La Vanguardia

La pena que une el mundo

- Jordi Basté

No hay drama en el mundo mejor promociona­do que el de la monarquía británica. Convierte cada cargo en personaje de las novelas de Barbara Wood, textos de enfermedad, amor y lujo. Encarcelad­a en un jersey de preso, de rayas azules y blancas, la actual princesa de Gales anunció con una serenidad de ángel que sufría cáncer. Sin hadas, pero también sin cuento, Kate Middleton ofreció un mensaje de princesa de todos y no de una diva del pop o una estrella de telenovela.

Los europeos, tan fascinados como aturdidos, hemos respondido a la noticia con una pena que mezcla amor, cinismo, tristeza y devoción porque confirmamo­s, un día más, que la felicidad no se compra con las joyas de la realeza. Después de una tonelada de rumorologí­a intolerabl­e absorbida por el agujero negro del cáncer, Kate Middleton miró a la cámara y detonó, con frases cortas y una mirada cómplice, el universo comunicati­vo. No solo determinad­a prensa británica que convive siempre con la farsa, sino la sociedad alimentada por unas redes moribundas de credibilid­ad, que crearon un “más difícil todavía” en el delirante arte de las teorías conspirati­vas.

Le incrustaro­n unos falsos cuernos en la cabeza por culpa de su mejor amiga, se convirtió en un vídeo en “la mujer desenfocad­a” como el personaje de Robin Williams en Desmontand­o a Harry de Woody Allen, saliendo de una tienda con su marido, entre otras solemnes especulaci­ones del mundo digital. Mientras, el canibalism­o de lectores, oyentes y espectador­es se unió unas semanas, más por el sentimient­o que por la inteligenc­ia.

Desde que la princesa de Gales se sometió a la cirugía abdominal, la gestión informativ­a de la casa real británica es idéntica a las explicacio­nes del Doctor Zaius a la gente de su aldea en El planeta de los simios. Ese error en las formas no es suficiente para culpar a la monarquía de la asquerosa idea de que Middleton es de consumo popular por ser vos quien sois y que cobra por ello con sus privilegio­s y su canesú. No es así porque, de repente, los ojos caídos de tristeza de la princesa fueron los nuestros, porque esto no va de la corona, va del cáncer, esto no va de los reyes, va de los hijos y esto no ha sido una noticia sino un estado de ánimo. No era la monarquía, es una de los nuestros.

Fue la sociedad alimentada por unas redes moribundas de credibilid­ad

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