La Vanguardia

¿Una Catalunya provincial?

- Antoni Puigverd

Catalunya ha perdido algo más que la primacía económica de Espaòa. El músculo industrial se deshinchó y dependemos peligrosam­ente del turismo. La administra­ción de la Generalita­t se ha convertido en un lentísimo paquidermo, que no aporta al país, ni de lejos, lo que le cuesta, mientras tiende a la arbitrarie­dad, al freno, a la atonía. La sequía ha puesto en evidencia la dejadez absoluta que escondía el folklorism­o comarcal: carecemos de estrategia agraria, energética y de agua. El área metropolit­ana está incomunica­da; y amplios territorio­s, abandonado­s a su suerte. Educación, sanidad y servicios sociales quiebran. La lengua catalana tiene cada vez menos presencia social. Los catalanes parecemos un patchwork: grupos culturalme­nte diversos que no compartimo­s nada. El cuadro es inquietant­e. Catalunya se provincial­iza.

Días atrás escribí que las elecciones de mayo situarán a los catalanes ante un cruce. Muchos son los candidatos, pero tan solo dos los caminos: o centrarse en las “cosas del comer” o continuar turbados por el ideal. Ya sin engaÒos, en mayo votaremos o deslumbrad­os por la fantasía o presionado­s por la realidad. Es necesario precisar un poco estos dos conceptos: fantasía y realidad. Durante estos 12 aòos hemos descubiert­o (ya sin sombras de duda) que la fantasía, más que satisfacci­ones, ha fabricado sobre todo lágrimas: fractura interna, prisión, sentencia, indulto, amnistía. De manera análoga, también todo el mundo sabe perfectame­nte que la realidad, a pesar de ser lo contrario de la fantasía, no se deja trabajar fácilmente. La realidad es dura como una piedra; y condiciona­da por muchos de los factores que impulsaron a medio país a intentar el asalto de los cielos de la fantasía. La realidad no pide tan solo propósito y determinac­ión, pide también instrument­os políticos y financiero­s para poder ser atendida como es debido.

En su discurso en las Drassanes, Salvador Illa convocó al país a dar un giro realista. Propone reunir a los catalanes en torno a objetivos tangibles, comunes, realizable­s. A desplegar todo lo desplegabl­e del Estatut del 2006 (mutilado, preciso yo). A reiniciar la máquina administra­tiva. A profundiza­r en los servicios públicos. A afrontar con diálogo con el Estado la evidente anomalía de la financiaci­ón (ser el tercero en aportar y el decimocuar­to en recibir). En su discurso, Illa habló de “comunidad” catalana, no de nación; y no dedicó ni un segundo a temas lingüístic­os o culturales. Imagino que quiere evitar las cuestiones identitari­as, pues hasta ahora han servido para dividirnos.

Catalunya necesita un baòo de realismo, de contención y de responsabi­lidad. Puede ser útil bajar el volumen de la historia romántica y dejar reposar el 1714. En este momento inquietant­e es ciertament­e más pedagógico evocar el regreso de Tarradella­s y su comportami­ento institucio­nal y unificador. El país se ha dividido profundame­nte y es sensato intentar reunirlo en torno a las neutras banderas de la economía y el rigor administra­tivo. Es oportuno crear un espacio aséptico para reunir, en un clima desapasion­ado, a catalanes de contradict­orias procedenci­as. Pero es extraòo renunciar voluntaria­mente al horizonte. Es verdad que un horizonte completame­nte abstracto, la independen­cia, nos ha llevado al callejón sin salida del irrealismo, al precipicio de la fantasía. Pero descartar por completo un horizonte singular para Catalunya podría ser entendido como la asunción resignada de un destino provincial. ●

Catalunya necesita realismo, pero el peligro del realismo es la resignació­n

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