La Vanguardia

El gorrión ha poblado la Rambla desde el principio

- Lluís Permanyer

Los gorriones convirtier­on desde antiguo los árboles de la Rambla en su lugar de refugio y descanso no solo nocturno. Sospecho que fueron atraídos tan pronto como aquel eje viario tan relevante resultó arbolado con generosida­d; y es que en la ciudad amurallada no había otro conjunto tan denso y atractivo. Pero no acaeció desde el primer día, sino cuando los plátanos de sombra enraizaron por fin con fuerza y de forma definitiva; así hasta nuestros días, y que dure, pues en diversas épocas hubo repetidas tentacione­s de talarlos.

Fue preferible que esta especie poblara la enramada, que no las palomas: habrían puesto perdido todo el lugar con sus excremento­s.

Los ciudadanos pronto se acostumbra­ron a su presencia, y no les dieron mayor importanci­a; ni siquiera los poetas, más atraídos e inspirados por las flores. Tengo para mí que la presencia de los pajareros también lo favoreció, pues al montar y desmontar sus puestos de venta (sus casetas fijas no fueron plantadas hasta 1968) dejaban en el suelo rastros de comida.

“Una hora después estoy en el hervor de la Rambla. (…) Entre el cauce de los árboles, donde chilla y charla un millón de gorriones, va el río humano, en un incontenid­o movimiento”. Tenía que ser, pues, un foráneo, quien los cantara; y en este caso fue uno de los grandes: Rubén Darío, con una de sus apasionada­s prosas barcelones­as.

La discreción que caracteriz­a los gorriones los hace pasar inadvertid­os. Un lector me hizo descubrir que también pueblan una plaza Catalunya tan dominada por las palomas; me citó a las cinco de la tarde; nada más acercarse le reconocían y se acercaban para picotear lo que a diario les ofrecía.

Fue durante la interminab­le pandemia que los atisbamos por vez primera y a cualquier hora al verse atraídos por unas calles jamás tan desiertas y nunca tan aquietadas.

El maestro de fotógrafos Català-roca me contaba que al pretender captarlos en sus puestos arbóreos de la Rambla reconoció que aparecían al obscurecer, lo que le obligaba a incorporar la ayuda del flash. Al ser tan reacio al empleo de semejante artilugio, pues le distorsion­aba el ambiente propio que en tal momento ofrecía bajo la luz natural, no tuvo más remedio que captarlos a una hora un poco más temprana y con menos presencia.

La paloma habría ocasionado no pocos y molestos problemas a causa de sus excremento­s

FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

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La presencia de estos pájaros se ha hecho siempre más visible al atardecer
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