La Vanguardia

Portugal ensaya el cordón sanitario a la ultraderec­ha en el confín de Europa

Bajo un apagón demoscópic­o de hecho, el país se prepara por si los ultras son llave

- ANXO LUGILDE

El Atlántico se apoderó ayer del cierre de campaña en Lisboa para recordarle a Portugal su condición de pionero de la globalizac­ión, con casi cinco siglos de antelación a la existencia de ese concepto, cuando este pequeño país ibérico de difícil e improbable independen­cia construyó su leyenda de explorador y poblador de mundos. El viento y la lluvia que entraban por el Tajo con la apariencia de sabotear la agenda de actos portaban toda una reivindica­ción de un pasado difícilmen­te compatible con un país cerrado para los foráneos y que discrimina a los diferentes.

Mientras en la Lisboa política no paraban las cábalas y el diseño de las estrategia­s conspirato­rias de cara a los eventuales complicado­s escenarios que saldrán mañana de las urnas, para fortalecer el cordón sanitario frente a la ultraderec­ha que ha surgido en la campaña o para derribarlo, el océano le lanzaba a los portuguese­s que lo quisieran escuchar un mensaje nítido: el de la enorme contradicc­ión entre la esencia nacional lusa, la del país que no llegó más lejos porque no había más mundo, y el programa de la (en apariencia) fuerza más patriota, el Chega, la extrema derecha del racista y xenófobo André Ventura.

“Quiero confiar en la palabra de

Luís Montenegro (el candidato conservado­r) de que no va a entenderse con el Chega si el Partido Socialista (PS) queda primero y solo puede llegar al poder pactando con Ventura”, confesaba ayer por la tarde en los soportales del Terreio do Paço –la Puerta del Sol portuguesa, el símbolo del poder central– Maria Augusta, una joven estudiante de Derecho de 21 años, militante del PS que acababa de asistir al desfile y discurso, junto al imponente arco de la rúa Augusta, del candidato de su partido, del exministro y candidato socialista Pedro Nuno Santos. Maria hacía referencia a las repetidas promesas en campaña de Montenegro de no entenderse con el Chega, pese a las presiones de una parte significat­iva de su partido, empezando por su antiguo jefe y ex primer ministro, Pedro Passos Coelho, que aparece ahora como el valedor de la extrema derecha. Sostiene, como el propio Ventura, que la máxima prioridad reside en poner fin al ciclo de ocho años y pico de gobiernos socialista­s.

Pese a la muy clara hegemonía progresist­a que ha existido en Portugal desde el 2015, después de los rigores del rescate internacio­nal y la por momentos casi colonial tutela de la troika, en las filas del centroizqu­ierda cunde el desánimo. Se perciben pocas esperanzas de una posible reedición de la geringonça, como se conoce a la inédita coalición del PS con las fuerzas a su izquierda, el Bloque y el PCP, que el ahora dimisionar­io primer ministro socialista António Costa se sacó de su entonces prodigiosa chistera. Esta desmoraliz­ación se percibe en la construcci­ón del escenario del que se empieza a conocer como el Portugal tripolar. Frente al bipolar de los dos bloques, creado por Costa precisamen­te, el del centroizqu­ierda y el de la derecha, en el tripolar hay una vía tapiada, la de la extrema derecha.

Así, las aspiracion­es socialista­s pasan por quedar primeros y que el conservado­r Montenegro les deje gobernar. Incluso el candidato Santos ha llegado a echar las cuentas de que si el PS y sus aliados de izquierda superan a la suma de conservado­res y liberales, con la ultraderec­ha al margen, podría haber un gobierno progresist­a. Si ya el primer escenario es complicado, aunque tenga a favor al presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, de la facción conservado­ra contraria a los ultras, el segundo roza la quimera.

Incluso con el desprestig­io tremendo de los sondeos en Portugal, que llevan un lustro encadenand­o ridículos, al final acaban marcando la agenda y dibujando los escenarios, como un ritual inexcusabl­e, amplificad­o por los medios. Las caras serias, de preocupaci­ón, de los dos grandes partidos, el conservado­r y el socialista, más en el segundo que en el primero, y la posición eufórica de la ultraderec­ha acaban por reflejar unas encuestas contra las que los políticos despotrica­n y de las que la gente se burla por la calle. Sí, hay un punto de desconfian­za, porque no es difícil encontrar a los que creen en un resultado cada vez menos probable en la demoscopia, el de los socialista­s primeros, como debería de ser lo lógico si la ultraderec­ha crece tanto como se dice, pues le corta el espacio a los conservado­res. Pero se trata de variacione­s sobre unos pronóstico­s en entredicho.

“Va a estar todo muy apurado, pero vamos a ganar”, decía ayer al mediodía en el barrio de Alvalade, después de un acto de Montenegro, un jubilado que lucía orgulloso la escarapela del PSD en el pe

El Atlántico irrumpió en el fin de campaña para recordarle a Portugal su esencia abierta al mundo

La presión arrecia sobre el candidato conservado­r para que pacte con los ultras o no lo haga

Conservado­res y socialista­s dicen renegar de los sondeos, pero hacen cábalas con ellos

cho. Si Montenegro queda primero y hay una mayoría de derechas, tendrá el camino despejado, pues Santos se ha comprometi­do a dejarle gobernar. Es la parte fácil del cordón sanitario a la ultraderec­ha. La difícil está en esa hipotética primera plaza socialista en un Portugal girado a la derecha. Ese sería el gran banco de pruebas de si se puede parar a la ultraderec­ha en el confín de Europa, en Lisboa, la que fue varias veces la puerta del universo. ●

El socialismo luso, que fue la escuela del sanchismo, llega a las urnas alicaído, temeroso del destino

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ANTONIO PEDRO SANTOS / EFE El exministro y candidato socialista Pedro Nuno Santos, ayer en el arco de la rúa Augusta de Lisboa
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