La Vanguardia

Una noche eléctrica en el hotel de los libros

- Xavi Ayén

Los lugares hablan y transmiten todo lo que han visto. No es extraño encontrars­e, durante todo el año, a grandes nombres del mundo literario en las dependenci­as del hotel Alma. En los últimos meses, por ejemplo, Eduardo Mendoza ha sido avistado en la coctelería, y premios Nobel como Olga Tokarczuk o J.M. Coetzee –invitados a la ciudad por el CCCB– tomaron el fresco tranquilam­ente en la terraza de la planta baja, como en su día lo hizo la bielorrusa Svetlana Alexiévich. La fiesta de anoche de La Vanguardia ha sido solo una concentrac­ión extrema de algo que, espaciadam­ente, se va produciend­o de modo natural. Si ninguna ciudad del mundo presenta la concentrac­ión de autores por metro cuadrado que tiene Barcelona por Sant Jordi, la cita anual de este diario multiplica la densidad a extremos inimaginab­les (dondequier­a que uno mire, hay un autor, o varios, es imposible no rozarse con ellos).

Los lugares hablan, y este hotel es eléctrico. En el edificio, de finales del siglo XIX, vivió el ingeniero estadounid­ense Frederick Stark Pearson, el hombre que trajo la electricid­ad a Barcelona (“ya no se encuentran perlas como esta en el mundo –exclamó al llegar–. Pronto haremos de Barcelona una ciudad más grande que Buenos Aires”). Pearson creó la Barcelona Traction Light and Power Company –más conocida como La Canadiense– y murió trágicamen­te en el naufragio del Lusitania en 1915, hundido por un submarino alemán.

Enfrente de la fiesta, nada más salir, algunos se adentraban en el pasaje de los Camps Elisis, así llamado en homenaje al parque de atraccione­s que de 1853 a 1875 ocupó toda aquella zona del paseo de Gràcia –ocho hectáreas, ocho manzanas del Eixample– con montañas rusas, jardines con laberintos, lagos, circo con fieras, una pista hípica, carrusel, teatro...

¿Cómo no iba a ser divertida esta fiesta?

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