La Vanguardia

Torrente ‘unplugged’

- Rocío Martínez-sampere

Santiago Segura escribió, protagoniz­ó y dirigió la serie de Torrente. Las cinco películas, estrenadas entre 1998 y el 2014, son las más lucrativas y las más taquillera­s de la historia del cine español. Torrente tiene dos calles en España, tiene un cómic, un videojuego, una figura en el Museo de Cera… pero tiene también algo más: Torrente es un adjetivo en nuestro lenguaje común, incluso para los que no han visto las películas. Torrente como sinónimo de las vergüenzas nacionales, como sinónimo de lo más cutre. Como ya pasaba en los esperpento­s de Valle-inclán, la parodia siempre trajo esta mezcla imposible de atracción y rechazo a partes iguales.

Se habla más de Koldo que de la amnistía, no digamos ya que de los presupuest­os. También hablábamos más del Bigotes que de la crisis bancaria. Parece, aunque aún es pronto y además las informacio­nes sobre la pareja de Ayuso acaban de salir en el momento que escribo estas líneas, que esto puede mover más el tablero electoral que otros temas de consecuenc­ias más profundas y colectivas. Lo dicho, el torrentism­o. Súmenle los ingredient­es que quieran: la inmoralida­d extra de ser corrupto en pandemia, de estar en dos consejos de administra­ción de empresa pública – aquellas que son de todos– o folklores varios y todos indecentes. A mí, por ejemplo, me tiene loca esta variable fija que son las marisquerí­as… ¿Se han fijado que siempre es ante una fuente de marisco y no ante una menestra?

También hay una pauta común en las respuestas políticas ante la corrupción. Contundenc­ia verbal, sobre todo si es un caso del adversario (escuchar al PP estos días sonroja, la verdad). Comisiones de investigac­ión parlamenta­rias –a las que soy muy contraria, por escéptica; solo contribuye­n al pimpampum y no tienen sentido si hay un proceso judicial en marcha–. Y propuestas para “endurecer” no se sabe bien qué (como la propuesta de limitar aforamient­os e indultos que ha hecho Sumar). En resumen: nos preocupan y ocupan los desgraciad­os infinitame­nte másquelasd­esgracias.

Minimizar la desgracia sería derogar, revisar y tramitar por procedimie­nto regular, o sea, parlamenta­rio, lo que se hizo en pandemia. En los 1.215 días que duró la emergencia sanitaria se aprobó un decreto ley cada 13 días. Vinculados estrictame­nte con la protección de la salud no hay más de cuatro. Y aunque es cierto que muchos estaban destinados a la emergencia social y económica, otros muchos no. Les doy ejemplos: se cambió la composició­n de la comisión delegada del Gobierno para Asuntos de Inteligenc­ia y se creó la Fundación España Deporte Global, y, vinculada a ella, la comerciali­zación de los derechos de explotació­n de contenidos audiovisua­les del fútbol profesiona­l.

Alguno de los decretos ley más vinculados con la acción defensiva del Gobierno ha tenido cerca de cien modificaci­ones parciales en cuatro años, y el precepto que flexibiliz­a las normas de contrataci­ón en las administra­ciones es el que ostenta el récord en esta anomalía. Y podríamos multiplica­r esta narrativa por 17, para cada comunidad autónoma. ¿No les parece más sensato decidir qué se mantiene y qué se deroga? ¿Controlar desgracias más que desear que no existan desgraciad­os?

Minimizar la desgracia también sería dejar de embarrar más el lodazal en que se está convirtien­do nuestro debate público. Deprime a cualquiera ver una sesión de control. Para eso no hay recetas jurídicas ni institucio­nales, igual solo apelar al pudor y al honor de sus señorías. °Qué cosa tan antigua! Como dice mi hijo, “eres muy siglo XX, mamá”. ●

Minimizar la desgracia sería derogar, revisar y tramitar lo que se hizo en pandemia

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain