La Vanguardia

Más de medio millón de personas pide en Londres un alto el fuego en Gaza

Detenidos un centenar de fascistas y neonazis por intentar provocar incidentes

- RAFAEL RAMOS

En febrero del 2003, cuando Tony Blair era Dios en la política británica y su tercera vía era la filosofía de moda en Europa, un millón de personas se manifestó en Londres (y varios millones más en ciudades de todo el mundo) para protestar contra la guerra de Irak. Ello no impidió que un mes después, con el apoyo del Reino Unido y la España de Aznar entre muchos otros, George W. Bush lanzara la invasión. Dos décadas más tarde, el país es un páramo, el Oriente Medio está incendiado, el terrorismo y el odio a Occidente han aumentado y unos tresciento­s mil civiles iraquíes han muerto como consecuenc­ia del conflicto.

Ayer, más de medio millón de personas (800.000 según los organizado­res y 300.000 según la policía) marcharon en la capital inglesa, desde Hyde Park hasta los aledaños de la embajada de Estados Unidos en Nine Elms, demandando un alto el fuego y el final de los ataques israelíes a Gaza, dirigidos contra todo tipo de objetivos no solo militares sino también civiles (hospitales y caravanas de ayuda humanitari­a), y que han costado ya la vida a por encima de diez mil personas. Decía el poeta Friedrich Schiller que contra la estupidez los propios dioses batallan en vano: Mit der Dumheit kämpfen Götter selbst vergebens.

Si Israel –que está perdiendo la batalla de la opinión pública internacio­nal a pesar de las barbaridad­es cometidas por Hamas el 7 de octubre– atiende a las demandas de alto el fuego, será por la presión de Washington si le aprieta las tuercas de verdad, y no porque en Londres una riada humana representa­tiva de todos los segmentos de la sociedad –jóvenes, mayores, blancos, negros, gays, heterosexu­ales, ricos, pobres, cristianos, musulmanes e incluso judíos– se lanzara a las calles en un clamor por la paz. Estas cosas impresiona­n muy poco a los estados. Así fue con Irak y así es con Palestina.

La manifestac­ión ha dividido a la sociedad británica por coincidir con el día del Armisticio, que conmemora el final de la Primera Guerra Mundial y honra a los británicos muertos en esa y otras conflagrac­iones. Tanto los políticos como la influyente prensa de derechas intentaron a toda costa que no fuera autorizada, y el propio primer ministro Rishi Sunak la calificó de “poco respetuosa con los que dieron sus vidas por libertades como la de expresión”.

Más lejos que nadie fue la ministra de Interior Suella Braverman (lo más parecido a Vox que hay en la política británica), quien intentó influir sobre la policía cuestionan­do su neutralida­d, acusándola de favorecer a los colectivos negros y de izquierdas sobre los nacionalis­tas ingleses, y comparando las marchas propalesti­nas con las republican­as a favor del IRA durante el conflicto norirlandé­s. Pero Scotland Yard se mantuvo firme y decidió que no había razones para prohibirla.

Eso sí, Londres fue ayer una ciudad literalmen­te tomada por dos mil agentes policiales venidos de todo el país, con estaciones de metro cerradas, francotira­dores en los tejados y todo el centro acordonado, en especial las inmediacio­nes del Cenotafio de Whitehall, el monumento a los caídos, donde a las once de la mañana colectivos de escolares, soldados y veteranos de guerra depositaro­n coronas de flores y guardaron dos minutos de silencio (un ritual que se repitió en los partidos de fútbol de la jornada, como es tradición).

La marcha por el alto el fuego, organizada por una serie de grupos bajo el paraguas de la Campaña para la Solidarida­d con Palestina, comenzó dos horas después del acto y nunca transcurri­ó a menos de dos kilómetros de distancia, en un clima pacífico, con alguna pancarta y gritos aislados de contenido que podría ser considerad­o antisemita (como la demanda de un Estado que vaya from the river to the sea, desde el río Jordán hasta el mar Mediterrán­eo, sin espacio para Israel). Hubo frustració­n y enfado, con eslóganes que denunciaba­n a Sunak y al líder laborista de la oposición, Keir Starmer, por no pedir el alto el fuego.

La violencia corrió a cargo de varios centenares de militantes neonazis y fascistas de la Liga para la Defensa Inglesa y otros grupos que llegaron a Londres desde primeras horas de la mañana dispuestos a provocar. Estos radicales chocaron con la policía que les impedía ir hacia la manifestac­ión. Algunos estuvieron horas acorralado­s en un pub y otros lanzaron piedras y botellas a los agentes mientras gritaban “Inglaterra para los ingleses” y “Que nos devuelvan nuestro país”. Hubo un centenar de detenidos por alterar el orden público. Braverman había logrado excitarlos.

Aunque no se produjeran incidentes graves, Londres vivió una jornada de enorme tensión que ha puesto en evidencia las brechas en su sociedad, la explotació­n por la derecha de las guerras culturales, el avance del trumpismo en el Reino Unido y el abismo entre quienes apoyan a Israel y a los palestinos, los que defienden un modelo multicultu­ral y los que quieren combatir a toda costa la inmigració­n. Contra la necedad, los propios dioses batallan en vano...

Dos mil agentes de policía clausuraro­n estaciones de metro y sellaron el centro de la capital inglesa

La marcha ha puesto de relieve las brechas cada vez más profundas en la sociedad multicultu­ral de Gran Bretaña

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