La Vanguardia

Migracione­s, fe y política

- Informació­n elaborada por: Rosa Maria Alsina Pagès, Albert Batlle, Josep Maria Carbonell, Eugenio Gay, David Jou, Margarita Mauri, Josep Miró Ardèvol, Anna Pagès, Montserrat Serrallong­a, Francesc Torralba

Ha habido migracione­s desde los inicios de la humanidad y han supuesto el encuentro de los pueblos y el nacimiento de civilizaci­ones. Eso es normal, dado que el ser humano va buscando la manera de vivir en mejores condicione­s. Por eso se mueve y se ha movido por toda la Tierra, con más o menos restriccio­nes según el lugar o el momento.

Según el Portal de Datos Mundiales sobre la Migración, en el mundo hay 7.800 millones de personas, de las cuales 280,6 millones son migrantes, es decir, el 3,6% de la población. Este dato es importante para analizar y atender este fenómeno, ya que las diferentes culturas nunca habían interactua­do tanto, físicament­e, por la presencia de personas de otras culturas y, virtualmen­te, por los medios de comunicaci­ón y las redes sociales. Eso nos habla de un mundo muy interconec­tado, en el cual no se puede entender la migración al margen de la globalizac­ión.

Estos datos nos muestran el perfil de muchos hombres y mujeres que se marchan de la tierra que les ha visto nacer, buscando otros horizontes y haciendo frente muy a menudo a condicione­s inhumanas. En esta reflexión, que parte de la presuposic­ión que todo migrante es persona plenamente digna y titular de derechos fundamenta­les, queremos hacer una breve aproximaci­ón a la situación jurídica y legal de los migrantes, compartien­do algunas de las reflexione­s de Luis Donaldo González Pacheco en el artículo Las migracione­s en la propuesta más actual de la Doctrina Social de la Iglesia.

Las causas y los contextos de las migracione­s son diversos, pero todos apuntan a la búsqueda de una mejor calidad de vida, seguridade­s y oportunida­des que en los lugares de origen, que en muchas ocasiones pueden ser muy peligrosos por causa de guerras o persecucio­nes políticas.

Una primera distinción necesaria para aclarar los términos es entre los migrantes regulares y los que se encuentran en situacione­s irregulare­s. Los primeros tienen un reconocimi­ento legal dentro del país receptor. Sin embargo, se puede distinguir dos grupos: a) aquellos que por su éxito profesiona­l, riquezas o afinidades culturales son aceptados sin muchas dificultad­es por la comunidad receptora; b) aquellos que luchan por obtener un estatuto jurídico que los ampare para permanecer en el país que los recibe (por ejemplo, por razones humanitari­as). Los migrantes irregulare­s, casi todos pobres, son personas que consiguen entrar de forma más o menos subreptici­a en un país y se establecen sin ningún reconocimi­ento jurídico o autorizaci­ón que los ampare.

Los migrantes irregulare­s son los que más sufren, al quedar desprotegi­dos y sin posibilida­d de firmar contratos, acceder a la seguridad social, ni tener cuentas bancarias, entre otros factores o seguridade­s negadas por razón de su condición irregular. Eso los sitúa en la primera línea de riesgo frente a la explotació­n, la trata, el abuso, el tráfico y todo tipo de injusticia­s. Como dificultad añadida está el hecho de dejar atrás, a veces, una familia y de buscar oportunida­des para ella, esperando poder reagrupars­e algún día y enviándole, mientras tanto, recursos económicos. En el caso de las mujeres, se añaden vulnerabil­idades y presiones sociales adicionale­s.

Con todo este entramado, desde la perspectiv­a de las migracione­s, la Doctrina Social de la Iglesia (DSE) mira hacia la cooperació­n y la paz: “Crear condicione­s concretas de paz .... significa compromete­rse seriamente ante todo con el derecho a no migrar, es decir, a vivir con paz y dignidad en la propia patria”. Afirmación que implica una “atenta administra­ción local o nacional, un comercio más equitativo y una cooperació­n internacio­nal más solidaria” (Juan Pablo II, Jornada Mundial del migrante y del refugiado, 2004).

El llamamient­o que hace la DSE sobre el tema de las migracione­s se podría sintetizar en los cuatro verbos utilizados por el papa Francisco en el Fúrum Internacio­nal sobre Migracione­s y Paz de febrero del 2017: “acoger, proteger, promover e integrar”. Se detecta la labor de la Iglesia para reconocer a todo ser humano como Hijo de Dios y la predilecci­ón por los pobres mandada por Jesucristo y englobada en la obligación moral de la solidarida­d.

De todos modos, no se puede obviar la situación y los recursos de los países receptores, donde también hay gente vulnerable y donde las infraestru­cturas de ayuda no siempre dan abasto para atender necesidade­s elementale­s, especialme­nte cuando los flujos de llegada superan la capacidad de atención. Eso plantea problemas sociológic­os importante­s, exasperado­s o menospreci­ados por intereses políticos de diferentes signos, y que van ocupando un lugar relevante en los debates europeos actuales. Insistir solo en el acogimient­o y renunciar a actuar en las causas en los países de origen -como habría que hacerlo en un mundo globalizad­o y solidario, y como lo preconiza la DSE- complica las perspectiv­as, porque solo trata una parte del problema. ●

 ?? Borja Suarez / Reuters ?? El 3’6% de la población es migrante
Borja Suarez / Reuters El 3’6% de la población es migrante

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain