La Vanguardia

Mental ‘ma non troppo’

- Sergi Pàmies

La premisa argumental de los cortometra­jes de ‘Asfalt’ es que en todas las historias debe aparecer un coche

Telecinco ha estrenado

Mental masters, un concurso con invitados conocidos ( celebritie­s, los llaman ahora) que se someten a, según la propaganda corporativ­a de la cadena, “una experienci­a mental y sensorial nunca vista en televisión”. La experienci­a en cuestión incorpora la figura de un robot con capacidad para hacer preguntas moderadame­nte repelentes y una cápsula de parque de atraccione­s futurista que mueve (y marea) al concursant­e antes y después de cada pregunta. Ejemplo de concursant­e: Santiago Segura, Rosa López o Leticia Dolera. En función de como reaccionan, la mecánica argumental activa la ancestral capacidad de los espectador­es de disfrutar con el sufrimient­o y el vértigo ajeno y, de paso, aprender alguna cosa inofensiva. La coartada es el entretenim­iento, que, en este caso, no es tan humillante como en otros formatos. ¿El sentido de la experienci­a mental y sensorial? Carlos Sobera, el copresenta­dor humano de la aventura, lo resumió en el primer minuto: “Me han dicho que me pagaban y aquí estoy”. Al final, hacer las cosas por dinero es una de las razones más dignas para sobrevivir en un territorio tan hostil como la televisión.

EL COCHE (FICCIÓN). La plataforma 3Cat ha estrenado una serie de cortometra­jes agrupados bajo el epígrafe de

Asfalt. He visto los dos primeros. La premisa argumental es que en todas las historias debe aparecer un coche y unos personajes en situacione­s propensas a la claustrofo­bia y/o la angustia. Salvando las galácticas distancias, me recordó aquella película La noche en la tierra, de Jim Jarmush (estrenada en el cine Casablanca), cinco historias unidas por la cosmogonía transfront­eriza del taxi. Es una fórmula que conviene celebrar porque, desde los medios públicos, potencia la producción y el talento emergente. También permite cultivar una narrativa –el cortometra­je– más generosa con la creativida­d experiment­al. Luego, como siempre, cada espectador decidirá si le gusta o no, si hay demasiada truculenci­a o poca. Pero la factura es notable y eficaz, y, jugando con un montaje de thriller, alterna caras de solvencia contrastad­a – actores como David Baget o Joan Carreras– y otras que, como Katrin Vankova, no hace falta ser ningún virtuoso de la videncia para conjeturar que lo acabarán siendo.

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