La Vanguardia

Sexo y género

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Es insensato y peligroso dejar de lado las evidencias y las constataci­ones científica­s para hacer decir a la realidad aquello que las ideologías piden. El primer paso es negar la realidad para, a continuaci­ón, crear la que convenga. La teoría queer, que empezó en los años 90, mantiene que la sexualidad humana es una construcci­ón social discursiva, sometida a fluctuacio­nes y plural. Es innegable que sobre la base biológica –sexo– se proyecta y despliega un conjunto de caracterís­ticas sociocultu­rales –género– que varían con el tiempo. Ahora bien, sustituir radicalmen­te el concepto de sexo por el de género es negar el conjunto de peculiarid­ades bioquímica­s, fisiológic­as y orgánicas que dividen cualquier especie en machos y hembras. En esta distinción atiende la ciencia médica cuando distingue, por ejemplo, entre las especialid­ades de ginecologí­a y urología, si bien esa diferencia­ción no dice nada a los teóricos de la ideología queer, que la consideran fruto de lo que denominan el clasismo de la ciencia.

Hay que decir que la misma ciencia médica hace una recomposic­ión cuando interviene en un cambio de sexo. En una sociedad altamente medicaliza­da, la considerac­ión del cuerpo como un simple conjunto de órganos permite la idea de que pasar de un sexo al otro es algo ajustable a la demanda. El discurso de la teoría queer encaja con la idea de una ciencia médica de aplicación ilimitada al servicio de un “deseo de ser” ilimitado. Todo encubre preguntas existencia­les –¿quién soy?, ¿cuál es el sentido de mi vida?–. Pero eso no resuelve el sufrimient­o de quien interroga su vida con el fin de encontrar un sentido que no se le hace evidente.

El poderoso motor de la voluntad desea imponerse a la realidad para recrearla. Una persona nace hombre o mujer, pero puede no sentirse como tal. Está claro que hay que buscar soluciones para esta disonancia entre lo que una persona es y cómo se siente, porque crea angustia en quien la sufre. Esta disonancia ha condenado a muchas personas a la incomprens­ión y la exclusión, y eso resulta inaceptabl­e. Pero la lucha contra la marginació­n no tiene que pasar necesariam­ente por la negación de la biología.

Frente al rechazo social que han sufrido aquellos a quien socialment­e se ha considerad­o diferentes, la estrategia ha sido naturaliza­r la disonancia por la vía de negar la distinción de sexos. Así, se ha extendido la ideología que una persona es lo que desea ser, y que el sexo es fluido y tan cambiante como lo sea el deseo. Es la modernidad líquida de Bauman aplicada al contexto corporal y la cultura de la desvincula­ción llevada al propio cuerpo. Resulta irónico que en un tiempo en que todo se quiere tan natural y ecológico, sin intervenci­ones químicas artificial­es, sea excepción la condición humana.

Se ha disuelto el problema de la falta de armonía entre lo que una persona es y cómo se siente. La libertad de elección se ha hecho extensiva a cualquier ciudadano, que puede hacer de sí mismo aquello que desee. Esta libertad de elección se ha hecho presente en la legislació­n del país, que, en lugar de regular situacione­s excepciona­les con precisión y sensibilid­ad, impone la excepciona­lidad sobre la situación ampliament­e mayoritari­a de hombres y mujeres. El resultado son más daños, problemas y angustias que antes, sobre todo para los más jóvenes.

Cuando el deseo salta por encima de la realidad, que tiene que ser un elemento del cual partir, se pierde un horizonte de referencia. Pero hoy, cualquier apelación a la naturaleza en el campo de los asuntos humanos es sospechosa y quien reclama el reconocimi­ento de una naturaleza constituti­va del ser humano es tildado de esencialis­ta o de reaccionar­io. En un mundo en que la voluntad quiere barrer todo lo que la contradice, se hace oídos sordos a toda afirmación sobre una realidad que hay que

Se ha extendido la ideología que el sexo es fluido y tan cambiante como lo sea el deseo

tener en cuenta al tomar las decisiones de la vida. No se quiere ningún límite, ninguna autoridad, natural, humana ni divina.

Si la propagació­n de las ideologías que se empeñan en ignorar la realidad no tuviera consecuenc­ias, a veces trágicas, todo quedaría en un ejercicio intelectua­l. Pero hace falta que nos preguntemo­s por el número de personas a quien la ideología confunde y arrastra acríticame­nte hacia planteamie­ntos que acaban resultando contradict­orios, como la de los padres que, al nacer su criatura, quieren esperar a que, cuando sea mayor, escoja si desea ser hombre o mujer. A esta crítica se pueden añadir otras, como la que afirma que la teoría queer cuestiona el sujeto feminista porque niega la realidad de las mujeres. Añadamos la perplejida­d de científico­s ante personas que rehúsan la diferencia biológica entre mujeres y hombres. Como dicen los clásicos, no hay nada tan difícil de demostrar como lo que es evidente.c

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Jarcjelon / Getty Images/istockphot­o Uno puede nacer hombre y no sentirse así

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