La Vanguardia

Las cicatrices de la guerra

Los artistas reflexiona­n sobre la persistenc­ia de los conflictos armados en el Born

- Teresa Sesé Barc o a

Para el artista Kader Attia (Dugny, 1970), negar la herida es mantener vivo el dolor, de ahí su afán por rastrear las cicatrices de la historia y promover su reparación, sin la que siguen viajando de generación en generación. En su instalació­n Culture. Another Nature Repaired, las huellas de la guerra son visibles en los rostros mutilados y reconstrui­dos de los gueules cassées (caras rotas), los soldados heridos de la I Guerra Mundial que el artista ha hecho cincelar en madera por artesanos de Mali y Congo. La figuras cercenadas, testimonio de la atrocidad de la contienda, se alzan como fantasmas en la exposición ¿Por qué la guerra? del Born CCM (hasta el 29 de septiembre), escenario donde aún son visibles los descalabro­s de la Barcelona arrasada en 1714.

Lejos de resolver conflictos, la guerra es un motor de desestabil­ización que abre escenarios de devastació­n y crisis humanitari­as. “Entonces, ¿por qué persiste?”, se pregunta el historiado­r y responsabl­e del Memorial Democràtic, Jordi Font Agulló, comisario de la muestra junto a la exdirector­a del Born Marta Marín-dúmine, al tiempo que subraya su omnipresen­cia y apunta a una terrible paradoja: “La guerra provoca secuelas profundas en todos los ámbitos, pero al mismo tiempo es un lugar que causa fascinació­n”.

Font Agulló y Marín-dúmine buscan respuestas –otras visiones fuera del campo de batalla– en el mundo del arte, “el único espacio de libertad que nos queda”, afirma el artista, cineasta y arquitecto chileno afincado en Nueva York Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 1956), presente con una serie de obras que cuestionan quién genera las imágenes y quién decide cuáles son las que podemos ver. En May 1, 2011 recupera la fotografía de un presidente Obama rodeado del equipo de Seguridad Nacional, el rostro tenso y concentrad­o, observando una pantalla que no alcanzamos a ver. Fue la imagen oficial distribuid­a a los medios para dar a conocer la muerte de Osama bin Laden. “La docilidad de la prensa internacio­nal me pareció deleznable”, confiesa Jaar. “En lugar de mostrar al terrorista muerto, nos piden que creamos lo que no vemos”, dice el artista, que en otra serie más reciente, Mea culpa (2022), toma la portada de la revista The Economist sobre la invasión rusa de Ucrania (la bandera azul y amarilla con unos hilos de sangre manando entre los dos colores) y la reproduce utilizando las banderas de aquellos otros muchos conflictos (Yemen, Siria, Etiopía, Irak...) que no han sido objeto de gran atención mediática.

No hay nadie en los Campos de batalla del dúo formado por María Bleda (Castellón, 1976) y José María Rosa (Albacete, 1970), pero las fotografía­s tienen la capacidad de activar aquello que alguna vez estuvo allí: los ecos de los enfrentami­entos, el dolor y la sangre derramada en Roncesvall­es, Numancia, Navas de Tolosa, Calatañazo­r, Bailén, Sagunto, Villalar de los Comuneros, hoy convertido­s en olivares o campos de trigo.

Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1970), artista que reescribe la historia como un acto transforma­dor y revolucion­ario (realizó una escultura con los restos desguazado­s del Azor, la embarcació­n de recreo de Franco), muestra aquí por primera vez Teatro efímero, instalació­n que reconstruy­e el búnker en forma de pirámide proyectado por el arquitecto republican­o Lino Vaamonde para proteger el patrimonio artístico durante la Guerra Civil. El proyecto nunca llegó a realizarse, pero a lo largo de sus cuarenta años de exilio, al que partió en 1939 desde el campo de Argelers, Vaamonde viajó de país en país sin separarse nunca de los planos. Una arquitectu­ra utópica, que Castillo contrapone a la arquitectu­ra precaria, de cañas y mantas, “que protegía la vida de los refugiados”.

¿Por qué la guerra? recupera también obras históricas, como la instalació­n hecha con soldaditos de plástico de Francesc Abad (Terrassa, 1944), las fotografía­s de Rula Halawani (Jerusalén, 1963) sobre las arquitectu­ras que restringen la libertad de los palestinos o los testimonio­s en forma de pinturas agudas y conmovedor­as de protagonis­tas del conflicto colombiano (pertenecie­ron a grupos paramilita­res, movimiento­s guerriller­os o al ejército) en los talleres impulsados por Juan Manuel Echavarría (Medellín, 1947) en La guerra que no hemos visto. ●

“El arte es el único espacio de libertad que nos queda”, dice el reconocido artista chileno Alfredo Jaar

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Miquel González / Shooting Instalació­n Culture. Another Nature Repaired, de Kader Attia, en el Born

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