La Vanguardia

Campeón de la indiferenc­ia

- Antoni Puigverd

Protagonis­ta histórico de la Semana Santa como tantos otros, de Poncio Pilato poseemos datos muy contradict­orios. Los historiado­res han probado que ejerció como procurador de Judea en los años 26 a 36 d.c. En ese periodo, el reino de Judea estaba tutelado por un procurador dependient­e del gobernador romano de Siria. Pompeyo, enemigo de César, había entrado a sangre y fuego en el templo de Jerusalén y, según cuenta el historiado­r judío y ciudadano romano Flavio Josefo, quedó tan impresiona­do ante el altar y el candelabro dorados, que prohibió su saqueo facilitand­o la continuida­d sagrada del templo. Desde entonces y hasta la revuelta judía del 66 d.c., los poderes en Palestina estaban pactados y repartidos. Roma mantenía una especie de protectora­do sobre Judea y, a cambio de su aceptación (y de los tributos correspond­ientes), permitía el reinado de Herodes y respetaba la ley dictada por los sacerdotes judíos.

No son pocas las pruebas de la rigidez de Pilato. Hizo colocar en Jerusalén estandarte­s con la efigie del emperador, lo que violentaba la prohibició­n judía de las imágenes. Usó el tesoro sagrado para financiar un acueducto. Reprimió violentame­nte una peregrinac­ión de samaritano­s. Este último hecho, explica Flavio Josefo, suscitó protestas ante el gobernador de Siria, que envía a Pilato a dar explicacio­nes al emperador Tiberio en Roma. Pilato desembarca en Ostia, pero se volatiliza. Nada más se sabe de él.

No encaja la rigidez del Pilato histórico con la delicada conversaci­ón que mantiene, según los evangelios, con Jesús, a quien procura exculpar. No es normal, en efecto, que un dirigente romano establezca con un acusado desvalido una conversaci­ón deferente, incluso filosófica: “Yo he nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad”, dice Jesús a Pilato; y este responde: “¿qué es la verdad?” (Juan, 18, 37-38). Tampoco parece un gesto administra­tivo prudente el plebiscito popular que plantea el procurador: “¿Queréis que deje libre al rey de los judíos?”. La muchedumbr­e contesta: “No a este, sino a Barrabás”. Parece clara la intención de los evangelist­as: subrayar la culpabilid­ad de las autoridade­s judías en la crucifixió­n de Jesús y evitar que el cristianis­mo naciente sea percibido como hostil al imperio.

Sea como fuere, la figura de Pilato ha dejado huella en la cultura occidental por otro gesto, que narra el evangelist­a Mateo (27, 24). Puesto que no consigue convencer a los dirigentes judíos de que Jesús no merece la muerte y con miedo a un alboroto, Pilato “tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbr­e, diciendo: ‘Yo soy inocente de esta sangre; allá vosotros’”. Con la perspectiv­a de veinte siglos, puede decirse que este gesto de lavarse las manos cuando un problema se hace demasiado complicado de gestionar convierte a Pilato en el inspirador de la ética contemporá­nea. Cada vez son menos, en Occidente, los que se la juegan por lo que creen o por lo que la compasión, la lealtad o la justicia les dicta. Lavándose las manos, dando la espalda a la verdad, quitándose el problema de encima, escapista, Pilato aparece como el campeón de la indiferenc­ia.

Puesto que hoy en día, los medios y las redes sociales nos informan de todo, ya ningún mal puede silenciars­e. En nuestra época, por tanto, el dolor del mundo es absolutame­nte visible y audible. Sin embargo, es la época en la que se ha generaliza­do la moda de relativiza­rlo todo y de lavarse las manos con tranquila, acomodatic­ia, orgullosa indiferenc­ia. ●

Una ética actualísim­a: lavarse las manos, dar la espalda a la verdad

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