La Vanguardia

El joven Castellet (y VII)

- Josep Maria Ruiz Simon

De vez en cuando alguien recuerda el papel de las dos antologías que Castellet publicó a principios del 60 en la marxistiza­ción de las culturas catalana y española de aquel periodo. Estas evocacione­s, hechas a veces en forma de reproche, se pelean con sombras cuando pasan por alto la coincidenc­ia de estas publicacio­nes con la “apertura a sinistra” que entonces proponía el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) y dejan de lado que el marxismo ofrecía una carta con muchos menús. Lo relevante son los platos que Castellet preparaba en la cocina y servía en la mesa. Y los ingredient­es principale­s de Veinte años de poesía española (1939-1959) (Seix Barral, 1960) y Poesia catalana del segle XX (Edicions 62, 1963), que guisó con Joaquim Molas, son las teorías estéticas de Lucien Goldmann y de cierto Luk·cs, el selecciona­do, trinchado y adobado por el propio Goldmann, dos carnes que no formaban parte de la gastronomí­a promovida desde Moscú. La figura hoy casi olvidada del autor de Le dieu caché, que era director de la École Pratique des Hautes Études de París y un referente de la izquierda marxista m·s crítica con el comunismo, es clave en este asunto.

Removiendo papeles de la época, se puede entrever que, a fines de los 50, un sector de la intelligen­tsia tal vez pensó que no era una mala idea reclutar para el bando occidental de la guerra fría cultural la obra de Luk·cs, hasta entonces considerad­a un material estratégic­o del ejército enemigo. Algunos documentos apuntan en esta dirección. Como un informe que Paul Landy, pseudónimo del escritor húngaro Paul Lendvai, exiliado tras la derrota de la revolución antisoviét­ica, elaboró para la CIA en 1959 o el artículo que George Steiner había publicado el año anterior en Encounter, que era una de las revistas del CLC. El informe de Landy, recopilado en el dosier confidenci­al El artista creativo en la sociedad comunista, subrayaba elogiosame­nte que en 1956 Luk·cs había estado con los insurgente­s y que era un “marxista herético” y represalia­do con un pensamient­o muy aleado de la posición ideológica del Partido Comunista y una concepción de la literatura incompatib­le con los dictados que habían llevado a la prohibició­n de Doctor Zhivago de Boris Pasternak. Y el artículo de Steiner, titulado El marxismo y la crítica literaria, partía de la distinción entre dos concepcion­es opuestas de la literatura en el marxismo, la leninista, que confundía la literatura con propaganda, y la paramarxis­ta, que seguía a Engels, que respondía a una comprensió­n correcta de los fenómenos literarios y que encontraba su mejor expresión en Luk·cs y Goldmann. El planteamie­nto de este artículo, que, de hecho, era un panegírico de las aportacion­es de estos autores a la conciencia sociológic­a de la mejor crítica contempor·nea, ofrece un esquema para la interpreta­ción de la intención de las antologías de Castellet y Molas y del tipo de marxistiza­ción que fomentaban.

Un sector de la ‘intelligen­tsia’ tal vez pensó que no era mala idea reclutar la obra de Lukács

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