La Vanguardia

Pólvora con sangre caliente

- Ramon Rovira

Hace pocos días, Ecuador rompió la inviolabil­idad de la delegación de México en Quito para detener al exvicepres­idente ecuatorian­o Jorge Glas, acusado de corrupción. Ocupar una representa­ción extranjera está considerad­o, en términos diplomátic­os, una agresión territoria­l. El asalto de la sede mexicana en Ecuador es el penúltimo eslabón del fuego cruzado que, desde la llegada de políticos populistas al poder, enfrenta a gobiernos latinoamer­icanos. El argentino Milei ha calificado de comunista asesino al colombiano Petro, mientras que el venezolano Maduro se ha enzarzado con el brasileño Lula da Silva a raíz de la disputa sobre el Esequibo, territorio parte de la Guayana y que Caracas reclama.

Las sedes diplomátic­as se han convertido en el epicentro de las disputas y mientras la policía revolucion­aria venezolana asedia la legación argentina, donde se refugiaron seis colaborado­res de la opositora María Corina Machado, el expresiden­te de Panamá Ricardo Martinelli, perseguido por corrupto, sestea en la embajada de Nicaragua. El manto protector del sandinismo nicaragüen­se también cubre a los exmandatar­ios salvadoreñ­os Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, asimismo acusados de meter mano en la caja.

La grieta ideológica que separa los gobiernos de América del Sur entre conservado­res liberales y el bloque izquierdis­ta revolucion­ario se ha agrandado por la personalid­ad de algunos mandatario­s. Los argumentos políticos cada vez con más frecuencia son reemplazad­os por insultos, que van desde comparacio­nes con Hitler hasta grotescas definicion­es personales.

La retórica sin filtros que impuso Andrés Manuel López Obrador desde su llegada al Gobierno de México ha creado escuela en una región de gatillo verbal fácil. Hasta ahora las consecuenc­ias no han pasado de algunas rupturas en las relaciones diplomátic­as y una descarga de testostero­na en forma de descalific­aciones y amenazas. Pero cuando hierve la sangre, el riesgo de repetir una guerra como la que enfrentó en 1969 Honduras y El Salvador está presente. Conocida como la guerra del fútbol, solo duró cien horas, pero tocó de muerte el Mercado Común Centroamer­icano y acabó en empate. ●

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