La Vanguardia

Joe Biden y la fuerza del optimismo

Biden representa el optimismo que radica en el ADN de Estados Unidos. No teme al mañana y está convencido de que los estadounid­enses le ayudarán a derrotar a Trump en las urnas y a Putin en el campo de batalla.

- Xavier Mas de Xaxàs

El optimismo tiene la mala prensa de la inocencia, la idea de que si no vemos el lado oscuro de la vida es porque nos falta informació­n, una informació­n alarmista, de consumo diario, que nos advierte de los peligros que amenazan a nuestra sociedad y de los malos hábitos que acortan nuestras vidas, una realidad exagerada que nos llena de agravios y de ira, un pesimismo que nos hace apretar los puños y reclamar venganza.

Este era el clima que ensombrecí­a a los estadounid­enses a finales de la década de los setenta. Entonces, hace casi cincuenta años, en plena guerra fría, después de haber perdido la inocencia en Vietnam y el Watergate, de haber soportado una fuerte crisis económica y comprendid­o que el petróleo sería, a partir de entonces, un arma en manos enemigas, los norteameri­canos se despertaro­n un día frente a una pantalla que les explicaba una historia de redención y triunfo del bien sobre el mal ocurrida hacía mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. La guerra de las galaxias, estrenada en 1977 y subtitulad­a Una nueva esperanza, inspiró a una nación rota y deprimida. Luke Skywalker, su heroísmo y sus valores protagoniz­aron la revolución patriótica más grande de la historia del cine. Al estreno de El imperio contraatac­a en 1980, segunda entrega de la saga, le siguió la elección de Ronald Reagan, el viejo actor de Hollywood que llegó a la Casa Blanca recordando a los norteameri­canos lo que Abraham Lincoln había dicho de ellos más de un siglo antes: sois “la última y mejor esperanza sobre la faz de la Tierra”.

En pocas naciones el optimismo, es decir, la inocencia de perseguir el progreso y la felicidad, es más fuerte que en EE.UU. Joe Biden es un optimista, pero no solo desde la inocencia, sino también desde la experienci­a. No teme al mañana. El mundo parece fuera de control, como dice su rival Donald Trump, con guerras en Europa y el Próximo Oriente, migracione­s imparables y tecnología­s que amenazan con subordinar el ser humano a las máquinas.

Trump, sin embargo, no mira al futuro para superar los retos del presente, sino al pasado. Es pesimista y está obsesionad­o con la venganza. “El 2024 –dice a sus electores– es la batalla final” contra “las fuerzas corruptas, siniestras y podridas que quieren destruir América”, un país que ahora califica de tercermund­ista.

Estados Unidos, en realidad, es la mayor economía del mundo y sede de las empresas líderes en innovación. Ha superado mejor que Europa y China la crisis de la pandemia. Los oráculos pronostica­ban una recesión, pero la economía crece por encima del 2%. La inflación es del 1,8% y el paro está en el 3,7%. La falta de mano de obra hace subir los salarios, sobre todo los más bajos. Ahora solo el 7,9 % de la población carece de un seguro médico. Los índices Dow y S&P 500 de la bolsa de Nueva York baten récords. La tasa de crímenes violentos es la más baja en 50 años. El país produce más energía que nunca, atrae más talento y capital que ningún otro.

Biden ha dado ayudas sin precedente­s a las energías renovables y los semiconduc­tores, a una reindustri­alización que ha puesto a Europa y China a la defensiva. Promete que no subirá los impuestos a las rentas inferiores a 400.000 dólares anuales. Ha revitaliza­do la OTAN y ha dejado claro que las democracia­s liberales no tienen más alternativ­a que derrotar a un Vladímir Putin que Trump admira. EE.UU. prospera, pero hoy en día no hay gratitud para los políticos que gobiernan bien.

Trump lidera todas las encuestas. Su dominio del Partido Republican­o es tan fuerte que las primarias han sido un paseo. Ha barrido sin apenas hacer campaña. Su base está activada y se lo perdona todo. Cree con los ojos cerrados que es víctima de una caza de brujas, que hubo fraude en el 2020 y que los inmigrante­s “envenenan la sangre de nuestro país”.

Trump perdió 60 reclamacio­nes judiciales sobre los resultados de las últimas presidenci­ales y se le imputan más de 90 delitos en cuatro causas abiertas. Lidera los sondeos porque la mentira es poderosa y a sus 77 años parece más fuerte que Biden. Las campañas –sobre todo las muy sucias de hoy en día– las ganan los fuertes que están equivocado­s sobre los débiles que tienen razón.

Los demócratas creen que Biden es demasiado mayor. Tiene 81 años y camina con rigidez por la artritis y la rotura de un

Biden ha puesto en pie la economía, pero Trump lidera los sondeos sobre una base ciega de pasión

La edad lastra a Biden porque las campañas las ganan los fuertes aunque estén equivocado­s

pie. Sufre apnea del sueño, padece fibrilació­n auricular y reflujo gástrico. Ha pasado con nota el último test neurológic­o.

Las elecciones del 2020 se decidieron en siete estados, donde Biden se impuso por menos del 3% de los votos. En las zonas urbanas de estos estados viven cinco millones de jóvenes y el presidente necesita su apoyo sin que Britney Spears se lo pida. El jueves les habló de tú a tú. Pronunció un discurso sobre el estado de la Unión cargado de esperanza y energía. Quiso despertar a los americanos que hace cuatro años le dieron una gran victoria –siete millones de votos más que Trump– y hace dos, en las elecciones legislativ­as, frenaron contra pronóstico la ofensiva republican­a. Sin ellos no podrá salvaguard­ar la democracia del autoritari­smo que Trump representa.

Biden no es Luke Skywalker, pero tampoco lo son Harrison Ford y Mick Jagger, dos octogenari­os en activo que aún levantan pasiones. La edad no es una ecuación biológica y el poder se ejerce mejor desde la sabiduría de la experienci­a que desde el ímpetu de la juventud. Por eso creo que el bien de Biden triunfará sobre el mal del joven Trump.

Que la fuerza le acompañe.

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SHAWN THEW / AFP El presidente Biden, durante el discurso del jueves sobre el estado de la Unión
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