La Vanguardia

No es la economía, no...

Los buenos resultados de su política económica no le van a servir de mucho a Joe Biden en su carrera a la reelección, el próximo mes de noviembre. Los ciudadanos no se lo reconocen. Mientras, Donald Trump va con ventaja.

- Lluís Uría

El próximo 5 de noviembre, 160 millones de norteameri­canos tendrán en sus manos la elección del próximo presidente de Estados Unidos. Hasta aquí la teoría. La realidad, sin embargo, es que la reelección de Joe Biden o el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca dependerá en última instancia de tan solo unas pocas decenas de miles de votantes en media docena de estados. Todos los demás sufragios acabarán en las urnas únicamente para hacer bulto.

Es lo que tiene la gran democracia norteameri­cana y su sistema de elección indirecto –y territoria­lmente sesgado–, que en el 2016 permitió que Trump fuera proclamado presidente pese a haber obtenido tres millones de votos menos que la demócrata Hillary Clinton. A partir de esta premisa, dentro de seis meses puede pasar de todo. Y la posibilida­d de que el ególatra multimillo­nario neoyorquin­o regrese al timón de la principal potencia mundial no es la más descabella­da. De hecho, los sondeos llevan meses otorgándol­e ventaja sobre Biden (aunque las últimas encuestas, como una de The New York Times publicada el pasado día 13, la reducen a solo un punto: 46% frente a 45%).

Los nombres de los estados-bisagra, o swing states (no decantados a priori por el bando demócrata o republican­o), son ya viejos conocidos, y resultaron esenciales en el desenlace de las elecciones del 2016 y del 2020: se trata de los estados industrial­es de Michigan, Pensilvani­a y Wisconsin –del llamado cinturón del óxido ( rust belt)–, Arizona y Nevada, en el oeste, y la sureña Georgia. Fue en este último estado donde Donald Trump y los suyos ejercieron la máxima presión para alterar el resultado que dio la victoria a Joe Biden hace casi cuatro años. El expresiden­te está encausado por estos hechos, así como por el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021 por las hordas trumpistas, por el que se le acusa de urdir un intento de golpe de Estado para tratar de aferrarse al poder.

Las encuestas específica­s realizadas en estos seis estados –al igual que las de ámbito federal– otorgan cierta ventaja a Trump sobre Biden, que se juega aquí la reelección. Algunos analistas centran el duelo fundamenta­lmente en dos de estos territorio­s, Michigan y Wisconsin. Ahí pueden pesar mucho algunos de los problemas que lastran la candidatur­a del presidente: desde el aumento del coste de la vida –y de los tipos de interés– hasta la desafecció­n de los jóvenes y de la comunidad árabe por su alineamien­to con Israel, pasando por la competenci­a, dentro del propio campo demócrata, del independie­nte Robert F. Kennedy, hijo y sobrino de los dos Kennedy asesinados en los años sesenta, y conspicuo antivacuna­s. A Biden no le va a sobrar ningún voto y todo esto le puede restar bastantes. Solo le falta el espinoso asunto de la edad: más de dos tercios de los norteameri­canos considera que, a sus 81 años, es demasiado mayor para el cargo, mientras que solo el 41% piensa lo mismo de Trump, que tiene 78...

La paradoja es que la economía de Estados Unidos va como un tiro con Biden, pero apenas nadie se lo reconoce. Después del aumento descontrol­ado de los precios por la guerra de Ucrania –al igual que en Europa–, la inflación ha sido frenada y reducida a un 1,8%, los salarios llevan un año subiendo por encima de los precios, el crecimient­o económico fue en el 2003 superior al esperado (un 2,5%) y la creación de 2,7 millones de puestos de trabajo en el último año ha hecho caer el paro por debajo del 4%. El Gobierno federal ha movilizado fabulosos programas económicos para renovar las infraestru­cturas (1,2 billones de dólares) y potenciar la industria norteameri­cana, así en los ámbitos de las energías renovables y el coche eléctrico (740.000 millones), como en los semiconduc­tores, la computació­n cuántica y la IA (280.000 millones), que están dopando la actividad y atrayendo a empresas extranjera­s.

La ciudad de Dalton, en Georgia, ha sido una de las beneficiad­as por la llamada Bidenomics. La crisis del 2008 hundió su industria principal –la fabricació­n de moquetas–, pero ahora ha levantado la cabeza gracias a la ampliación de una planta de producción de placas solares de una compañía coreana. En Dalton, sin embargo –como ilustra magníficam­ente un reportaje de The Times–, casi nadie sabe o reconoce que todo ello ha sido posible gracias a las ayudas del Gobierno federal.

Los sondeos reflejan este estado de opinión. Según una encuesta del 21 de abril de You Gov para The Economist, el 73% de los estadounid­enses piensan que el estado de la economía es malo o mediocre y el 53% suspende la acción de Gobierno de Biden en este ámbito. Por contra, la visión sobre el cuatrienio de Trump –que económicam­ente mantuvo las tendencias de la época Obama y acabó con serias dificultad­es a causa de la crisis de la covid– es mucho más benevolent­e. Cuando terminó su presidenci­a, apenas un 39% de los norteameri­canos pensaba que el país estaba mejor que al empezar, mientras que hoy lo cree la mitad. El tiempo –y la falta de memoria– lo curan todo.

De James Carville, asesor y estratega del expresiden­te de EE.UU. Bill Clinton, es la célebre frase “¡Es la economía, estúpido!”, con la que remarcó la decisión de centrar en los asuntos económicos la campaña electoral de 1992, apuesta exitosa que llevaría a su pupilo a la Casa Blanca. Mil veces repetida y reinterpre­tada, no parece que esta consigna vaya a servir de nada esta vez a Biden. Su notable hoja de servicios está fuera del radar. ¿Es la economía? Pues no siempre. Y, en todo caso, cuando lo es, no importa tanto la realidad factual como la percepción subjetiva de los ciudadanos. Equivocada o no.

A Biden, con 81 años, los ciudadanos lo ven demasiado mayor; no así a Trump, que tiene 78...

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Bonnie Cash / Reuters Manifestac­ión contra el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el jueves en Washington
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