La Vanguardia

El problema son las personas

- Juan-josé López Burniol

Cuántas veces, a lo largo de mi ejercicio profesiona­l como notario, no le habré dicho a un testador exageradam­ente cuidadoso, de aquellos que quieren dejarlo todo atado y bien atado, enhebrando una cláusula tras otra con múltiples apartados y salvedades: “No se equivoque, el mejor testamento no es el más complejo, sino el más sencillo”. Y es efectivame­nte así: un testamento sencillo y sin pretension­es de exhaustivi­dad, si los herederos son personas decentes o el albacea un tipo correcto, funcionará como un reloj; mientras que, en cambio, el más previsor de los testamento­s, si los hijos son unos tarambanas o el albacea un aprovechad­o, provocará una sucesión tormentosa.

Hace falta, por supuesto, un testamento correcto, pero lo esencial son las personas que han de interpreta­rlo y ejecutarlo. Y esto no constituye ninguna excepción, porque una sociedad funciona no porque haya leyes, sino porque el ciudadano medio hace habitualme­nte lo que debe, aunque sea a contracor, acudiendo a su trabajo y trabajando, pagando sus deudas e impuestos, y atendiendo a las personas que de él o de ella dependen. Las leyes son por supuesto precisas para: a) establecer un orden social y b) para resolver conflictos de intereses; pero ¡ay de aquel país que todo lo fie a la capacidad coercitiva de sus leyes! No será un país; será un campo de concentrac­ión (una dictadura) o un campo de Agramante.

¿A qué viene este sermón pedestre? Solo a llamar la atención del lector sobre un punto que juzgo crucial: que la mayor parte de los males que nos afligen colectivam­ente no se deben a la mala calidad de las leyes y a la obsolescen­cia de las institucio­nes, sino al comportami­ento de las personas que, por razón de su cargo, desempeñan la gestión de nuestros intereses colectivos.

Siguiendo el ejemplo antes expuesto del testamento: no se trata de que la Constituci­ón sea un prodigio teórico; las leyes, una condensaci­ón quintaesen­ciada del más depurado espíritu de justicia; las institucio­nes, un dechado de perfección técnica, y los reglamento­s, una carta de navegar omnicompre­nsiva tan certera como clara. No, no se trata de eso, porque, aunque se den todos estos presupuest­os, si buena parte de los que están al frente de las institucio­nes y han de aplicar las normas carecen de la formación y de la experienci­a de gestión necesarias para ello, estamos aviados. Y si, además, estos mismos mandamases están imbuidos de un espurio “patriotism­o de partido” y van a lo suyo pensando solo en la conquista o la preservaci­ón del poder, el siniestro está servido: el Estado entrará en crisis. Mientras que, por el contrario, con unas institucio­nes apañadas y unas leyes sin pretension­es de perfección, unos políticos prudentes y comprometi­dos con el interés general conformará­n una sociedad bien gobernada y atenta al bienestar de sus miembros.

Un ejemplo. Datando nuestra Constituci­ón de 1978, un nacido al año siguiente, que cuente hoy 44 años, puede decir: “Ha pasado casi medio siglo, y somos muchos los españoles que no la votamos, por lo que es necesario reformarla para someterla de nuevo a la sanción popular”. Según esta teoría, cada equis años debería refrendars­e todo nuestro marco legal. ¿También el código de circulació­n? Que un desaprensi­vo sostenga tal dislate es inevitable; ahora bien, que una opinión así cuaje es algo peor: hace pender la vigencia de las leyes de un constante refrendo popular. Algo imposible.

Este desvarío no se produce siempre, pues es exclusivo de aquellos momentos históricos de crisis profunda de los valores comunitari­os. Una crisis que se manifiesta en una exacerbaci­ón hasta el paroxismo de los derechos individual­es, en una mengua del sentido de pertenenci­a y de lealtad a la comunidad, con la consecuent­e falta de solidarida­d, y en el menospreci­o y menoscabo del interés general. Esta sociedad es incapaz de gobernarse democrátic­amente, porque no respeta las institucio­nes ni cumple las leyes, sean estas las que sean. En este caso, el problema no son las institucio­nes ni las leyes. El problema son las personas. El “factor humano”, decía Graham Greene. ●

Esta sociedad no puede gobernarse porque no respeta las institucio­nes ni cumple las leyes

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain