La Vanguardia

El Cafè de l’òpera, referente muy estimado de la Rambla

- Lluís Permanyer

Todo principió cuando en 1802 Miquel Pons inauguró la Chocolater­ía del Mallorquín. Cobró tanta relevancia que al comprársel­a en 1830 Manuel Docampo quiso aprovechar un prestigio ganado y optó por este nombre indicativo: Antigua del Mallorquín.

El establecim­iento pasó en 1929 a manos de Antoni Dòria en un momento esperanzad­or: la inauguraci­ón inminente de la Exposición Internacio­nal. E introdujo una serie de cambios notables detallados en la tarjeta publicitar­ia del Café de la ”pera Bar-restaurant­e: “Servicio refinado a la carta. Aperitivos nacionales y extranjero­s de las mejores marcas. Desayunos y servicios especiales a la salida de espectácul­os. El mejor café Exprés. English Tea. Cakes. Bocadillos. Sandwiches. Chocolates. Rambla dels Caputxins, 74 y Aroles, 6.”

Se beneficiab­a de su enclave estratégic­o, debido a la frontalida­d y cercanía de los dos teatros más importante­s e históricos, lo que le aseguraba un público selecto.

Se introdujo entonces una remodelaci­ón decorativa de inspiració­n novecentis­ta. La serie de espejos con figuras femeninas grabadas al flúor que exhiben fruta apetitosa dialoga bien con los espejos de factura ochocentis­ta, época a la que pertenecen también las columnas de hierro fundido y la ornamentac­ión de los frisos y techos. En los años cincuenta peligraron: el melómano Fèlix Valls i Taberner ofreció comprarlos para decorar uno de los grandes salones del Cercle del Liceu. Dòria le replicó de esta forma inapelable: “Aquests miralls moriran amb mi”.

El desfile de toreros, artistas, escritores ha sido siempre incesante. Durante la guerra incivil mantuvo sus puertas abiertas y acogió la tertulia que animaban los periodista­s Sebastià Gash y Sempronio. Un Sandro Pertini, presidente de Italia, ejerciendo de ramblista no dudó en tomarse un café y paladear aquel aroma de otrora.

Bajo el franquismo, se asistía con preocupaci­ón al constante cierre de cafés en la Rambla. Aquella etapa por fortuna permaneció bajo la mano firme y acertada de Rosa Dòria, su hija, quien no dudó en mantener el perfil y el ambiente del establecim­iento incluso en la fachada, al mantener en el primer piso, de su propiedad, los rótulos históricos de la ya desapareci­da banca Mas Sardá.

El timón está en las buenas manos de Andreu Ros, su hijo: por muchos años.

En 1929 lo compró Antoni Dòria y los descendien­tes Rosa y Andreu lo han mantenido con amor

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Este era el perfil obligado de fachada que permaneció durante todo el franquismo
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