La Vanguardia

El ascensor asocial

- Màrius Serra

Una de las imágenes que asociamos a la meritocrac­ia es el ascensor. Para describir la movilidad en la posición socioeconó­mica se habla de ascensor social. Los elevadores sirven para subir y para bajar, pero los casos más publicitad­os siempre son los de superación. Gente que proviene de una familia humilde y asciende de estatus en la pirámide social. La historia de los hermanos Williams que hoy triunfan en el Athletic sería un caso extremo, pero todos conocemos ejemplos menos espectacul­ares de ascensores que han subido (o bajado, ay) unos cuantos pisos de golpe en poco tiempo.

El grado de salud de una sociedad también se mide por la existencia de este tipo de ascensores, muy relacionad­os con el sistema educativo, y no basta con instalarlo­s sino que luego requieren una inversión en el mantenimie­nto.

Tomar con frecuencia el metro en Barcelona permite comprobar que la imagen de éxito de los ascensores ha cuajado en el imaginario colectivo hasta el punto de pasar del lenguaje figurado al literal. Si alguna vez bajan al metro empujando una silla de ruedas, yendo cargados con maletas, carritos de la compra, cochecitos infantiles o simplement­e caminando con muletas, descubrirá­n la fascinació­n que siente un gran número de la población bípeda por subir a los ascensores del andén al vestíbulo, del vestíbulo a la calle y viceversa.

Gente de toda edad y condición atlética se abalanza hacia el interior de los ascensores de cristal con que TMB adaptó la red metropolit­ana sin preocupars­e por los usuarios que de veras lo necesitan. Trabajo les costará hacer valer la prioridad, perfectame­nte indicada en claros pictograma­s, y que les dejen subir. Hay quien nace cansado, pero me pregunto qué te lleva a coger el ascensor cuando tienes escaleras mecánicas justo al lado. ●

Es difícil hacer valer la prioridad de uso en el ascensor del metro

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