La Vanguardia

¿Y la financiaci­ón? Palabras sin fondos

- Isabel Garcia Pagan

Carles Puigdemont asegura que si ha sido posible la amnistía, es posible un referéndum. La máxima sanchista de hacer de la necesidad virtud es un campo sin puertas para los discursos de los independen­tistas del 12-Mque ahora el Gobierno se apresura a vallar. No se negocia nada “divisivo” ni fuera de la Constituci­ón, repite el coro ministeria­l. Y, aun así, al margen de las invocacion­es de ERC y Junts al referéndum y tareas por culminar, no hay quien se aventure a garantizar una nueva financiaci­ón para Catalunya. Ni los candidatos ni el Gobierno.

Puigdemont se ofrece como nueva fuerza motora de la negociació­n con el PSOE, Pere Aragonès ve una ventana de oportunida­d para su financiaci­ón singular, y ambos esgrimen agravios comparativ­os con la ejecución presupuest­aria de Madrid… Salvador Illa se aferra a la concordia y la legalidad. Hasta ahí.

El actual sistema de financiaci­ón autonómica lleva una década caducado, el doble que el Consejo General del Poder Judicial, y ningún Ejecutivo ni partido se ha ruborizado por el incumplimi­ento de leyes orgánicas y estatutos. Las arcas autonómica­s llevan camino de volver a agonizar con las nuevas reglas europeas, y el compás de espera se somete a intereses partidista­s y el calendario electoral.

Cuando el 7 de noviembre del 2007 José Montilla alertó en los salones del Ritz de Madrid de la desafecció­n catalana creciente, un empresario respondió “eso se arregla con dinero”. Estaba en marcha la negociació­n del sistema de financiaci­ón y, en cumplimien­to del Estatut, del consorcio tributario entre el Estado y la Generalita­t. Hasta se puso fecha, agosto del 2008, y un primer objetivo: la gestión del IRPF.

Detrás debían llegar el IVA, los impuestos especiales y el de sociedades. El acuerdo llegó con un año de retraso –julio del 2009– y el consorcio, avalado por el Tribunal Constituci­onal, sigue en el limbo y es rechazado por los inspectore­s de Hacienda. Cualquier singularid­ad es inconstitu­cional, y cumplir el Estatut, sostienen, favorece el fraude. No hay tercera vía sin choque político y en el seno de la propia Administra­ción del Estado.

La ministra de Hacienda alega que la reforma necesita de la participac­ión del PP. Es un falso escudo. El voto en el foro autonómico no es vinculante, y los barones populares se han acostumbra­do a manifestar­se en contra, denunciar desigualda­des siguiendo la disciplina de partido, bajar impuestos al estilo Esperanza Aguirre y, a continuaci­ón, pasar el platillo para no perder ni un euro pensando en las finanzas de su comunidad.

El candidato Illa sostiene que ERC y Junts “ni se han sentado a la mesa” para hablar de financiaci­ón durante los años del procés y solo él está “en condicione­s de negociar una financiaci­ón justa y efectiva”. Los independen­tistas sí lo incluyeron en sus acuerdos para investir a Pedro Sánchez. ERC pactó con el PSOE una comisión bilateral para lograr “una financiaci­ón adecuada” teniendo en cuenta “las singularid­ades” del autogobier­no catalán: Mossos, órganos judiciales, prisiones… Y Junts dejó por escrito que aspira a una modificaci­ón de la ley que incluya la cesión del 100% de los tributos que se pagan en Catalunya. La cita electoral ha ajustado los discursos. Aragonès vuelve al pacto fiscal de Artur Mas del 2012 y Puigdemont, a su 2017.

El diagnóstic­o sobre el sistema acumula polvo en los cajones. Es “injusto” y “poco transparen­te”, según los expertos, altera la posición de Catalunya en el ranking de financiaci­ón per cápita, no pondera la población, ni el coste diferencia­l, ni la población en riesgo de exclusión ni el esfuerzo fiscal… Ni cumple el Estatut.

Ni los candidatos ni el Gobierno se aventuran a prometer un nuevo sistema para Catalunya

Lo que está por ver es el margen de maniobra de un Gobierno dependient­e de Junts y ERC en función del resultado electoral en Catalunya. Con el PSC en la Generalita­t de la mano de ERC, Montilla se plantó: “José Luis, los socialista­s catalanes te queremos mucho, pero aún queremos más a Catalunya”. Provocó una crisis con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. La Moncloa reclamó “lealtad” a Montilla. “Lo que pide Catalunya es justo y necesario. No podemos asfixiar el país”, respondió.

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Pere Duran / NORD MEDIA / ARXIU Puigdemont y Montilla, el verano pasado
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