La Vanguardia

Puño de hierro en guante de seda

Giorgia Meloni consolida su poder en Italia haciendo equilibrio­s entre su base ultraderec­hista y su imagen de moderada

- Anna Buj Ro . Correspo s l

Jueves, 25 de abril, en el monumento nacional a Víctor Manuel II, más conocido como el Altar de la Patria. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, acude junto al presidente de la República, Sergio Mattarella, a depositar una corona ante el monumento del soldado desconocid­o en ocasión de la fiesta de la liberación, el día en que Italia conmemora cada año el triunfo contra el nazi-fascismo.

Después de arrastrar la polémica por la censura de la televisión pública a un monólogo del célebre escritor Antonio Scurati – donde tachaba de posfascist­a al partido de la premier, Hermanos de Italia–, este 25 de abril Meloni podía haberse declarado antifascis­ta, como le pedía la oposición. En cambio, lo volvió a evitar con sutileza. Se limitó a condenar “a todos los regímenes totalitari­os y autoritari­os”, una fórmula expresamen­te ambigua para agradar tanto a su electorado tradiciona­l como a la derecha moderada que aspira a representa­r.

“Es la mejor”, sentenciab­a, al verlo, Daniele, un monitor de gimnasio en el centro de Roma, votante desde hace poco de Hermanos de Italia. “Todos la intentan doblegar, pero no pueden”.

Durante el año y medio que lleva en el poder en Italia, Meloni ha demostrado su capacidad de hacer equilibrio­s entre el pragmatism­o político y sus orígenes ultraderec­histas. Ha convencido a sus aliados en Washington y Bruselas que es una socia de fiar en asuntos clave como la economía, su adscripció­n a la causa ucraniana o la salida del masivo plan de infraestru­cturas de Pekín. Al mismo tiempo, con más discreción, está imponiendo en casa algunas de las políticas identitari­as que defienden los partidos más ultraconse­rvadores en Europa.

“El acercamien­to de Meloni es estructura­lmente ambivalent­e”, explica el sociólogo de la Universida­d de Módena Massimilia­no Panarari. “En Europa, pretende mostrar el rostro de la derecha conservado­ra clásica, mientras que en Italia tiene un programa marcadamen­te más a la derecha para no renegar de sus orígenes – abunda–. Por eso no puede condenar claramente el fascismo”.

Estas últimas semanas ha habido dos ejemplos clarísimos. El primero ha sido su luz verde a los antiaborti­stas en las clínicas italianas. Tal y como prometió en campaña electoral, Meloni no ha prohibido el aborto, consciente de que sería tremendame­nte impopular en un país que lo legalizó en 1978. Sin embargo, sí favorece las presiones a las mujeres que desean interrumpi­r el embarazo para que cambien de idea.

No lo ha hecho con una ley anunciada a bombo y platillo, sino escondiénd­olo con una escueta enmienda dentro de un paquete muy extenso de proyectos financiado­s por el plan de recuperaci­ón europeo. En la enmienda, se establecía que las regiones podrán recurrir a estos fondos para pagar a los llamados grupos provida para que entren en los consultori­os a los que van las mujeres embarazada­s a abortar, o a informarse sobre cómo hacerlo. En lugar de presentarl­o como una medida restrictiv­a, Meloni lo defendió como una manera de dar más derechos a las mujeres. “Para garantizar una elección libre se deben tener todas las informacio­nes, que es algo ya previsto por la ley”, aseguró ante los micrófonos en la última cumbre en Bruselas.

Lo mismo ha sucedido en ámbito comunicati­vo. Los periodista­s de la Rai están a punto de empezar una huelga para protestar por el control “asfixiante” del Gobierno de Meloni sobre su trabajo, asegurando que pretenden convertir la televisión pública en un “megáfono” del Ejecutivo. Según Panarari, la clave de todo esto es “una propensión autoritari­a, hija de una cultura política autoritari­a, que se explica también por la voluntad de revancha frente a una izquierda que sienten que les habían ninguneado”. El último ejemplo fue la censura del monólogo de Scurati, conocido autor de una trilogía sobre Benito Mussolini, en un programa de la Rai. Después de una enorme polémica, de nuevo, Meloni se adelantó de forma eficaz al publicar enterament­e el texto de Scurati en las redes y sugerir que su cancelació­n estaba motivada por una cuestión económica y no ideológica, destacando que la Rai no quería pagar 1.800 euros, “el salario mensual de muchos trabajador­es”, por un minuto de monólogo.

“El último líder italiano con esta capacidad comunicati­va fue Matteo Renzi, pero él no tenía el control absoluto de su partido, como sí que lo tiene Meloni”, apunta el profesor de Ciencias Políticas de la Universida­d Federico II de Nápoles Marco Valbruzzi. “Lo mismo está haciendo con el proyecto de reforma constituci­onal para la elección directa del primer ministro: se presenta como un avance democrátic­o, cuando en realidad es un riesgo de potenciar los autoritari­smos”.

Valbruzzi se refiere a lo que los italianos ya han bautizado como el premierato, la madre de todas las reformas, con la que Meloni quiere dejar su huella en Italia. Se trata de una reforma constituci­onal para elegir al primer ministro por sufragio universal con la que la mandataria pretende terminar con la inestabili­dad crónica de la política italiana, pero que, según la oposición, es peligrosa, porque limita los derechos de las cámaras parlamenta­rias.

De todo ello comenzará a hablarse con fuerza después de las elecciones europeas, una cita en la que Meloni se juega mucho más fuera de casa, según cómo le vaya a sus aliados, como Ley y Justicia en Polonia o Vox en España, que en Italia. En su país, ya está claro que ganará con comodidad. ●

En asuntos como el control sobre la Rai o la cuestión del aborto ha mostrado su lado más identitari­o

 ?? Simona Granati - Corbi  / Getty ?? Meloni muestra en Europa el rostro de la derecha clásica, pero en Italia esgrime el populismo que tanto gusta a su base electoral
Simona Granati - Corbi / Getty Meloni muestra en Europa el rostro de la derecha clásica, pero en Italia esgrime el populismo que tanto gusta a su base electoral

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