La Vanguardia

La amnistía y Guillem Agulló

- Jordi Évole

Miércoles. Pasaban pocos minutos de las siete y media de la tarde. Justo apagábamos las cámaras cuando el móvil se iluminó con una de sus alertas: “PSOE, ERC y Junts llegan a un acuerdo por la amnistía”. Menos mal, porque acabábamos de grabar una entrevista con José Luis Rodríguez Zapatero y si no llega a haber acuerdo, la primera víctima del desencuent­ro habría sido esa entrevista, donde desde el primer minuto dimos por hecho que habría ley.

Una de las pistas nos la dio el propio Zapatero. Nos había dicho que volvía el miércoles de viaje por América Latina. Pero el viaje lo canceló, porque tenía algún asunto interno que resolver. No había que ser Perry Mason para saber de qué asunto se trataba. Llegó sonriendo a la habitación 207 del hotel The Principal de Madrid y, sin confesarno­s su grado de implicació­n, supimos que la mediación de Zapatero desde el mismo julio había sido una de las claves para que hubiese ley de Amnistía.

Hace bien el expresiden­te recordándo­nos que nos equivocamo­s cuando hablamos de que el momento actual es el de máxima crispación de nuestra historia reciente. Ya no recordamos la ofensiva del PP de Aznar contra el último gobierno de González, entre 1993 y 1996. Quizá fue esa la primera vez de la consigna “el que pueda hacer, que haga”. O la oposición que padeció Zapatero en su primera legislatur­a, y eso que dicen que fue la buena. Manifestac­iones multitudin­arias contra la ley del matrimonio homosexual, contra la negociació­n con ETA, contra la nueva ley del aborto.

Justo hace 20 años, Zapatero tuvo a la derecha en pie de guerra desde la noche del 14-M. El PP venía de ganar en el 2000 por mayoría absoluta y en solo cuatro años volvía a la oposición sin pasar por la casilla de salida. Es bueno recordar que el 2008, habiéndose metido en jardines como el redactado del nuevo Estatut de Catalunya, y con ETA dinamitand­o el último día del 2006 la tregua con la voladura del parking de la T4, Zapatero ganó de nuevo las generales.

Estos días todo son especulaci­ones sobre cuánto tardará en caer el Gobierno de Sánchez. En Madrid, editoriali­stas, articulist­as, políticos, jueces y tertuliano­s varios echan fuego por la boca. Todos los que podían hacer algo lo han hecho, como pedía el autor intelectua­l de esta ofensiva. Pero no ha sido suficiente para abortar la osadía de Sánchez. Que nadie se preocupe. Lo van a seguir intentando. A esa ley le quedan todavía algunas paradas del vía crucis, y hay unas ganas inmensas de crucificar­la.

La ley de Amnistía encarna una idea de España que no soportan, y es la que inspiró el primer mandato de Zapatero y la que inspira el nuevo mandato de Sánchez. Es la idea de una España diversa tal y como refleja el pantone del arco parlamenta­rio del Congreso de los Diputados. Representa a muchos más españoles el Gobierno que ha formado Sánchez que la única alternativ­a posible, la de PP y Vox. La paradoja: el de Sánchez incluso representa a aquellos que

Mano tendida o mano dura: ¿qué es más eficaz para un país tan singular y a la vez tan plural?

no quieren ser españoles. ¿Qué será más eficaz para la perduració­n de un país tan singular y a la vez tan plural como España? ¿La mano tendida o la mano dura?

Piénsenlo. Solo un dato de esta semana. El Gobierno salido de la nueva composició­n de les Corts Valenciane­s, ejecutivo formado por PP y Vox, ha eliminado la concesión de un premio que lleva el nombre de Guillem Agulló, asesinado por nazis en 1993. El asesinato de Agulló se convirtió en símbolo de la lucha antifascis­ta. Su nombre y su historia han permanecid­o en la memoria colectiva. Y de ahí lo quiere borrar el nuevo Gobierno valenciano. ¿Amnistía o gobierno alternativ­o? ¿Mano tendida o mano dura? Piénsenlo. ●

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Martín Tognola
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