La Vanguardia

De la mesa a la pizza

- Alfredo Pastor

En nuestra parte del mundo, la mesa ocupa un lugar central en la casa: en torno a ella se reúnen los miembros de la familia, para comer, para hacer los deberes o para charlar. Es algo indispensa­ble en la política. Fuera del quirófano, la mesa nos evoca momentos de sosiego y reflexión. Al iniciarse un periodo de agitación electoral, acudir a la imagen de la mesa quizá nos ayude a no perder la calma ni el buen humor.

En uno de los salones del Banco de España se conserva una mesa isabelina, redonda, de mediano diámetro, provista de media docena de cajoncitos; dentro de cada uno, un abanico. Es una mesa de Consejo de Ministros de la época de la Restauraci­ón. En las plaquitas de marfil que adornan los cajoncitos, se lee Estado (hoy Exteriores), Guerra (Defensa), Gracia y Justicia (Justicia), Gobernació­n (Interior) y Hacienda. Creo recordar que no hay más etiquetas.

La mesa correspond­e a lo que son competenci­as irrenuncia­bles de todo Estado moderno. Es algo que nuestros políticos deberían tener presente a lo largo de las campañas electorale­s, para huir de exigencias imposibles y de pasos en falso.

Las competenci­as estatales (las que una Constituci­ón federal llamaría “federales”) no deberían ser susceptibl­es de cesión. Sin embargo, la administra­ción de esas competenci­as, o de alguna de ellas, podría confiarse a un organismo de ámbito autonómico. En un artículo reciente, Andreu Mas-colell pone como ejemplo la posibilida­d de una agencia tributaria única. No se le escapan las enormes reticencia­s de la administra­ción central frente a tal cambio. El autor las atribuye al recelo de que ese paso fuera considerad­o como la antesala de la independen­cia de Catalunya. No le falta razón, aunque puede que en la reticencia pese menos el patriotism­o que la aversión a ceder poder.

Hay algo en mi opinión no menos grave: en Catalunya, los inclinados a la independen­cia no dejan de repetir que cualquier cesión por parte del Estado no es más que un punto de partida en el camino hacia la independen­cia. ¿Cómo no vamos a recelar los demás?

Tiene razón Mas-colell al decir que la independen­cia es fruto o de un acuerdo o de un cataclismo. El acuerdo no es posible, nadie desea un cataclismo, pero el independen­tismo se niega a afrontar el dilema, no cambia su discurso. En el resto de España, esa actitud produce una enorme desconfian­za, y las institucio­nes, por bueno que sea su diseño, no pueden suplir la falta de confianza, que es mutua.

Esa es una situación que no nos podemos permitir. Nos rodean amenazas cuyos contornos apenas si logramos discernir, pero que sabemos que son reales: cambio climático, la mal llamada inteligenc­ia artificial, conflictos bélicos. Dominan los factores que llevan a la división y al enfrentami­ento, dentro de los países y entre ellos; crecen las desigualda­des a la vez que se exacerban los sentimient­os de identidad. La unión, que conlleva ahora un esfuerzo consciente en contra de otros impulsos, es una condición indispensa­ble de superviven­cia. No extendamos sobre la mesa del diálogo una pizza de la que cada cual pretenda servirse a su convenienc­ia. ●

Nos rodean amenazas, la unión es ahora una condición indispensa­ble de superviven­cia

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