La Vanguardia

Rebelión cafetera en Colombia

El precio del café se desploma, pero Juan Valdez, la marca más popular de Colombia, se beneficia

- ANDY ROBINSON

La cadena colombiana de cafeterías Juan Valdez es una suerte de Starbucks pero con orgullo nacional. Su eslogan es “La marca de todo un país”. El logotipo: el campesino ficticio, Juan Valdez, con burro, traje de algodón blanco y sombrero de paja. Un símbolo potente en un país con medio millón de pequeños productore­s de café, la gran mayoría pobres, cuya parcela media es de solo 1,5 hectáreas.

Socio de la Federación Nacional de Café que, en teoría, representa a productore­s grandes y pequeños, Juan Valdez parece ofrecer un tinto (café negro) mucho más vinculado a la tierra que los lattes y capuchinos de otras franquicia­s multinacio­nales.

Pero para el grupo de pequeños productore­s cafeteros que protestaro­n hace unas semanas en el Juan Valdez de Pereira, capital del eje cafetero colombiano, la cadena –lejos de ser la solución para la profunda crisis que atraviesan– es parte del problema.

Bajo el eslogan “Dignidad cafetera”, denunciaro­n un negocio injusto y desigual. “Acabamos de tomar diez tintos aquí en el Juan Valdez y nos ha costado 4.500 pesos (un euro) cada uno”, dijo uno de los manifestan­tes. “Es lo que nos pagan por una libra entera de café que sirve para hacer diez tintos en Juan Valdez” dijo. El precio internacio­nal del café –fijado en el mercado de Nueva York– ha caído más de un 30% en el último año.

En general, “el precio del café no compensa los costes de producción,” dijo Laura Agudelo, de la pequeña finca cafetera Pedaling Coffee. Cerrar la brecha de precios es “un desafío inmenso; hay que buscar un trato directo entre productore­s para eliminar la intermedia­ción”.

El sector pasa por “la peor crisis de la historia”, dijo uno de los participan­tes en la protesta. Detrás de un precioso paisaje cruzado por miles de hileras de arbustos cargados de bayas rojas, el eje cafetero esconde una epidemia de pobreza y hambre. En los valles, la cosecha está casi terminada y los productore­s se ven forzados a vender a pérdida. La familia media ingresa menos del salario mínimo colombiano de 1,2 millones de pesos mensuales (280 euros).

“Solo sobrevivim­os porque cultivo mi propia comida; solo así alcanza para mi familia, que somos cuatro “, dijo el campesino Orbilio Maya, que tiene un pequeña parcela en el municipio de Santa Rosa. Es un trabajo demasiado duro –la cosecha empieza a las cinco de la mañana– como para vender el café por debajo del coste. “Tengo 64 años y mis hijos no quieren estar en este negocio”, dice. Se planifica un paro nacional del sector del café para principios del 2024.

Por supuesto, el problema de fondo es internacio­nal. El café es uno de los negocios más lucrativos del planeta. Mueve casi medio bide llón (con b) de dólares al año. Pero los precios internacio­nales los dicta un poderoso càrtel de compradore­s multinacio­nales, radicados en Suiza, lideradas por Nestlé, Lavazza, Starbucks, el consorcio JAB Holdings que gestiona cadenas como Krispy Kreme Doughnuts y Pret-a-manger.

“El càrtel en Suiza abusa de su posición dominante y fija un precio internacio­nal muy bajo”, dijo Fernando Morales de la Cruz, fundador guatemalte­co de la organizaci­ón Café por el Cambio, con sede en Múnich. “Es ilegal, pero nadie hace nada; y pone a los productore­s de café en una situación de miseria”.

No siempre ha sido así. Hasta el fin de la guerra fría, en 1989, existía un convenio entre los países productore­s para garantizar un precio digno para los agricultor­es que entonces era más del doble del precio actual. El comercio justo – que garantiza un precio ligerament­e superior al del mercado– es un paliativo, pero no resuelve el problema.

Ya en fase de expansión internacio­nal, con España como cabeza de puente, Juan Valdez pretende sacar su propio trozo del jugoso negocio mundial. En la franquicia de la cadena colombiana, en Príncipe Pío en Madrid, un capuchino vale tres euros, 30 veces más de lo que se paga al productor colombiano por la cantidad de café necesaria para prepararlo. Todo esto

La coca sigue siendo un cultivo más lucrativo que el café, aunque el beneficio sea también mínimo

agrava la sensación en Pereira de que la Federación Nacional de Café de Colombia, fundada en 1927 para unir al sector cafetero, ya no los representa. Germán Bahamón, gerente de la federación, vástago de una rica familia de ganaderos en Huila, es el blanco de duras críticas. El presidente Petro ha advertido a la federación que, si no se mejora la distribuci­ón de ingresos, el Gobierno retirará el fondo estatal de apoyo a los cafeteros. Bahamón, ex consejero delegado de Apple en Colombia, cobra un salario casi cien veces superior a los ingresos de la familia cafetera media.

“Juan Valdez está explotando la imagen del productor para vender café por el mundo haciendo creer a los consumidor­es que es el café de los cafeteros de Colombia cuando no lo es”, dijo Duberney Galvis, productor y uno de los líderes de las protesta cafetera. Galvis calcula que solo un 6% de los beneficios de Juan Valdez se reparten entre los productore­s.

La injusticia del café agrava dos los problemas más serios para las relaciones entre América Latina y los países ricos: la emigración masiva y el narcotráfi­co. “Los jóvenes de la zona cafetera se marchan para Bogotá o EE.UU. y España”, dijo Galvis en una entrevista en la universida­d rural al norte de Pereira. La migración es todavía más fuerte en Centroamér­ica, donde el cambio climático ha agravado la crisis del café. Al mismo tiempo, el precio deprimido del café es un estorbo para el plan de Petro de ir sustituyen­do los cultivos de coca por cultivos lícitos en áreas conflictiv­as como el Cauca o el Chocó.

“¡Intente usted convencer a un campesino de coca, ahí al otro lado de la cordillera, para que produzca café cuando los precios están por los suelos!”, dijo Jeffrey, que vende café en Pueblo Rico, un municipio de la sierra, señalando con su mano las montañas que delimitan la frontera entre el eje cafetero y el Chocó. “Primero verás café y luego, selva adentro, coca”.

No es que la coca sea maná del cielo. Un campesino solo gana medio millón de pesos (230 euros) por cada una de las seis cosechas de coca al año, muy poco en comparació­n con el precio que se cobra al consumidor de la cocaína. Pero el café es un negocio aún más desastroso para el campesino y más lucrativo para el cártel vendedor al otro extremo de la cadena de suministro.

 ?? Cndy Robinson ?? Tienda de café en Pueblo Rico, en la cordillera occidental de Risaralda, a cien kilómetros de Pereira. El municipio goza de un gran verdor y biodiversi­dad, y en él conviven indígenas, negros y mestizos
Cndy Robinson Tienda de café en Pueblo Rico, en la cordillera occidental de Risaralda, a cien kilómetros de Pereira. El municipio goza de un gran verdor y biodiversi­dad, y en él conviven indígenas, negros y mestizos

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