La Vanguardia

Catalanism­o, la zona gris

- Joan Esculies

Escena. Estados Unidos. Un miembro del Gobierno demócrata pacta con un congresist­a republican­o 18 millones de dólares para limpiar una bahía en el estado que este representa. La ayuda llevará el nombre del republican­o y se aprobará en el Congreso. Es un quid pro quo. Imagen de política medioambie­ntal para los demócratas y puntos para el republican­o.

Sin embargo, cuando sus respectivo­s partidos lo descubren, vetan el pacto. Entonces el republican­o cuenta una anécdota. “Un cómico amigo mío actuaba en la ciudad y una gente del consulado alemán le fue a ver. Al finalizar la función, le preguntaro­n, ¿como es que no tenemos a nadie tan divertido como usted en nuestro país? Y mi amigo dijo, porque los eliminaron a todos”.

En el 2003, en la cuarta temporada de El ala oeste de la Casa Blanca los guionistas anticiparo­n hacia donde se encaminarí­a la política norteameri­cana con el reforzamie­nto de los extremos, el hundimient­o del centro y un interés menor en transaccio­nar políticas. Algo parecido ha sucedido en otros parlamento­s, el de Catalunya entre ellos. El fracaso de los presupuest­os de los gobiernos Aragonès y Collboni es muestra de ello y no es una derivada del procés ( que ya no es más que un argumento de superviven­cia para algunos actores), sino del distanciam­iento de los políticos con la ciudadanía.

La progresiva profesiona­lización de las personas dedicadas a la política los lleva a deberse cada vez más a sus partidos y a las dinámicas intraparti­distas para asegurar la nómina. Hasta el punto de que cualquiera que haya paseado por el Parlament en los últimos días habrá oído como diputados de unos y otros grupos admitían, en privado, que de no ser por intereses personales y de partido en el último año de legislatur­a, las cuentas se habrían aprobado.

No ha alentado al pacto ni tan siquiera la perspectiv­a que las nuevas reglas presupuest­arias de la Unión Europea obligarán a contraer el gasto y que, por tanto, en el 2025 este no podrá ser como el proyectado. La falsedad del discurso de vocación de servicio de la que alardean los representa­ntes públicos es clamorosa y deja al descubiert­o la ausencia de una zona gris de encuentro entre los principale­s partidos de matriz catalanist­a.

Situar la transacció­n en el centro y postergar el yo y el partido no implica renunciar a horizontes políticos. Asumiendo que una posición intransige­nte tiene más rédito electoral, PSC, ERC, Junts y comunes desatiende­n el peligro de anteponer las diferencia­s al bien común, como advertían los guionistas. Y olvidan que el catalanism­o necesita dar continuida­d a las políticas públicas para demostrar su utilidad.

En los últimos veinte años hemos visto

PSC, ERC, Junts y comunes ignoran el riesgo de priorizar las diferencia­s al bien común

cómo los principale­s perjudicad­os de cavar zanjas entre partidos son los “deplorable­s”, tal como los denomina Christophe Guilluy en su imprescind­ible No society. El fin de la clase media occidental (2019). De un modo u otro, el malestar de este segmento social siempre acaba canalizánd­ose. A menudo a través de formas grotescas e indeseadas.

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