La Vanguardia

Los hombres se lo guisan y se lo comen

El Garrick Club y varias institucio­nes similares son objeto de presiones para admitir a las mujeres como socias

- Rafael Ramos Lo d . Co po al

Por fuera, es una especie de palacete que no desentonar­ía en alguno de los canales de Venecia, pero canta un poco en medio de las tiendas de souvenirs y restaurant­es de comida barata para turistas y oficinista­s (si es que queda alguno después de la pandemia), entre Leicester Square y Covent Garden. Por dentro es un anacronism­o, un símbolo de exclusivid­ad masculina, un club de tíos que se sienten más libres (y al parecer se divierten más) sin mujeres a su lado, un bastión del poder, el privilegio, el clasismo, el machismo y el heteropatr­iarcado.

El Garrick Club no es tan extravagan­te como el Bath & Rackets Club, el más caro de Londres, cuyo baño turco es centro de reunión de políticos y hombres de negocios paranoicos que ven micrófonos ocultos por todas partes y no quieren que sus conversaci­ones sean escuchadas; o el Beefsteak Club, donde todos los socios se llaman de puertas adentro Charles, sea cual sea su nombre auténtico. Tampoco es tan provincian­o como el East India Club, refugio de empresario­s de medio pelo de Birmingham y Manchester; o tan pijo como el Travellers Club, el más viejo de todos, en Pall Mall, favorito de diplomátic­os y embajadore­s, reservado originalme­nte para “gente viajada” (es decir, que tenía más de 750 kilómetros a sus espaldas, hoy en día una minucia).

El Garrick comparte con todos ellos que sólo admite hombres como socios, y en el exclusivo salón con paredes de madera de caoba para fumar puros habanos y degustar coñac y maltas únicas después de la cena (las mujeres pueden ir a cenar como invitadas, y de ahí un empujón y a casa). Pero lo que lo hace diferente es la cantidad de poder que concentra: políticos, jueces del Tribunal Supremo, directores de diario, periodista­s mediáticos, abogados...

Su existencia era de sobra conocida, pero la publicació­n por The Guardian de la lista de sus socios ha provocado una pequeña revolución, desembocan­do en la renuncia al carnet de dos jueces, el director del Servicio de Inteligenc­ia Exterior (MI6) y el funcionari­o civil de más alto rango en la Administra­ción. De entrada alegaron que no veían nada ilegal en formar parte de un club sólo para hombres, igual que hay sociedades gastronómi­cas, o piscinas y cárceles exclusivas para mujeres (y últimament­e hombres que se declaran mujeres). Pero al poco, apretándol­es las tuercas, tuvieron que reconocer que ocupaban puestos donde se supone que de nueve a cinco se dedican a combatir la discrimina­ción de todo tipo, y fomentar la igualdad, la inclusión y la diversidad, y luego a la salida del trabajo conspiraba­n únicamente con personas de su propio sexo. La excusa que dieron fue que pretendían reformarlo desde dentro. Si no se permitiera la entrada en el Garrick de negros o gays, hace tiempo que se habría armado la marimorena.

La queja de las mujeres no es perderse las actividade­s a las que se dedican los socios en el club de Covent Garden, sino estar excluidas de los hilos de poder que se mueven entre sus paredes, los contactos que se hacen y las oportunida­des profesiona­les que surgen. El embajador norteameri­cano cundo Trump era presidente Robert Johnson IV celebraba almuerzos con el personal de la

Dos jueces, un alto funcionari­o y el jefe del MI6 (servicio de inteligenc­ia) han devuelto el carnet

legación en el White's, también sólo para hombres, a los que no era invitada su consejera política por razón del sexo. Hasta que todo el personal montó un motín y hubo un cambio de escenario. Su sucesora, por cierto, es una mujer.

El anacronism­o en cualquier caso no es sólo la discrimina­ción por razón de sexo (o género). Tampoco está bien visto “hacer negocios”, sacar papeles de una cartera o usar el teléfono móvil. Dinosaurio­s del siglo XXI. ●

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Suz nne P unkett / Reuters En la lista de socios del Garrick Club abundan políticos, jueces, periodista­s y abogados

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