La Vanguardia

En casa no había piano

- Leonor Mayor Ortega Barcelona

Cuando leo a algún autor que recuerda a su madre tocando el piano o a su profesor de música enseñándol­e una pieza no puedo evitar extrañarme. En mi casa no había piano. Tampoco había libros”.

Y sin embargo, Fernando Aramburu ha llegado a ser uno de los escritores más prestigios­os de la literatura española. El miércoles se sinceró con media docena de lectores reunidos alrededor de la mesa de la envidiable terraza de la Finestres frente a un vino y unos canapés.

Al equipo de programaci­ón de la librería, que capitanea Camila Enrich, se le ha ocurrido aprovechar ese espacio privilegia­do organizand­o cenas ligeras con autores que están de paso por Barcelona. Y Aramburu ha venido esta semana a la capital catalana para presentar El niño (Tusquets).

El escritor donostiarr­a, que acudió al encuentro con su editor, Juan Cerezo, estuvo encantador y desplegó todo su sentido del humor. Habló de El niño, que se sumerge en la explosión de gas en un colegio de Ortuella en 1980 que segó la vida de una cincuenten­a de alumnos. Habló de Patria (Tusquets), a petición de los lectores. Y habló de cómo ideó un plan “para salir de la pobreza”.

“Mi padre era obrero mecánico y mi madre ama de casa. Vivíamos en un arrabal de San Sebastián. A los 14 años pensé que eso no era para mí y vi el camino para

hacer fortuna: el deporte”.

Ni corto ni perezoso, Aramburu se inscribió en la Real Sociedad con otros 500 niños. No llegó a Primera División (ni a quinta regional), así que probó con el ciclismo. “Me federé y todo, pero me echaron de la primera carrera tras recorrer 100 metros por no llevar la chichonera”. Se deprimió un poco, pero no tiró la toalla y probó con la jabalina: “Llegué al campeonato sin haber tocado nunca una jabalina, me chocó lo mucho que pesaba. Quedé penúltimo”.

Tras el reguero de fracasos comprendió que el deporte no era lo suyo y cambió la espada por ra la Organizaci­ón (Seix Barral), que parte como uno de los títulos favoritos. Si los de Finestres han acertado con sus cenas literarias, los de Seix Barral estuvieron más que inspirados invitando el jueves a los libreros a tomarse unos cócteles con Mendoza en el Speakeasy del Dry Martini. El equipo de Javier de las Muelas inventó un combinado para cada uno de los personajes de la novela y entre manhattans y sex on the beach, Mendoza contó el Sant Jordi que mejor recuerda. Fue el primero, en 1974: “Estaba muy nervioso. Empecé muy temprano en Ancora & Delfín donde había otro autor de cierto prestigio que se negó a firmar conmigo. Me sacaron a la Diagonal con una mesita. Pasó por delante un amigo y me compró un libro. Luego fui a la Rambla y a una cena de la editorial, pero la policía nos descubrió y nos disolvió a tiros”.

Puede que El radar americà ( Galàxia Gutenberg) no compita por ser el más vendido de Sant Jordi, pero da igual porque su autor, Vicenç Altaió, “es un sabio”. Lo dice Claudia VivesFierr­o, que se perdió las presentaci­ones del libro en Cadaqués y en el Ateneu y se sumó a la de los rezagados el martes en la librería Jaimes. Altaió es de verdad un sabio, poeta, ensayista, traductor, experto en arte... Y ahora ha plasmado parte de su sabiduría en esta obra, que presentó con la colaboraci­ón de Josep Massot. Un libro que dibuja “el mapa del arte del siglo XX” a través de pequeñas historias que se engarzan con las de grandes artistas como Salvador Dalí, José Antonio Coderch, Marcel Duchamp o André Breton a través del galerista italiano establecid­o en Cadaqués Franco Bombelli. ● la pluma. “En un momento luminoso, vi que si dominaba la lengua podía salir del pozo. Leí, estudié Filología, aprendí alemán (por amor) y encima ligué un montón con mis poemas”.

El niño aspira a estar entre los más vendidos del próximo Sant Jordi con permiso de Eduardo Mendoza y sus Tres enigmas pa

Eduardo Mendoza recuerda con especial claridad del Sant Jordi de 1974, que “acabó a tiros”

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À x Ga ia Eduardo Mendoza el jueves en el Dry Martini
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LV Aramburu con sus lectores en la librería Finestres

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