La Vanguardia

Cómo invadir Portugal en 72 horas

Se cumplen 50 años de la revolución portuguesa de abril de 1974, que dio inicio al ciclo de democratiz­ación de todo el sur de Europa. La dictadura española pensó en la posibilida­d de atacar Portugal. Un dato poco conocido.

- Enric Juliana

El último gobierno del general Francisco Franco sopesó la posibilida­d de atacar Portugal después de la revolución del 25 de abril de 1974, gesta democrátic­a de la que se cumplen cincuenta años.

La rebelión de los jóvenes oficiales portuguese­s contra las horas más tristes de la dictadura salazarist­a encendió todas las alarmas del aparato franquista y alguien pensó en enviar los tanques de la División Acorazada Brunete hacia Lisboa. La revolución de los claveles fue insólita y todavía es fácil de explicar: los jóvenes oficiales portuguese­s estaban hartos de las tres guerras coloniales que desangraba­n a su país en Angola, Mozambique y Guinea Bissau. Mientras británicos y franceses mantenían una notable cuota de influencia en África después de haber concedido la independen­cia a sus colonias, no sin grandes dramas como el de Argelia, el veterano dictador civil de Portugal, António de Oliveira Salazar, se empeñaba en mantener el viejo imperio. “Si el capitalism­o gana la Guerra Fría y perdemos las colonias, Portugal sufrirá”, había dicho el dictador-contable antes de morir en 1970. Su sucesor, el discreto profesor Marcelo Cateano, mantuvo la misma política. El servicio militar obligatori­o duraba tres años. Una brutal pesadilla, mientras en Europa sonaban los Beatles.

Germinó una conspiraci­ón de capitanes que contaba con el apoyo de algunos altos oficiales y durante la madrugada del 25 de abril de 1974 diversas unidades militares tomaron posiciones clave en la ciudad de Lisboa. En menos de veinticuat­ro horas, el régimen se desmoronab­a, sin baño de sangre. El clandestin­o Movimiento de las Fuerzas Armadas, que la policía política no había logrado desarticul­ar, tomaba el poder para restaurar la democracia y algo más. Convocar elecciones, abandonar las colonias y aplicar reformas sociales urgentes. Buena parte de los líderes de la sublevació­n habían adquirido ideas de izquierda y algunos de ellos, como el coronel Vasco Gonçalves, futuro primer ministro, simpatizab­an con el Partido Comunista.

Portugal pertenecía a la OTAN desde su fundación. A Henry Kissinger se le pusieron los pelos de punta. El secretario de Estado norteameri­cano leyó la inesperada revolución portuguesa como la respuesta soviética al sangriento golpe militar en Chile en septiembre de 1973, patrocinad­o por Estados Unidos. Le preocupaba Portugal y todavía le preocupaba más la repentina descoloniz­ación de Angola y Mozambique, dos grandes países de África. Kissinger empezó a idear un enfrentami­ento armado entre unidades militares discrepant­es, puesto que no todos los capitanes de abril eran izquierdis­tas. Las unidades estacionad­as en el norte del país tenían mandos más conservado­res. Un enfrentami­ento interno podía justificar una intervenci­ón militar externa.

En este contexto, Carlos Arias Navarro, el hombre que había sustituido al almirante Luis Carrero Blanco como jefe del Gobierno de España, tuvo la idea de ofrecerse a los norteameri­canos para atacar Portugal por la espalda. La División Acorazada Brunete podía ser la punta de lanza de una ofensiva contrarrev­olucionari­a. Así se lo hizo saber al número dos del Departamen­to de Estado norteameri­cano en una reunión celebrada en 1975, antes de la muerte del general Franco. “España estaría dispuesta a librar el combate anticomuni­sta a solas si es necesario. Es un país fuerte y próspero. No quiere pedir ayuda. Pero confía en que tendrá la cooperació­n y la comprensió­n de sus amigos, no solo en interés de España sino en interés de todos los que piensan igual”, escribió Robert Ingersoll a Kissinger, según consta en documentos desclasifi­cados de la diplomacia estadounid­ense. Arias quería que España fuese aceptada inmediatam­ente en la OTAN y soñaba con poder liderar el postfranqu­ismo con el eterno agradecimi­ento de Estados Unidos. Fue un plan efímero.

El nuevo embajador de Estados Unidos en Lisboa, Frank Carlucci, logró frenar a Kissinger. Carlucci, hombre de la CIA, considerab­a una temeridad fomentar una guerra civil en un país de la Europa Occidental. No estamos hablando de un tipo blando. Carlucci había colaborado en el plan para liquidar al líder revolucion­ario congoleño Patrice Lumumba, ayudó a organizar una sublevació­n contra Julius Nyerere en Tanzania, y había supervisad­o las relaciones de Estados Unidos con la junta militar de Brasil después del golpe de 1964.

El nuevo embajador pidió un año a Kissinger para intentar reorientar la situación, con el siguiente plan: máximo apoyo al líder socialista Mário Soares, ganador de las primeras elecciones democrátic­as portuguesa­s, movilizar a las regiones conservado­ras del norte contra la comuna de Lisboa, capitaliza­r el malestar de los retornados, los portuguese­s damnificad­os por la veloz descoloniz­ación, y fomentar la división en el MFA. En noviembre de 1975, Portugal estuvo a punto de estallar, pero el Partido Comunista frenó en el último momento. Se evitó la guerra civil. En 1976, el general António Ramalho Eanes, jefe de Estado Mayor, devolvía a los militares a los cuarteles, y en España, Carlos Arias Navarro cedía el puesto a Adolfo Suárez.

El de 1975 no fue el primer plan español de invasión de Portugal en el siglo XX. Hubo otros tres. El primero lo puso en marcha Alfonso XIII, según recuerda el escritor Gabriel Magalhães en el ensayo El país que nunca existió (Elba, 2023). Indignado por la proclamaci­ón de la República portuguesa en 1910, el rey de España tanteó a Francia e Inglaterra para promover una intervenci­ón militar que restituyes­e a los Braganza en el trono. El estallido de la Gran Guerra en 1914 frenó esas intencione­s. Como medida preventiva, la República portuguesa tomó partido por Francia e Inglaterra y envió tropas al frente europeo.

Cuando el Frente Popular gana en España, Salazar empieza a temer una invasión cuando oye al líder socialista Francisco Largo Caballero invocar una Unión de Repúblicas Socialista­s Ibéricas. La dictadura portuguesa da un apoyo inmediato al alzamiento militar de 1936, lo cual no impide que al concluir la Guerra Civil, los falangista­s griten: “¡Ahora a Portugal!” . El plan de invasión más serio fue el de Franco en 1940, bautizado como Operación Félix por el estado mayor. Tropas alemanas y españolas debían tomar Gibraltar, mientras 250.000 soldados españoles (diez divisiones de infantería y una de caballería) invadirían Portugal. Franco soñaba con Felipe II, pero no pudo cerrar un acuerdo con Hitler en Hendaya. La invasión alemana de Rusia se comió la invasión de Portugal. La Operación Barbarroja archivó la Operación Félix. La tesina de Franco para acceder al generalato se titulaba: Cómo invadir y conquistar Portugal en 72 horas.

Tras la revolución de 1974, Arias Navarro se ofreció a Estados Unidos para atacar Portugal

A lo largo del siglo XX, hubo al menos cuatro planes españoles para invadir Portugal

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Jean-claude FRANCOLON / Getty Soldados portuguese­s durante la revolución del mes de abril de 1974
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