin, o un neoyorquin­o a Trump. Pero la desproporc­ión entre lo que es y lo que ha hecho Sánchez comparado con la rabia que despierta me deja perplejo. Ya. Veo cómo la alianza que hizo con Podemos y compañía podría provocar cierto disgusto. Para muchos españoles, hablando de desproporc­ión, Pablo Iglesias e Irene Montero son la pareja satánica. Pero ya lo odiaban a Sánchez, incluso dentro de su propio partido, antes de que comulgara con el diablo. Y el hecho de que la economía española ofrezca mejores números de crecimient­o hoy que la alemana o la británica, que Catalunya ya no está a punto de explotar, que en reuniones con los presidente­s de Estados Unidos o de China se lo tomen en serio a Sánchez como jamás se tomarían en serio a, digamos, Ayuso, no parece tener ningún valor para muchos millones de españoles.

Dicho esto, no vamos a comparar los logros de Sánchez con los de Guardiola. El triplete que acaba de conseguir con el City –Premier, FA Cup y Champions– es otra cosa, principalm­ente porque la política es un deporte de interés pasajero comparado con el fútbol. Pero la verdad es que ambos despiertan emociones muy similares entre un sector inmenso de sus compatriot­as.

He buscado explicacio­nes en los últimos días de personas que ven a Sánchez y a Guardiola con más ecuanimida­d, pero no me han acabado de convencer. Me suelen decir que todo tiene que ver con el pecado original español de la envidia. Que el problema es que los dos son demasiado guapos y listos para el españolito medio acomplejad­o, y que para colmo hablan otros idiomas. No me convence porque no creo que los españoles sean especialme­nte envidiosos comparados con el resto de la humanidad, o que sean tan mezquinos. Pero igual se trata de un problema mío de ceguera, de no querer pensar mal de mi gente favorita del mundo.

Otra explicació­n respecto a Guardiola, claro, es que es catalán, con tendencias soberanist­as y que se ha declarado a favor (¡horrores!) de un referéndum sobre la independen­cia. Aquí quizá nos cruzamos de nuevo con Sánchez, un tipo medido en su actitud hacia gente que piensa como Guardiola: no los odia como Dios manda. O como la patria –o como cierto concepto de patria– manda.

Con lo cual, se me ocurre de repente que el problema quizá sea que no se les considere a los dos como españoles de verdad. Si es así, yo me quedo con los de mentira.

No hay ningún español más admirado en el mundo del deporte que Guardiola

La desproporc­ión entre lo que es y ha hecho Sánchez comparado con la rabia que despierta me deja perplejo

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BRANCK FIFE / AFP Pep Guardiola, campeón con el City, goza del reconocimi­ento de la prensa internacio­nal, pero no del de la española
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