Adolescentes fuera de cobertura
Las familias que han decidido no dar un smartphone a sus hijos al llegar al instituto cuentan su experiencia
Forman parte de la resistencia. Una rara avis de familias que no han claudicado a la norma no escrita de que los niños deben empezar la secundaria con un móvil bajo el brazo. O en la mochila. Xabier, ha comenzado primero de la ESO sin dispositivo, y sus padres tienen claro que no lo tendrá hasta tercero. G. y A. son mellizos, han empezado tercero y hace justo una semana que su familia ha decidido entregarles el móvil. Eran los únicos del aula sin él. Y tendrán que esperar también hasta el penúltimo curso de secundaria Silvia y Salva, que acaban de empezar segundo. Las familias de estos jóvenes han aguantado sin sucumbir al móvil demasiado pronto (el 85 % de jóvenes entre 12 y 14, según el INE) y confían en que esta especie de revolución parental contra la imposición del móvil invite a la reflexión sobre la necesidad de tener un dispositivo propio a edades tempranas.
“Los niños sin móvil son niños más libres”, sentencia Cristina Domingo, docente de 43 años y
Existen familias que se resisten a entregar un móvil a sus hijos cuando pasan de primaria a secundaria
madre de Xabier Barrachina. A finales de diciembre cumplirá 12 años y es uno de los cuatro alumnos de su clase de primero de la ESO que aún no tiene móvil. Y la intención de sus padres es que no lo tenga hasta tercero. Hay mucha presión social para que den el móvil a Xabier: “Mi padre me ha llegado de decir que le hacemos una putada”, cuenta Domingo. Y el niño argumenta que estaría “más localizado”, pero sus padres le insisten en que aún no le toca y lo acepta reconociendo que tienen razón. “Vivimos a ocho minutos del instituto, y si le pasa algo puede entrar a un bar a llamarnos… No hay cabinas, pero si buenas personas que le ayudarán si lo necesita”, cuenta su madre.
Esta familia asegura que funcionan por necesidades, y que en estos momentos Xabier “no necesita” el móvil. Lo que más les reafirma es su preocupación por el acoso, que antes de los móviles se quedaba en la escuela, pero que ahora te persigue “hasta casa.”
La gestión de las emociones que comportan las redes sociales, entre las que Cristina Domingo cuenta Whatsapp, es lo que más les preocupa, porque consideran que un niño no tiene aún la cabeza amueblada para lidiar con ello y a edades tempranas es fácil “caer en un mal uso”. Domingo lamenta que ya en las últimas etapas de primaria haya cada vez más chicos con teléfono y tilda de “sinsentido” que con diez años tengan “una herramienta tan poderosa que no saben gestionar”. Pero cree que hay que formar y educar en el mundo tecnológico y dar herramientas, porque han nacido con una pantalla bajo el brazo y lo deben saber usar. Por eso no es partidaria de la prohibición .
“De vez en cuando nos pide tener móvil, pero sabe que es algo no negociable”, explica Domingo, que se reafirma en su idea de aguantar hasta finales de segundo. A Xabier le gustaría ser como el resto. Pero la realidad es que no echa en falta el teléfono. Y no es ajeno a este mundo ni se siente aislado. Por ahora, usa el smartphone de su padre cuando se tiene que comunicar con alguien. Y cree que los que, como él, no tienen móvil, están más concentrados en clase.
G. y A. han pasado los 14 años de su vida sin móvil. “Vivimos al lado de la escuela” y los chicos no lo han reclamado en exceso, cuenta su madre, Laura Villarreal, agente de prensa. Pero hace una semana que lo tienen por recomendación de la psicóloga de A., que consideraba que contar con el dispositivo era positivo para sus relaciones sociales porque había riesgo de que se quedara “colgado”. A. ya se ha metido en el grupo de Whatsapp de su clase, mientras que G, que va a un colegio distinto, aún no ha visto la necesidad.
Los mellizos, como el resto de entrevistados, no son jóvenes ajenos a las pantallas. Usan ordenador, tableta o videojuegos, pero siempre con supervisión. A. y G. nunca han asociado el uso del móvil al juego y no son muy de redes sociales. En primero de la ESO, el 90% de compañeros ya tenía teléfono móvil, y algunos ya contaban con dispositivo en primaria, pero en casa la cosa “fluyó de forma natural” y han pasado la mitad de la secundaria sin smartphone. Acabaron siendo los únicos sin móvil, pero no se sintieron “ni raros ni presionados”, en parte porque si en un momento dado lo han necesitado, han usado el de su madre. Además, les han inculcado que la hora de las comidas es sagrada y los teléfonos no forman parte de ella. “Siempre hemos separado el espacio de pantallas del de la vida real y somos muy de sobremesa”, explica la madre. Y cualquier uso de pantalla se hace en esta casa, en el comedor .
Silvia y Salva van al mismo instituto que Xabier, en el barrio barcelonés de Sant Andreu. Cursan