La Vanguardia

Sin Navidad en Belén

La ciudad palestina donde nació Jesús se queda sin turistas y sin campaña navideña, base del empleo

- JOAQUÍN LUNA

La prueba de que Belén vive del turismo –y de que quedan optimistas en Tierra Santa– es la existencia de El Rancho, “comida mexicana y marisco”, cerrado a cal y canto, como la mayoría de los 138 restaurant­es y 30 hoteles del lugar donde nació Cristo.

“La guerra es una catástrofe económica para Belén”, resume Samir Qumsieh, fuerza viva de la ciudad de 30.000 habitantes y miembro de una familia palestino cristiana de notables.

Abundando en lo que canta Raphael, el camino que lleva a Belén se ha vuelto antipático: Belén está en Cisjordani­a y sus accesos los controla Israel.

-¿A Belén en taxi? No podrá y le clavarán. ¡Si tiene el 232 enfrente y cuesta cuatro sheqels!

En la puerta de Damasco de Jerusalén siempre dan buenos consejos al extranjero.

El conductor del 232 es amable y vende billetes –una rareza–. El pasaje, muy femenino, palestinas que trabajan en Jerusalén, a diez kilómetros de Belén, la mayoría con un pañuelo que cubre el cabello. Veinte minutos más tarde, el vehículo termina la ruta frente a unos bloques de hormigón y un pasillo de 50 metros que da a Cisjordani­a. Ningún soldado pide documentos; las cámaras, tampoco.

Al otro lado, taxis amarillos, desocupado­s, cuyos conductore­s prefieren la voluntad al taxímetro porque “no hay trabajo” y se las saben todas.

Belén vive –subsiste– de la iglesia de la Natividad, compartida por ortodoxos y católicos. “Firman conjuntame­nte alguna petición de paz pero no se pueden ni ver”, resume una fuente que conoce bien Tierra Santa y prefiere el anonimato.

La iglesia de la Natividad está en la lustrosa plaza Manger, rehabilita­da a lo grande por la República Francesa, cuya bandera figura en una pancarta reivindica­tiva, colgada en la verja de Casa Nova Hospedaje Franciscan­o. Sobre un mapa de Palestina, una lluvia de bombas, siete, cada una con una banderita y Genocidio en grandes letras.

No hay visitantes en el interior del templo ni en la gruta donde nació Jesús, dos mil años atrás, todo luz filtrada y silencio porque incluso el franciscan­o que se sienta en la gruta prefiere rezar y callar.

“Si hubiese llegado a Belén sin reserva la semana anterior al 7 de octubre habría tenido que pedir una habitación a mis primos, dueños de dos hoteles, como un gran favor”, resume Samir Qumsieh en la sede de su cadena de televisión, Nativity TV, unos de sus muchos negocios, algunos altruistas.

“Belén vive en un 90% del turismo, el resto es aceite de oliva. La campaña estaba siendo muy buena, pero ahora todos los hoteles han cerrado. No hay posibilida­d de que abran por Navidad sin extranjero­s ni autoridade­s, salvo las misas para los cristianos de aquí”, añade el señor Samir, culto y viajado, que vivió deportado 22 años en Kuwait, hogar de muchos palestinos hasta que Arafat tuvo la ocurrencia de apoyar a Sadam Husein, el invasor iraquí, en 1990.

Hay de todo en la plaza y de nada. El Ayuntamien­to, un comercio de souvenirs abierto cuyo dueño no está para declaracio­nes, un pomposo Centro para la Paz –librería, biblioteca, auditorio, etcétera, etcétera–, la mezquita de Omar y la oficina del servicio postal, sin funcionari­os en las ventanilla­s. Aparece una empleada. “Desde el 7 no hay turistas. Venían a enviar postales y cartas por lo del matasellos de Belén y a comprar sellos. Más de 100 turistas al día seguro”, evoca. Un retrato de Arafat cuelga en la sala, cuando la Autoridad Nacional Palestina parecía el porvenir.

–¿Ayudas públicas para paliar la falta de turistas? ¡Ja! Nos gobierna una M.A.F.I.A.

Mohamed, nombre que se inventa, tiene una casa de cambio de divisas en la calle más comercial, ideada para turistas y poco concurrida. Y vuelve a deletrear mafia en voz alta.

“Los cristianos vamos a desaparece­r de Belén en pocos años. Es la demografía, más baja que la de judíos y musulmanes. Somos un sándwich entre dos fuerzas superiores”, añade el señor Samir, que nació un año después de la Nakba, la traumática derrota militar de 1948 a manos del recién nacido Estado de Israel. “No he tenido un solo día de paz en mi mente”, resume con eso que llamamos resignació­n cristiana.

El dueño del hotel Shephered y otros dos hospedajes en Belén, Samir Abu Aita, anda mustio. “Tuvimos que despedir a los 70 empleados y cerrar. Cobraron octubre. La temporada era excelente. ¿Reabrir? Mientras haya guerra... Adiós y rece por nosotros”. Belén sin Navidad, Navidad sin Belén.

“¿Ayudas públicas para paliar la falta de turistas? ¡Ja! Nos gobierna una mafia”, lamenta un cambista

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Pocos visitantes cruzan la pequeña puerta, en el fondo de la imagen, que da acceso a la iglesia de la Natividad en Belén

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