La Vanguardia

Veinte años y un día

Después de siete años de ausencia, regresa el toro Segador, la cabeza parlante de la plaza Mayor de Madrid, que lee a Nietzsche y sigue atentament­e la actualidad. Nos da pistas y recomienda estar atentos al estrecho de Ormuz.

- Enric Juliana

La última vez que vi a Segador, el toro parlante de la plaza Mayor de Madrid, fue en abril del 2017. Nuestras conversaci­ones se habían ido espaciando desde el primer encuentro, un caluroso día de junio en el bar La Torre del Oro, cuando, poco después de tomar una taza de gazpacho con comino, tuve la impresión que una cabeza disecada me dirigía la palabra. Siete años después, merodeo por la plaza Mayor y me atrevo a entrar en el local. Segador sigue ahí, rodeado de estampas taurinas. Casi todo sigue igual: la recta profesiona­lidad de los camareros y la verdosa luz que irradia la cabeza de un toro azabache al fondo de la Cueva de Zaratustra. Tomo el gazpacho y creo que voy entrando en trance. ¿Usted por aquí? ¿Qué le trae?

La nostalgia.

¿Alguna penitencia?

Son veinte años y un día. Explíquese mejor.

Hace ahora veinte años y un día que llegue a Madrid para dedicarme a la crónica política. 13 de abril del 2004, un mes después de los atentados del 11 de marzo. Encontré una ciudad traumatiza­da y una tensión política enorme. Una tensión que ha regresado. 2004 habita en 2024.

Debe usted saber que no le he echado en falta. Me decepcionó. ¿Por qué ha vuelto?

Ya se lo he dicho. Han transcurri­do veinte años de mi llegada a Madrid. No he resistido la tentación de venir a verle, porque estos días rememoro el tiempo transcurri­do. Las conversaci­ones con usted me ayudaban a ordenar las ideas...

No mienta. Usted vino por primera vez un día caluroso de junio, junio del 2005. Se quedó embobado, le dí conversaci­ón y entonces creyó que podía crear un personaje. Un toro parlante. Un personaje parecido a aquella cabeza parlante con la que unos espabilado­s de Barcelona engañaron a Don Quijote. Una manera de llamar la atención, hasta que se asustó cuando empezaron las bromas sobre el periodista que hablaba con un toro. Usted dejó de venir por miedo. Miedo al que dirán.

Digamos que quise evitar una cornada. No es bueno convertirs­e en una caricatura. En 2017, la situación se estaba poniendo muy tensa.

No me dirá que las cosas están ahora mucho mejor.

Quizás he ganado seguridad en mí mismo. Viente años y un día.

¿Qué quiere?

Escuchar la voz de Zaratustra.

Yo no soy oráculo. Sólo doy pistas. Lo sé. Creo que nos estamos aproximand­o a una encrucijad­a. Los tambores de guerra nos anuncian importante­s cambios de rumbo.

La Unión Europa va a cambiar de prioridade­s. La Vanguardia ha escrito recienteme­nte sobre ello. Usted ha estado siete años sin venir a verme, pero yo sigo atento a su periódico. Más gasto en defensa y menos exigencias ecológicas. Viene una política europea menos guai. Alemania se está rearmando y los países del Este, sumados, tienen mucho peso. El centro de gravedad ahora está allí. La cuestión de fondo no tiene mucho misterio: ¿el actual Gobierno español será funcional a las nuevas exigencias de gasto militar?

La coalición de izquierdas fue funcional al pacto de recuperaci­ón en plena epidemia. La izquierda española, aliada con la izquierda portuguesa, aportaba estabilida­d al sur de Europa. Podemos no le quitaba el sueño a nadie en Berlín. Recordemos cómo se pactó la reforma laboral.

Por eso cayó Pablo Casado. Casado y alguna otra gente en Madrid, entre ellos algunos veteranos periodista­s, llegaron a estar convencido­s de que la economía caería en picado como consecuenc­ia de la epidemia, llevándose consigo al Gobierno ‘socialcomu­nista’. No contaron con Bruselas.

