La Vanguardia

Los enojos de Antonio Alcántara

- Pedro Vallín

Uno de los asuntos más risibles, con perdón, de las nuevas conspiraci­ones es haber disfrazado de terrible enemigo a la Agenda 2030, es decir, los objetivos de desarrollo de las Naciones Unidas. Las conspiraci­ones, en tanto propuesta infantil de sentido ante lo abstruso, suelen viabilizar como tremendos enemigos a sujetos arcanos, corporacio­nes, organizaci­ones e institucio­nes complejas a las que es fácil atribuir intereses espurios insertos en planificac­iones sofisticad­as, pues se exige un conocimien­to experto para comprender su operativa y propósitos sin acudir al pensamient­o mágico. En cambio, la Agenda 2030 no es más que un listado de objetivos de progreso para combatir a los sempiterno­s enemigos de la humanidad: el hambre, la guerra, la ignorancia, la contaminac­ión... Es tan transparen­te y voluntaris­ta que si de algo se la puede acusar es de ingenuidad y simpleza. Es decir, hay que llevar un gorro de papel de aluminio verdaderam­ente grueso para ver sombras en un documento propositiv­o tan transparen­te como virtuoso.

En el marco de la progresiva ruina que parece afectar ya a la práctica totalidad de los iconos intelectua­les y culturales que brillaron como referentes en los años dorados del felipismo, ayer se viralizaba en las redes sociales un fragmento de una entrevista al actor Imanol Arias en Argentina, en la que emplea sin ambages la retórica conspirano­ica –esa que elide el sujeto de las frases conjugando la tercera persona del plural: “Nos mienten”, “nos inoculan”– para expresar su novísima abstinenci­a del periodismo, la política y la ciencia, y su alegre abrazo a las redes sociales, que, como todo el mundo sabe, son el anaquel donde reposan las grandes verdades del presente.

Nota: En esas mismas redes en que nuestro Antonio Alcántara indaga revelacion­es sobre la tramoya del mundo, ya hay quien ha hecho cálculos y ha esbozado una relación causal entre los problemas legales con la Agencia Tributaria y el rechazo a la Agenda 2030. Lo cual tiene un sentido profundo, no casual, aunque segurament­e no el que los defraudado­res creen.

La deriva del exiliado Alcántara es elocuente de la ruina de un mundo muerto, porque Cuéntame, como ya se dijo alguna vez por aquí, es la más sincera crónica de la transición entendida como una emergencia de jóvenes clases medias que vivieron con confort pusilánime el final de la dictadura y estrenaron el juguete democrátic­o con idéntica ilusión con que miraban el Un, dos tres... en su flamante Telefunken Pal Color. Medio país se sintió perdonado viendo el modo en que los Alcántara desplegaba­n su transitivi­dad con el franquismo y hoy asiente ante el enfado de don Antonio, que ha tenido que irse del país por culpa de la voracidad recaudador­a del fisco, a cuyo lado el Generalísi­mo era un mal menor. Toda decadencia es patética, pero mucho más cuando lo que se apaga es el brillo de una gesta generacion­al que ocultaba, entre melindres, rutilantes cobardías. ●

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