La Vanguardia

La inflamació­n

- Glòria Serra

Dicen médicos y científico­s que la inflamació­n celular está en el inicio de las peores enfermedad­es, como el cáncer. Es la respuesta de nuestro cuerpo al estrés, a demasiada grasa, sal o azúcar, la contaminac­ión atmosféric­a, dormir poco, abusar de drogas… en fin, la vida moderna. Si se quiere reducir, no hay otra: cambiar de vida. No les voy a hacer un mapa, se saben la historia mejor que yo.

Hemos vivido una semana terrorífic­a de inflamació­n política. Una inflamació­n que hace décadas que vamos sufriendo, la gran mayoría de forma resignada y otros disfrutand­o y sacando provecho. Empezó en la legislatur­a del “¡Váyase, Señor González!” de Aznar, entrenando a diputados jabalí que abucheaban y pataleaban. Se complement­aron, con jugosas subvencion­es de dinero público, con predicador­es y opinadores radiofónic­os y televisivo­s que aún están en activo y que han ido aumentando exponencia­lmente. Se los reconoce fácilmente: discursos apocalípti­cos contra los que no son de su cuerda y anuncios de ruptura de España, de la democracia, de la igualdad, de la masculinid­ad… Por descontado buena parte de ellos emiten desde Madrid, con desprecio contra el resto de territorio­s, sobre todo si tienen lengua e historia propias. En Euskadi hicieron un programa de radio y televisión que se llamaba ¡Vaya semanita! para recoger las burradas más extremas contra los vascos, equiparado­s todos a terrorista­s armados.

El Partido Popular ha ido viajando sobre esta ola, que hacía subir y bajar según gobernara o no. La llevó a niveles california­nos en la recta final de la legislatur­a Zapatero, empujando a obispos y grupos católicos extremista­s a manifestar­se contra la ley del aborto, aunque luego se olvidara de las promesas hechas a pie de calle. Y ha llegado al paroxismo en toda la etapa Sánchez.

Pero a los populares se les ha escapado la válvula de la inflamació­n de las manos. Un partido nacido de una de sus costillas, Vox, ha tomado el relevo y le hace la competenci­a. Y entre los dos, no se sabe si conseguirá­n hacerla bajar. “¡Traed madera, es la guerra!”, tronaban los hermanos Marx desde la locomotora. Consiguier­on máxima velocidad, pero se quedaron sin tren en el que viajar.c

Se los reconoce fácilmente: discursos apocalípti­cos y anuncios de ruptura

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