Barcelona: con los símbolos no se juega
En una ciudad en la que no abundan los referentes que crean comunidad, el Barça femenino se ha convertido en un modelo para muchos y muchas jóvenes. Por eso deberían inquietar los nubarrones que se ciernen sobre el futuro de la sección
La sección masculina del Barça ha logrado asomar este año la cabeza entre los ocho mejores equipos de Europa, pero está por ver qué recorrido tiene un club que va descolgado en la Liga y que, consciente de sus carencias, mira con temor reverencial a sus rivales de Champions. Solo los jovencísimos jugadores por los que ha apostado –con valor y determinación– Xavi Hernández generan ilusión en un club lastrado por una deuda abismal y una gestión que, con benevolencia, calificaríamos de esperpéntica.
El diagnóstico es muy diferente si se sitúa el foco sobre el equipo femenino, considerado como una auténtica selección mundial, virtual campeón de Liga (hoy juega el clásico contra un Real Madrid que ha llegado tarde y mal al fútbol de mujeres) y uno de los favoritos para ganar la Champions. El equipo que dirige Jonatan Giráldez, además –y esto es lo más relevante–, ha generado a su alrededor una dinámica ilusionante de identificación no solo con el club, sino también con la reivindicación de una sociedad más igualitaria y un balompié menos rancio.
Todo ello se ha podido comprobar las pocas veces que el equipo de Alexia Putellas y Aitana Bonmatí ha podido jugar en el Camp Nou o en el Estadi Olímpic, con asistencias de récord que han asombrado al mundo y unas gradas plagadas de niñas y de niños. En el precioso pero diminuto Johan Cruyff se puede constatar en cada partido esa atmósfera tan especial.
En definitiva, la junta de Joan Laporta heredó un equipo que sería el sueño de cualquier presidente: una superplantilla admirada en todo el mundo, mientras que el Madrid de Florentino Pérez paga cara la nula capacidad de sus directivos de detectar el impacto global que ya tenía el fútbol femenino en la década anterior. Los
Balones de Oro ganados por Alexia y Aitana han ratificado la proyección estelar de este Barça en un deporte que está impulsando una auténtica revolución social.
Pero, pese a todo ello, se extiende la sensación de que el club rebaja la ambición de su apuesta por el femenino. Cuesta creerlo, pero los hechos lo confirman. El Barça dejó escapar sin un relevo a su altura al artífice de la plantilla, Markel Zubizarreta (ahora en la selección), y va a perder también, con una resignación que asusta, a Jonatan Giráldez, sin que a día de hoy se conozca a su sustituto o sustituta.
Ni siquiera es segura la continuidad de un símbolo como Alexia, a quien se racanea una mejora de contrato que, incluso en el caso de ser aceptada, la seguiría situando por debajo del jugador hombre peor pagado, y eso a pesar de que vende más camisetas con su nombre que cualquier futbolista, con la excepción, según parece, de Lewandoski, Pedri y Gavi.
Tampoco invitan al optimismo mensajes lanzados desde la directiva –la misma que invitó a Messi a marcharse– en el sentido de que no se competirá con los clubs ingleses que sí apuestan a fondo por sus jugadoras, ya sea gracias a los ingresos que estas generan por sí mismas como nivelando presupuestos con las plantillas masculinas (en definitiva, avanzando hacia la igualdad en el mismo sentido que lo hace el resto de la sociedad). ¿Será que este Barça no es tan diferente del Madrid que tuvo que comprar a toda prisa un club de primera para dejar de hacer el ridículo?
El problema trasciende lo deportivo: las laureadas futbolistas del Barça se han erigido en símbolos renovados de una ciudad
La falta de un proyecto definido amenaza el círculo virtuoso del Barça femenino
que no va sobrada de ellos. Al repasar la historia, se comprueba que, desde la revolución industrial, el fútbol ha ayudado a fomentar el sentido de pertenencia a una comunidad (a veces, eso sí, hasta extremos indeseables). Pues bien, la pasión que despiertan las azulgrana es un ejemplo actualizado de ello. No es fácil hallar referentes como este en una metrópolis de la que los jóvenes se sienten expulsados por sus alquileres insostenibles. Esta ya no es la ciudad ilusionante que en 1992 se asomaba al mundo impulsada por cien mil voluntarios olímpicos, sino una urbe que, como casi todas, tiende al desencanto.
Si el Barça pierde este partido, Barcelona también.