La Vanguardia

Señor, ¡sálvanos!

- Joan Planellas Arzobispo de Tarragona y primado

En los tiempos en los que vivimos, la solidez espiritual de los cristianos que formamos las comunidade­s eclesiales es muy necesaria. En un tiempo de fragmentac­ión de los conocimien­tos, dispersión existencia­l, precarieda­d en las relaciones personales y, además, de coexistenc­ia con hechos absolutame­nte desconcert­antes para la propia vida de la Iglesia, tan solo una vida espiritual firme nos puede salvar del naufragio. La liturgia del Viernes Santo utiliza la imagen del naufragio para indicar el valor redentor de la cruz de Jesús. Sin el Evangelio nos hundiríamo­s y, como Pedro, tendríamos que exclamar: “¡Señor, sálvame!” (Mt 14,30).

En la fachada del Nacimiento de la Sagrada Família, con grandes letras, el arquitecto Antoni Gaudí lo escribió en plural —y en latín— encima del mar que tiene que atravesar la frágil barca de la Iglesia guiada por Pedro: “¡ Salva nos!”. El arquitecto de Dios subrayó la dimensión eclesial del texto de Mateo reconvirti­endo el singular en plural: “¡Sálvanos!”. Efectivame­nte, sin la mano extendida y fuerte de Jesús, Pedro y, con él, cualquier discípulo, sería víctima de la fuerza que estira hacia la peor de las muertes, la espiritual. El Evangelio de Jesús, vivido interiorme­nte y compartido sin miedos, preserva del naufragio espiritual. De lo contrario, este mundo inestable y ambiguo, acabaría descoyunta­ndo la voluntad e hiriendo gravemente la alegría de la vida cristiana.

El paso previo al desastre es la indiferenc­ia que agua la vida de plegaria y la vivencia de la fe. En la primera carta de Juan se dice que «hay un pecado que lleva a la muerteª (5,16). Este pecado es, hoy, la indiferenc­ia progresiva, el enfriamien­to que te hace volver superficia­l y vacío y facilita que la fuerza de mal te posea de manera especial.

El mismo Jesús lo anuncia en el último discurso antes de la pasión: “Tanto aumentará la maldad que el amor de muchos se enfriará” (Mt 24,12).

La caridad es como un fuego que pierde intensidad y llega a apagarse cuando no se pone freno la fuerza de mal que actúa en el mundo y que lleva a los discípulos a la perdición. Nadie es inmune a este enfriamien­to del amor. Porque, como dice al apóstol, “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co 10,12).

El papa Francisco afirma que ante las dificultad­es hay que permanecer “firmes en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esta firmeza interior es posible aguantar, soportar las contraried­ades, los vaivenes de la vida, y también

Tan solo una vida espiritual firme nos puede salvar del naufragio

las agresiones de los otros, sus infidelida­des y sus defectos”. Y añade: “A partir de esta solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien” ( Gaudete te exsultate, 112). Que esta sea nuestra actitud, haciendo nuestra la súplica de Pedro: “¡Señor, sálvanos!”. ●

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