¡Cuando ruge la calle!
Protestas, motines, alzamientos y disturbios tienen numerosos precedentes en la España contemporánea
viva el Rey y abajo el gobierno!”. Estamos en Madrid, pero no en la calle Ferraz en medio de las protestas y disturbios de los contrarios a los pactos de Pedro Sánchez con los partidos independentistas. ni tampoco en ninguna de las concentraciones que el PP ha convocado para hoy por toda España. Es 23 de marzo de 1766. Miles de madrileños destrozan el mobiliario urbano a su paso hacia la residencia del marqués de Esquilache. Acusan al primer ministro italiano de Carlos iii de la escasez de pan y reclaman que en el gobierno del rey solo haya españoles.
“°viva España!, °Muera la camarilla!”. no, tampoco estamos en los alrededores de la sede nacional del PSOE, sino delante del Palacio Real de Aranjuez. Es 18 de marzo de 1808. El pueblo protesta por la política afrancesada de Manuel Godoy, favorito del rey. Al día siguiente Carlos iv abdica en favor de su hijo Fernando vii. El primer ministro, atacado, insultado, herido por la turba, acaba en prisión.
“Ambos son motines populares, inducidos por sectores de la aristocracia. Hay una confluencia de intereses, con una retórica nacional y contra la influencia extranjera,” explica a La Vanguardia el historiador David Martínez Fiol. “Hoy los llamaríamos escraches en las residencias de los mandatarios. Los momentos son muy diferentes, pero el discurso ultranacionalista actual también se dirige contra un primer ministro, Pedro Sánchez”, añade el profesor de Historia de la Autònoma de barcelona.
Los motines y las asonadas son comunes en la historia contemporánea de España, y en su capital en particular. Josep burgaya, profesor de Historia y Economía de la Universitat de vic, señala que la diferencia principal con la actualidad es que “entonces los motivaba sobre todo la miseria económica, y hoy la reivindicación es del todo política”. A menudo, sin embargo, la clase gobernante aprovechaba el malestar para hacer caer un partido, un gobierno o un monarca, como recoge El Madrid revolucionario y rebelde. Motines, golpes, revueltas y atentados (2019) del escritor Ángel Sánchez Crespo.
Al margen de las revueltas capitalinas, ha habido también en otras ciudades españolas. Sobre todo en el anticentro estatal por excelencia, barcelona. Entre 1835 y 1843 en la ciudad más poblada de España y en vías de industrialización, con las guerras carlistas de fondo, la recesión económica y la inestabilidad de los gobiernos de turno, el descontento impulsó varias bullas, consideradas los primeros levantamientos populares contra el Estado liberal. Roses de foc de Barcelona. Les grans explosions d’ira de la capital catalana durant un segle (2023) hace patente que las protestas periódicas durante los siglos XIX y XX fueron más norma que excepción. El autor, el periodista Andreu Farràs, apunta que lo habitual era que esta ira tumbara gobiernos y favoreciera ceses o dimisiones de ministros.
“La violencia en la calle te la encuentras sistemáticamente en muchos periodos de la historia de España. En la Setmana Tràgica es total y descontrolada. La gente utiliza los muebles, los adoquines y lo que sea para hacer barricadas y quemar unas sesenta de iglesias,” argumenta Martínez Fiol, autor de La revolución de julio de 1909 (2019). Las clases bajas se rebelan contra la movilización de tropas para combatir en Marruecos porque no pueden pagar la cuota para quedar exentos. La revuelta anticlerical y antimilitarista
“¡Viva el Rey y abajo el gobierno!”, gritan en el motín de Esquilache en 1766, y piden solo españoles en el gobierno
“En la Setmana Tràgica la violencia es total; hay barricadas con muebles y queman unas sesenta iglesias”
deja más de 160 muertos y 140 heridos solo en la capital catalana, cerca de dos mil personas encausadas, una sesentena condenadas a cadena perpetua y una decena de ejecutados.
