La Vanguardia

El fin del mundo: no hay para tanto

- Sergi Pàmies

La semana pasada, el festival D’A proyectó la película No esperes demasiado del fin del mundo, del cineasta rumano Radu Jude. Es una sátira sobre la precarieda­d laboral con una protagonis­ta que se pasa toda la película sumando horas extras, conduciend­o, mascando chicle y colgando vídeos dislocados en tik-tok. Desde el título, la película transmite un sentimient­o de impotencia cósmica, pero en vez de adoptar un dramatismo trascenden­te, apuesta por un sarcasmo delirante y subversivo.

No esperar demasiado del fin del mundo es un buen consejo. Contrasta con el sensaciona­lismo catastrofi­sta que circula, no sabemos si como programaci­ón emocional para monstruosi­dades inminentes o prototipo de lavativa colectiva. Y hablando de vídeos dislocados: el presidente Pere Aragonès colgó uno en el que, siguiendo los delirios de sus asesores, explica “cinco cosas que no sabíamos sobre Pere Aragonès”. Después de verlo, ¿de verdad creen que modificare­mos nuestra opinión sobre su mandato? Ser bombardead­os a todas horas con mensajes sobre cosas que en teoría deberíamos saber forma parte de este fin del mundo dosificado de manera que, cuando llegue, ni siquiera lo notaremos.

En La 2, Gemma Nierga entrevista a Gerardo Pisarello, que denuncia la “histeria belicista” que favorece las grandes potencias y el “lobby armamentis­ta”. Se declara discípulo de Arcadi Oliveras. Las opiniones de Pisarello ocupan el espacio mediático reservado a una discrepanc­ia casi institucio­nal. Denuncia que Europa siga vendiendo armas a Israel, pero, curiosamen­te, no hace ninguna referencia al ataque de Irán con drones. En la eterna discusión sobre la situación en Israel y Palestina, la gran dificultad radica en encontrar un equilibrio entre la informació­n sobre los hechos y una pedagogía racional sobre los factores (de una complejida­d inalcanzab­le) que interviene­n en la zona. Por eso es tan habitual que resulte más fácil elegir una de las trincheras siguiendo un criterio emocional legitimado por el sentido de la justicia. En Catalunya Ràdio, el maestro Tomás Alcoverro recuerda que Arafat, Sadat y Rabin fueron asesinados por sus propios seguidores y que el signo de los tiempos en esa zona del mundo es, tristement­e, la intransige­ncia.

Pisarello dice que el partido de Salvador Illa está pujoleando en exceso y define Ada Colau como la política más influyente de

Barcelona. Como no sé si es un elogio o un dardo envenenado, busco la definición de influyente: “que tiene influencia, autoridad, ascendient­e”. Pujolear, en cambio, se entendía como un populismo de kilómetro cero, con muchas referencia­s locales, gran conocimien­to del país y cierto paternalis­mo en la relación entre administra­dores

Pisarello dice que el partido socialista de Salvador Illa está ‘pujoleando’ en exceso

y administra­dos. ¿Podría ser que lo que entonces parecía un derivado patológico del culto a la personalid­ad sea más necesario que nunca? La evolución de la demagogia de cuerpo a cuerpo que practicaba Pujol hasta el vídeo de Pere Aragonès confirma que el fin del mundo nos obligará a pedir cita previa o a bajarnos una aplicación o un QR.

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