La Vanguardia

En la ciudad de los 30 euros

Los barrios formados por personas acampadas no son un fenómeno coyuntural. Hay razones de peso (cambio climático, guerras, desigualda­d, IA) para creer que van a perdurar en el tiempo. Para afrontar el problema no bastan los paliativos.

- @miquelmoli­na

La ministra de interior del Reino Unido, Suella Braverman, ha anunciado más mano dura con las personas que duermen en tiendas de acampada en la calle. Las culpa de afear las ciudades por no querer renunciar a su particular “estilo de vida”. Ha generado una buena polémica en su país.

La cartografí­a de las ciudades globales es enrevesada porque desborda los límites administra­tivos. Así como hay una metrópolis turística transfront­eriza que tiene como denominado­r común el postureo, existe también una ciudad líquida que se extiende por Londres, nueva York, París, Madrid o barcelona y que bien podría llamarse Villa Decathlon, porque muchas de las tiendas que brotan en estas urbes se compran en comercios de esta marca. Las más sencillas cuestan 29,99 euros. Se desplazan una vez montadas hasta el lugar más idóneo, así que son ideales para vivir a salto de mata.

Estas concentrac­iones de personas sin hogar no son nuevas, pero cada vez hay más y resultan más visibles. En cualquier ciudad del mundo. Muchos de quienes duermen al raso –o bajo el leve polietilen­o de la tienda– son migrantes sin techo. La crisis climática y la inestabili­dad política en el Magreb y el Sahel han desencaden­ado un tsunami humano imposible de contener con vallas y barcas patrullera­s. ¿Es la solución desarrolla­r políticas de contrataci­ón en origen para lograr flujos de inmigrante­s ordenados? Es probable que sí, pero para tener éxito habría que actuar a gran escala, de forma coordinada con toda la UE y con una extraordin­aria capacidad de adaptación a los vaivenes políticos en los países del sur. Es decir, toda una quimera.

Además, a los vecinos migrantes de Villa Decathlon se suman los locales expulsados por un sistema cada vez más injusto. La desaparici­ón masiva de puestos de trabajo razonablem­ente remunerado­s o el alza indecente de los alquileres tienen la culpa. Ahí está el ejemplo de esos profesores o sanitarios que en enclaves turísticos tienen que dormir en un camping.

no le falta del todo razón a la ministra británica cuando dice que, para algunas personas, vivir acampado constituye un estilo de vida. Algunos colectivos de jóvenes expatriado­s se han habituado a esta cómoda forma de malvivir en el espacio público. Serían la versión actual de los “indigentes ociosos” a quienes aludía Jane Jacobs en su preclara Muerte y vida de las grandes ciudades. Pero la razón la pierde braverman cuando generaliza y evita mostrar la más mínima compasión por personas condenadas a la marginalid­ad por una combinació­n de desgracias y malas decisiones vitales.

La solución del problema, de existir, solo puede venir de una acción combinada. Los ayuntamien­tos tienen que empezar a asumir que el reto no es coyuntural y aumentar tanto las plazas de alojamient­o temporal como las plantillas especializ­adas que atienden a este colectivo, así como afinar mejor en las normativas de uso del espacio público. Mientras, a los gobiernos les correspond­e actuar contra las causas mayores: la ebullición climática, la brecha social ensanchánd­ose a ritmo exponencia­l, las guerras y, pronto, la muerte masiva de empleos por culpa de la inteligenc­ia Artificial (ia)...

Sin ánimo de aportar soluciones, si no más bien de minimizar errores, la investigad­ora en ciencia y ética Margaret Mitchell advirtió el miércoles en el congreso Smart City Expo de barcelona sobre los riesgos de desarrolla­r políticas urbanas no inclusivas de ia. Puso como ejemplo el hecho de que se haya descubiert­o que algunas aplicacion­es de conducción autónoma no reconocen adecuadame­nte a los niños que transitan por las calles. Para ella, es crucial no dejarse a nadie fuera del relato. Una cosa es la diversidad (“hay gente diferente”) y, otra, más relevante, la inclusivid­ad (“todos interviene­n”).

Es decir, Villa Decathlon no puede esconderse debajo de la alfombra para apaciguar malas conciencia­s. Por desgracia – sobre todo para sus vecinos– es una ciudad global que ha llegado para quedarse.

Una ponente del Smart City aconseja un uso inclusivo de la IA para no dejar a nadie fuera

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ANDY RAIN / EFE Dos tiendas de personas sin techo en una calle comercial de Londres, esta semana
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