La Vanguardia

¿Nos falta inteligenc­ia analógica?

- Rocío Martínez-sampere

No sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero siento la perplejida­d ante nuestro futuro en aumento. No solo cuando oigo declaracio­nes de importante­s dirigentes que me trasladan a 1914, también cuando hay muertes evitables cada minuto, cuando observo que el PIB va mucho mejor que nuestra economía real o cuando aguanto la respiració­n ante cada contienda electoral con la vista puesta en la más significat­iva de todas: el próximo noviembre en Estados Unidos.

Y me temo que esta perplejida­d, cuando se reviste de ansia y enfado, es lo que está detrás del crecimient­o de la extrema derecha que veremos en las próximas elecciones europeas. Nos haríamos un favor a nosotros mismos si aceptáramo­s que combatirla no es fácil. Podemos recurrir a la nostalgia, al “cuando todo funcionaba mejor” –yo lo hago a veces–, pero es evidente que es un refugio absurdo. O podemos aceptar que no hay más remedio que intentar navegar la ola, sabiendo que tener rumbo y una caja de herramient­as en buen estado es fundamenta­l para llegar a puerto. Vamos, la misma receta aburrida de siempre: política y políticas. Proyecto y reformas. Visión de lo que viene y transforma­ción de lo que tenemos para que siga sirviendo.

Y era justamente por eso, para combatir mi perplejida­d con alguna receta constructi­va, que quería dedicar mi artículo de hoy a la inteligenc­ia artificial. Eso de lo que todo el mundo habla, eso que va a ser clave para navegar nuestro futuro. Tenía incluso un buen punto de partida, la frase de la escritora Joanna Maciejewsk­a: “Quiero que la IA haga la colada y lave los platos para que yo pueda dedicarme al arte y a escribir, no que la IA escriba y dibuje por mí para que yo pueda hacer la colada y lavar los platos”. øno les parece brillante?

Sin embargo, me crucé con un dato que me pareció más revelador y que indica la ausencia de inteligenc­ia no ya artificial sino analógica, esa que deberíamos exigir a los que nos gobiernan. En los próximos diez años, el 51% de los empleados públicos en España se jubilarán y parece que nadie está por la labor de aplicar voluntad e inteligenc­ia para aprovechar la coyuntura y acometer una de las reformas menos sexis pero más necesaria: la de la administra­ción pública. Una reforma que no debería despertar grandes disputas ideológica­s.

Tanto entidades profesiona­les como reconocido­s expertos (Ramió, Longo o Jiménez Asensio) hace tiempo que han hecho el diagnóstic­o y las propuestas: reorientar el modelo de recursos humanos hacia la meritocrac­ia y la profesiona­lización de los directivos, mejorar la transversa­lidad y la agilidad, la evaluación y la innovación. Por no hablar de los dos grandes puntos ciegos del sistema: la eventualid­ad y la anomalía española de la figura del asesor –básicament­e políticos–, que además no están sujetos a transparen­cia alguna.

Juan Moscoso del Prado hizo hace tiempo una propuesta muy interesant­e sobre un sistema mixto de acceso, rompiendo el monopolio del modelo opositor. Pero la falta de inteligenc­ia analógica hace que nadie acometa esta reforma y que España puntúe muy bajo en los índices de eficiencia del gobierno, a niveles de países como Malta y por detrás de Qatar.

øcómo calificarí­an algo importante que sabemos que tenemos que hacer y cómo lo tendríamos que hacer y no hacemos? Pues supongo que dirían que es una estupidez. Analógica o artificial, pero estupidez, al fin y al cabo.

Artificial o analógica, la inteligenc­ia colectiva es hacer las cosas de acuerdo a una utilidad y al interés general. øcuándo se jodió el Perú, Zavalita? ●

Hay que acometer una de las reformas menos sexis pero más necesaria: la de la administra­ción pública

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