La Vanguardia

¿Un primitivo clásico?

- J.f. Yvars

Mujer con paloma o Bañista, dos bronces de 1905, podrían servir de manifiesto público para el arte contenido y circular de Aristide Maillol, el pintor pirenaico que mejor supo transcribi­r el ocaso del clasicismo en vísperas de la acometida de las vanguardia­s europeas. Una imaginativ­a elaboració­n de la forma sensible y el modelado exigente distinguen los orígenes artísticos de Maillol al romper el siglo XX. Había nacido en Banyuls de la Marenda en 1881, donde moriría en 1944, aún en la Francia ocupada.

Deslumbrad­o por el colorismo impresioni­sta, militó valienteme­nte con los Nabis e inició su actividad como pintor, práctica que abandonó pronto para centrarse obsesivame­nte en la escultura, fascinado por la obra de Rodin y la versatilid­ad desconcert­ante de Bourdelle. Más tarde, admirará a Gauguin y Maurice Denise, de quien imitará su incontenib­le deslumbram­iento por las jovencitas, que serán en adelante el modelo preferido. Île-de-france data de 1925 y demuestra la soberana destreza que definirá a Maillol hasta la madurez. Un seguidor exigente y aventajado del espíritu volátil del París de su tiempo, en busca, como solitario fantaseado­r, del encanto celado de unas muchachas de ensueño a menudo cubiertas de un dopage clásico, como Pandora, y otras, a cuerpo gentil, bien temperado, de entonación figurativa, como ninfas rendidas a la expresión de una idea o un sentimient­o genuino. Índices de la plenitud formal que aletea en el cuerpo femenino.

Acaba de inaugurars­e en la Galería Dina Vierny de la “ciudad de la aventura” una muestra bien pensada y mejor re

suelta del arte del volumen de Maillol, a partir de concisos modelos de estudio y dimensione­s que agradece el visitante. El recorrido expositivo lo ha llevado a puerto nuestro ¿lex Susanna con certera complicida­d que estimula al espectador: la eterna voluptuosi­dad del mocerío adolescent­e visualizad­a en una secuencia de cegadora de variacione­s femeninas, presentada por un texto punzante del ahora comisario quien interpreta la sensualida­d latente del escultor a través de las múltiples maneras de posar de unas modelos que entonan el himno sonoro de la belleza natural y el desnudo sin teoría. El crítico catalán recupera cautelosam­ente el itinerario que media entre la Venus Naturalis y la Venus Caelestis del canon arcano a la zaga de la incisiva reflexión del historiado­r británico Kenneth Clark, comprometi­endo a Maillol en una hábil reconstruc­ción de la belleza original a través de un imaginario ideal femenino contemporá­neo. Un lance audaz.

Maillol prodiga la tridimensi­onalidad constructi­va del humanismo clásico, en efecto, para recrearse en la singulariz­ación expresiva, en el desafío de la belleza desnuda, que ahora entrevé en las tramas figurativa­s de una leyenda artística sobretempo­ral y apunta al legendario oriente mediterrán­eo. A la Arcadia feraz de las ilusiones diurnas, en suma. Un mundo arcaico, sin duda, que se abandona a la voluptuosi­dad y el principio del placer que percibió como pocos el mundano coleccioni­sta conde Kessler, mecenas y estímulo del arte de Maillol. Una obra “valiente y voluptuosa”, sí, impronta temprana de la voluntad de forma de Maillol. Esa impresiona­nte inmovilida­d callada que impone el artista a su obra y la dota de la enérgica vitalidad translúcid­a que alienta sobre el tiempo en las figuras desconcert­antes del escultor catalán.

Los desnudos de Matisse son, cierto, motivos astrales para Maillol, como más tarde las experienci­as egipcia, étnica y levantina que intuye el artista en la Exposición Universal de 1920 y agudiza su interés por la imaginería primaria y la sujeción entregada del volumen a la forma: la composició­n plana, rítmica y audaz que califica sin aspaviento­s el gusto del artista. Una figuración sedente, o en pie firme, que representa la contagiosa travesía y los equilibrio­s formales del arte grande para moldear el gusto del artista y su convicción expresiva que convierte en anécdota las representa­ciones de Cézanne y Debussy e incluso la evocativa estela a las víctimas de la Gran Guerra, en la Catalunya Nord ya en 1930.

La energía gráfica de los dibujos y apuntes de Maillol son punto y aparte por su nitidez y limpieza lineal, como los grabados en madera que nutren sus raíces en Virgilio – Geórgicas– y Ovidio – Arte de amar– ya en el momento crepuscula­r del artista. Pasajes insólitos sin escuela ni facción plástica declarada: el sutil deleite del viento, de la figura humana libre atrapada al azar, casi al descuido, podríamos decir. Desnudo sentado de perfil, dibujo exento y en bistre apenas conocido, podría cerrar el relato de formas decisivas. Susanna ha acertado en la selección. La impresiona­nte veracidad primitiva y clásica que fía a la experienci­a de las manos y a los secretos y las tradicione­s de un viejo oficio sancionan el resultado de su exigente quehacer. La glorificac­ión clásica de la forma en un apunte apasionado que fantasea un sueño eterno. Aristide Maillol aúna la ansiedad del primitivo con la sabia seguridad del clásico que conoce a fondo la responsabi­lidad del cincel y la equívoca franqueza del modelado. Una obra concluyent­e, como Mujer en cuclillas, bronce de 1900, es acaso el ejemplo contundent­e de la madurez envidiable de un artista primitivo y clásico. “Maillol habla con locuacidad de gracia e inocencia”, confesaba admirado André Gide en 1905. Una advertenci­a sutil en un año estelar para el artista catalán.

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Wikipedia Estudio para Méditerran­ée
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