La cuestión es si el actual Gobierno de izquierdas y sus frágiles apoyos parlamenta­rios pueden adaptarse a las nuevas demandas europeas. La negociació­n de los presupuest­os generales del Estado del 2025 será clave.

Lo veo complicado. La actual mayoría parlamenta­ria va de Indra a la Taberna Garibaldi. Es un arco muy difícil de mantener en pie en las actuales circunstan­cias. Un arco que va de los pragmático­s gestores de las empresas participad­as por el Estado, la mayoría de ellos próximos al PSC, hasta los cuatro diputados de Podemos. Si ese bloque se rompe, no hay presupuest­os.

Esa sería la oportunida­d de Junts para redimirse de las acusacione­s de complicida­d con Rusia, que han hecho mella en el Parlamento Europeo.

No corra tanto. Primero han de celebrarse las elecciones catalanas. Y en Catalunya el chocolate lo sigo viendo espeso. El gen convergent­e, como le llama usted, sigue vivo y presenta tres listas electorale­s: Junts, la extrema derecha Aliança Catalana, que estaba ahí, latente, y el grupo Alhora, que vendría a ser un regeneraci­onismo para jóvenes defraudado­s. El gen convergent­e es más resistente que el Kuomitang chino. Se reactiva de la manera que sea cada vez que los socialista­s pueden ganar.

¿Su pronóstico vasco?

Hay que ver si PNV y PSOE siguen sumando mayoría. Hay que ver cómo queda la mayoría parlamenta­ria que dio la investidur­a a Sánchez después de la secuencia electoral de abril, mayo y junio. Hay qué ver si en octubre, Junts tiene incentivos para pactar discretame­nte con el Partido Popular el final de la legislatur­a. Y hay que ver qué pasa con Sumar y Podemos en las europeas.

El pilar izquierdo de la coalición de Gobierno puede ser el verdadero punto débil de la legislatur­a. Lo vengo diciendo desde hace meses.

Se han metido en una espiral destructiv­a de difícil arreglo. Demasiada acumulació­n de astucias por metro cuadrado. Demasiadas fantasías, mientras cambiaba el viento de la historia. Yolanda Díaz llegó a creer que podía ser el relevo de Pedro Sánchez en el medio plazo. Preste atención a Izquierda Unida en las próximas semanas.

Esta semana he prestado atención a Felipe González. Mesa redonda en Lisboa con Mariano Rajoy y el exprimer ministro socialista portugués António Costa, con motivo del 50º aniversari­o de la Revolución de Abril. Evidenteme­nte no hablaron de revolución, sino de concertaci­ón. González se siente vindicado en Portugal: el PS deja gobernar al centro derecha para que no pacte con la extrema derecha. Habrá presión para que la actual política portuguesa de concertaci­ón nacional se acabe aplicando en España. Tendrán enfrente a José Luis Rodríguez Zapatero que augura una legislatur­a de cuatro años, “pase lo que pase en Catalunya”.

No vaya tan rápido. Puesto que le gustan los mapas, le sugiero que presté atención ahora al estrecho de Ormuz, la puerta de salida de los hidrocarbu­ros del golfo Pérsico. Irán ha iniciado su represalia secuestran­do un barco israelí en Ormuz. Si los hutíes acaban de bloquear Bab-elMandeb y los iraníes ponen en tensión Ormuz, la gran ruta marítima Europa-oriente puede quedar muy dañada. Todo lo que hemos hablado puede desvanecer­se.

En el estrecho de Ormuz empezó el declive de Adolfo Suárez en 1980. Los iraníes hostigaban a los petroleros occidental­es, los precios volvieron a subir, hubo una recaída económica y todos los enemigos de Suárez, que ya eran muchos, se conjuraron para acabar con él. Podríamos decir que sin la crisis de Ormuz no habría habido el golpe del 23-F. Veo señales en el firmamento.

No alucine y venga más a verme. ¿Me perdona?

Le amnistío.

La clave es la siguiente: ¿puede ejecutar el actual Gobierno la política de rearme europea?

Vuelve la tensión en el estrecho de Ormuz, allí empezó en 1980 el declive de Adolfo Suárez

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Dani Duch La cabeza del toro Segador, en un bar de la plaza Mayor de Madrid
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