Junto a las protestas contra los gobiernos y con ánimo de cambiar el régimen de la Restauración, como la huelga revolucionaria de 1917, a principios del siglo XX proliferan las manifestaciones anticatalanistas. “°Por España y para España, daremos hasta el último aliento de nuestra vida!”. barcelona, invierno de 1919. Militares y policías de paisano salen a perseguir, zurrar y, en algunos casos, asesinar, jóvenes catalanistas en la Rambla. “Este segmento reunido en la Liga Patriótica Española se enfrentaba con el incipiente separatismo por el dominio simbólico y físico del centro de la ciudad”, afirma Josep Pich, catedrático de Historia de la Universitat Pompeu Fabra, que investiga estos enfrentamientos. Pero es en Madrid donde entonces tienen lugar las grandes manifestaciones contra el intento de aprobar el primer Estatut de Autonomía de Catalunya. La prensa madrileña juega un papel relevante. El Liberal, El Heraldo de Madrid y El Imparcial inician una campaña anticatalanista, que conduce al cierre de comercios y a una ma
“En 1919 en la Rambla militares y policías de paisano persiguen e incluso asesinan a jóvenes catalanistas”
nifestación de ciento veinte mil personas con gritos oponiéndose a una hacienda catalana. “nada de hacienda nacional mermada, nada de privilegios tributarios”.
Pich apunta que “las movilizaciones de la derecha y la extrema derecha, y del nacionalismo español progresista jacobino, no han sido excepcionales cuando se ha cuestionado su modelo de España centralizado y en vías de uniformización”. Del periodo de la Segunda República, pone como ejemplo la campaña de prensa y la movilización popular, llenando plazas de toros madrileñas, durante los debates en las Cortes para la aprobación del Estatut de 1931.
En los años treinta las calles de muchas ciudades españolas hervían. Las protestas y las huelgas, revolucionarias, o no, eran constantes. El cenit de las movilizaciones de este periodo es el 18 julio de 1936, cuando parte de los militares salen de los cuarteles para tomar la calle y las fuerzas revolucionarias y sindicales responden haciendo lo mismo. “En la historia contemporánea de España lo más vistoso es el control de la ciudad, no del ámbito rural. El dominio de la calle es la expresión de la modernidad”, apunta Martínez Fiol.
Durante la dictadura franquista, la población española tuvo que callar. La transición, en cambio, fue un periodo abonado para que partidos, sindicatos y colectivos dispares se hicieran oír. Tanto es así que en la primavera de 1976 la revista
Triunfo atribuyó la frase “la calle es mía” a Manuel Fraga. Aunque el ministro de Gobernación de Carlos Arias navarro no parece que la llegara a pronunciar nunca.
Según el estudio Violencia política y movilización social en la transición (2009) de ignacio Sánchez-cuenca y Paloma Aguilar, en la Comunidad de Madrid se produjeron un 21% de las manifestaciones del año 1977, con un 71% de la participación de la población. En el País vasco tuvieron lugar un 25%. Catalunya, en cambio, vio solo un 10% y un 55% de participación. La imagen de una capital de orden y centrada en los negocios, la política y la administración no se corresponde, pues, con la realidad.
Tampoco es novedad la aparición de la extrema derecha en el juego político para dificultar el avance en el proceso de democratización, generar inestabilidad y presionar a fin de que los partidos frenen decisiones políticas contrarias a su ideología. El estudio La violència política de la extrema derecha durante la transición española (2012), del investigador Juan Manuel González Sáez de la Universidad de navarra, así lo evidencia. Entre 1975 y 1982 la ultraderecha asesinó en España a más de medio centenar de personas.
Entonces, ¿cuál es el hilo que a lo largo de dos siglos une motines, asonadas, insurrecciones y la violencia mencionados? Jaume Claret traza una hipótesis. “Cuando la gente necesita expresar su disconformidad en la calle es que hay un problema de intermediación y de calidad democrática”. El profesor de Historia de la Universitat oberta de Catalunya plantea que “a medida que una sociedad se refuerza democráticamente y sus mecanismos de intermediación funcionan, la gente se retira de la calle y deja de ser el ágora del malestar”. Las protestas en Madrid de esta semana no apuntan, sin embargo, a que España vaya en esta dirección.
“Si el centralismo era cuestionado, derecha, extrema derecha y progresistas jacobinos se movilizaban”