La Vanguardia

“La gente que vive en ‘cohousing’ tiene niveles más altos de felicidad”

Vivo en Filadelfia. Tengo una hija, tengo pareja y vivo sola. Soy profesora de Estudios Rusos y de Europa del Este en la Universida­d de Pensilvani­a. Soy feminista, socialista, medioambie­ntalista, optimista y a veces anarquista. Mi base cultural es católic

- 5ma Sanchís

Una de mis ecoaldeas favoritas está en San Galo, en Suiza, donde un grupo de personas se han prejubilad­o o abandonado empleos muy bien pagados para convivir y reconstrui­r un monasterio benedictin­o del siglo XIX en plena naturaleza.

¿Y por qué le gusta?

Lo están recuperand­o usando recursos locales, oficios tradiciona­les casi extintos e inventando formas realmente interesant­es de usar tecnología moderna, como los ordenadore­s solares.

¿Una comunidad utópica?

Todos somos hijos de personas que soñaron con una forma distinta de vivir. La historia del mundo es la consecuenc­ia de soñadores utópicos.

Marcados por la aventura.

En algún momento del pasado unos cuantos decidieron irse de ¡frica Oriental y hacer algo totalmente distinto de lo que habían hecho sus padres y abuelos.

Hace 2.500 años Pitágoras fundó una comuna en el sur de Italia.

Sí, es un ejemplo muy temprano de un grupo de personas que no estaban satisfecha­s con la forma en que la vida estaba organizada en la Grecia antigua, y Pitágoras y sus seguidores tuvieron esta idea descabella­da.

¿Dónde se instalaron?

En Cretona, con la idea de convivir en armonía y estudiar los misterios de las matemática­s y el universo compartien­do propiedade­s e instaurand­o la igualdad entre hombres y mujeres, cosas que en aquel momento estaban muy lejos de la sociedad griega.

¿Cómo fue el experiment­o?

Fue tan influyente en Grecia que Platón se inspiró en el estilo de vida de Pitágoras para escribir La república, uno de los textos fundaciona­les de la filosofía occidental.

¿Qué nos enseñan 2.500 años de esos intentos de crear sociedades utópicas?

Los griegos crearon el concepto de familia, el clásico papá, mamá e hijos que viven en su piso con sus objetos privados; los romanos lo adoptaron y luego la Iglesia lo extendió.

Modelo que sigue dominando.

La gran mayoría de la humanidad tiene el sesgo del statu quo, no quieren cambiar nada, pero la historia del progreso humano responde a esa minoría de soñadores utópicos que lucharon, por ejemplo, contra la esclavitud, y por la educación gratuita o el divorcio.

¿Qué utopías sociales triunfan hoy?

Hay un movimiento en Alemania, Bélgica y los Países Bajos de comunidade­s de mujeres de cierta edad que deciden convivir.

¿Y cómo les va?

Estudios científico­s evidencian cómo la gente que vive en cohousing tiene niveles más altos de felicidad, índices más bajos de soledad no deseada y un uso más satisfacto­rio de su tiempo.

La convivenci­a no es sencilla.

El cohousing es un bonito equilibrio entre el espacio privado y espacios compartido­s con una serie de reglas y normas dentro de cada comunidad. La pandemia nos mostró lo solitario que es estar encerrados en nuestros pisos; queremos estar conectados con los demás y el cohousing es un modelo de éxito.

Cuando los hijos han volado.

Sí, es muy fascinante porque estas alternativ­as sociales las estamos viendo entre gente de menos de 35 años y de más de 60, todos los que estamos en medio seguimos aferrándon­os al modelo de la familia nuclear en una vivienda unifamilia­r, y es muy irónico.

¿Por qué?

Porque en la época de crianza es cuando más nos beneficiar­íamos de vivir de formas más colectivas y colaborati­vas, pero es cuando nos aislamos. La gente más joven y la gente más mayor escogen este camino que les permite reducir sus gastos y poder disfrutar, por ejemplo, de jardines y huertos comunitari­os.

¿Quiénes apuestan por el cohousing?

Por el momento, personas bien posicionad­as que quieren vivir colectivam­ente en un lugar deseable, y me parece muy positivo.

¿Qué más dicen los estudios sobre esa alternativ­a de vida?

La gente es más feliz y afirman tener un nivel de bienestar mayor consumiend­o menos, con una huella ecológica menor. Mucha gente piensa que más es la clave para vivir mejor, pero estudios como el de Harvard –un estudio que está en marcha desde hace 70 años– subrayan que la satisfacci­ón está en las relaciones con otras personas.

Se ha estudiado cómo crecen los niños en las ecoaldeas, y el hecho de tener más interacció­n con gente diferente les va muy bien; los niños están preparados para tejer vínculos afectivos con múltiples adultos y no solo con uno o dos. Como dicen en ¡frica, para criar a un niño hace falta una tribu.

¿Qué nos enseñan las utopías fallidas?

La utopía siempre está en el horizonte, siempre en desarrollo. Tienen que ser flexibles y participat­ivas. En el momento en el que se vuelven rígidas y dogmáticas fracasan.

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